Amor Ciego-Parte 7

Marianne Cooper

Después de un comienzo lento y una clase demasiado aburrida me alegraba estar fuera bajo el brillante sol. Estaba igual que ayer solo que con más nubes y un poco más de viento. La brisa era refrescante. Tenía algo de tiempo libre y se me ocurrió ir a la biblioteca a provocarme un daño cerebral.

Anduve despacio por el patio, simplemente dando un paseo.

Mi respiración se detuvo cuando le vi otra vez. Estaba sentado en el mismo banco que el día anterior. Su cara estaba elevada hacia el calor del sol, sonriendo ligeramente. Parecía hundido en sus pensamientos. Me detuve, pensando qué debería hacer.

En parte quería alejarme del colegio y cambiar. Si seguía escondiéndome en mi habitación como un niño asustado no tendría nada. Ni vida, ni amigos y, nada de felicidad. Quería todas esas cosas.

Finalmente tomé una decisión y me empujé hacia delante hacia él. Cuando estuve a tres metros de él giró su cara al frente hacia mí. Frunció los labios e inclinó la cabeza hacia delante. En ese momento casi decidí echar a correr, pero eso era de cobardes por no decir más. Di los últimos pasos largos, rápidos, a zancadas.

—¿Está ocupado ese asiento?—Pregunté a la ligera.

—Ahora sí.—Me sonrió. Era extraño, como si pudiese verme.—Marianne.

Me senté, manteniendo aproximadamente treinta centímetros entre nosotros.—¿Cómo ha ido tu segundo día?—

—Aburrido ¿Y el tuyo?—De nuevo inclinó su rostro hacia mi voz, una pequeña sonrisa se extendió por sus encantadores labios.

—Estoy sorprendida de que no me durmiese.—Dije con sinceridad.

Rió entre dientes y se echó hacia atrás. Su cabeza se volvió hacia el sol otra vez y se mantuvo callado. Podía ver la esquina de sus ojos. Para mi sorpresa, estaban abiertos, y parpadeaban despacio.

Aunque no podía distinguir el color. De todas formas no parecían tener nada anómalo. Me pregunté qué problema tendría.

—¿Puedo preguntarte algo?—Dijo, suavemente, su cara todavía estaba girada hacia el cielo.

—Claro ¿qué?—Me incliné más cerca. No sé porqué, simplemente estaba más cómoda.

¿Quieres ir a cenar conmigo?—Su cara se volvió hacia la mía. Estábamos a pocos centímetros de distancia. Su dulce aliento se extendió por mi cara y lo aspiré con avidez. Mordí mi labio, pensando. La conversación que tuve con Amanda volvió a mi mente. Entonces no tenía una respuesta autentica, pero ahora sí.

—Me encantaría, Edgard.

Una gran sonrisa torcida creció por su hermoso rostro y me la contagió. Mi propia sonrisa se extendió, junto a un leve sonrojo.

—¿Qué tal el viernes?

**************

Edgard Barrington

Los tres días siguientes fueron más de lo mismo. Siempre se reunía conmigo en el banco durante un rato antes de salir corriendo hacia su próxima clase. El viernes tenía un poco más de tiempo que de costumbre y no podía decir lo agradecido que estaba por ello.

—¿Eres alérgico a algo?—Preguntó Marianne desde algún lugar.

—¿Intentas asustarme con esa pregunta?—Contesté.

Se rió levemente un poco nerviosa.—Bueno, tengo una idea de a donde me gustaría ir esta noche.—

—¿Y?—Agité mi mano delante de mí, haciendo señas para que continuase.

—Es de marisco. Es un poco caro por lo que no espero que pagues lo mío pero, me gustaría ir allí, si estás de acuerdo.

—No soy alérgico a nada. Y yo te pedí salir. Quiero pagar.—Dije suavemente. Busqué su mano por el banco. Acaricié sus dedos con cuidado. Podría decir que se relajó junto a mí.

—Edgard, no espero que lo hagas. Soy una chica moderna. No me importa pagar a escote.—Se quejo, pero yo ya olía una victoria fácil.

—No discutas conmigo. Mi orgullo se resiente. ¿Por favor?—Hice un leve puchero, sabiendo que esto siempre funcionaba con las mujeres. Era un truco malvado, pero me gustaba.

Bufó.—Bien. Bien. ¿Paso a recogerte sobre las seis?

—Claro, hazlo. ¿Sabes llegar a mi dormitorio?—Pregunté, inclinándome hacia su hermosa voz. Me pregunté si parecería tonto adular a la chica.

—Sí, creo que sabré llegar. Sé que Amanda conoce el camino.—Parecía como si se inclinase más cerca. Podía sentir su aliento sobre mi piel y temblé ligeramente. Lo que pareció sorprenderla o asustarla porque se alejó.—Te veré esta noche, Edgard.

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