Amor Ciego- Parte 5

Edgard Barrington POV

Me impresionó cuando cayó en mi regazo. Soltó tan de repente mi mano que creo que es por esto por lo que se cayó. Me pregunté por qué se había apartado de forma tan brusca, aunque no estaba en contra de que estuviese en mi regazo. Automáticamente mis manos la sujetaron, impidiendo que se cayese de nuevo.

—¿Estás bien?—Le pregunté después de que se disculpase. Espero que no viese cuanto disfrutaba teniéndola contra mí.

—Soy torpe. Tiendo a caerme mucho.—Su voz era suave, avergonzada.

—Deberías de tener más cuidado. No quiero que te hagas daño.—Dije sinceramente. Despacio, dejé que mis manos resbalasen por su espalda hasta mis rodillas. Había perdido mi agua en algún momento a lo largo del camino. Marianne se levantó. Eché de menos ese agradable peso, pero no iba a decirlo en voz alta.

La oí gemir y tirar algo. Hubo un bajo siseo y, a continuación, el crujido de un plástico rompiéndose. Marianne suspiró y se puso sobre algún tipo de mesa cercana.

—Si esto te hace sentir mejor, también me caigo mucho.—Bromeé.

Soltó una risita durante un minuto antes de parar.—Sí, pero estoy segura de que lo mío es peor.—

—¿Estás segura de eso?—Sonreí burlonamente, relajándome en mi asiento.

La puerta se abrió detrás de nosotros con un ruidoso crujido.

—Oye Edgard, tengo algunas cosas que hacer por lo que me marcho ¿Quieres dar un paseo?—Preguntó Jason desde la puerta.

Suspiré y lentamente asentí. Me levanté, sacando mi bastón doblado del bolsillo trasero.—Fue agradable hablar contigo, Marianne.

—Fue agradable.—Dijo suavemente. No podía entender el tono de su voz y eso me molestó.

—Adiós Marianne.—Dije su nombre de nuevo deseando poder descifrar lo que estaba pensando.

—Adiós. Tal vez podamos volver a vernos de nuevo.—Dijo muy deprisa, como si tuviese que arrancarse una tirita y de esa forma doliese menos.

—Solo hay que hablarlo. Sí, a mí también me gustaría volver a verte, de nuevo.—Bromeé y de nuevo escuché una risita. Sonreí en dirección a su voz antes de dirigirme a la puerta. Jason agarró mi brazo.

Fuimos en silencio hasta que me ayudó a subir a su camioneta. A poyé la cabeza contra la ventanilla y suspiré.

—¿Estás bien?

—Estoy bien.—Dije suspirando.

—¿Vas a pedirle una cita a Marianne?—La camioneta avanzó lentamente, estábamos a poca distancia de nuestro dormitorio.

—No sé. Probablemente no ¿Por qué?—Pregunté confuso. Aparté la cabeza del cristal y la giré hacia su voz.

—Bueno, tú no eres capaz de ver la mirada de su rostro, pero yo sí.

Le gustas.—Dijo riendo un poco.

Me sorprendió que pudiese hablar con tanta facilidad de mi discapacidad, incluso que bromeara sobre ello. Esto era un cambio agradable de lo políticamente correcto.

Resoplé, sonriendo por lo que había dicho.—¿En serio?

—Sí ¿Te gusta?—

—Sí.—Pensé en ella un segundo antes de responder.

—Entonces le pedirás una cita.—Dijo como si fuese la cosa más evidente del mundo.

—Es más fácil decirlo que hacerlo.—Contesté con bastante rapidez, desechando la idea de atrapar a alguien con mi discapacidad para ser un hombre completo. Cualquier mujer que me quisiese se merecía más.

—Y ¿porqué lo dices?—El coche se detuvo y oí las llaves agitarse por el cambio repentino, pero parecía que Jason no se movió.

—Es solo que no creo…

Me cortó, poniendo una mano sobre mi hombro.—Amigo ¿De verdad? Por lo que veo es una gran chica. Es inteligente y capaz de mantener una conversación. Además, está buena.—

—A eso me refiero.—Reí por lo que había dicho, pensando en la última parte.—¿Está buena?—

—Ah ¿Eh?

—Quizá le pida una cita. No sé.—Me encogí de hombros. Sentí que el asiento a mi lado se movía y luego una risa llenó la cabina.—¿Qué?

—Ya sabes, para ser ciego todavía eres bastante superficial.—Rió con satisfacción.

—Cállate.—Me reí con él. Froté mi mano contra mi boca antes de ajustarme las gafas.—Honestamente eso no hace ninguna diferencia.

—Sí, excepto porque todavía estás entusiasmado desde que te dije que estaba buena.—Abrió la puerta y seguí su ejemplo. Bajé con cuidado. La mano de Jason descansó sobre mi hombro, guiándome hacia el dormitorio.—No te preocupes, eso solo significa que eres normal.

—Si solo lo fuese.

*****************

Marianne Cooper

Me desperté mucho antes de lo que quería. Sin embargo a las 6:30 tenía una hora y media para llegar a mi primera clase. Sino madrugaba lo suficiente como para despertarme terminaría gruñendo a la gente. Eso nunca había estado bien.

Aunque la noche pasada había tenido buenos sueños. Soñé con Edgard, su hermoso cabello bronce y sus fuertes rasgos. Pero había algo triste en mis sueños. Podía ver. Eso era algo que probablemente nunca ocurriría. Me sentí horrible por esperarlo.

Me arrastré hacia la ducha y abrí la llave del agua caliente. Me puse contra los azulejos de la pared y dejé que el vapor limpiase la somnolencia. No sé cuánto tiempo estuve allí. Sin embargo demasiado pronto el agua se enfrió y tuve que salir. Limpié el vaho del espejo y miré fijamente mi reflejo. Me parecía a una rata ahogada. Gemí y di media vuelta poniéndome mi albornoz blanco.

Después de arreglarme rápidamente fui a la cocina a por un café. Amanda ya estaba allí, tarareando en voz baja. Los guantes amarillo brillante que llevaba le llegaban a los codos. Me llevó un minuto darme cuenta de que la casa estaba limpia. No solo limpia, sino impecable.

—¡Buenos días, dormilona!—Dijo con una risita tonta, limpiando frenéticamente la encimera.

—Hay Dios, eres una persona madrugadora.—Gemí, desplomándome sobre uno de los taburetes del rincón con mi desayuno.

Me ignoró, sirviendo café para ella y para mí. Se lo tomó solo, al contrario que yo que lo tomaba con nata y azúcar. Una vez que los granos de azúcar se disolvieron completamente bebí el líquido templado con avidez. Volví al taburete dejando mi cabeza contra la fría encimera.

—¿No deberías tener resaca o algo así?—Mascullé entre dientes.

—¡Oh, no! ¡Yo no bebo!—Soltó una risita mientras se quitaba los guantes con un chasquido.

—Entonces me das miedo.—Presioné con fuerza mi frente contra la fría encimera, tratando de que el sobresalto me despertase. No funcionó. Olía a Lysol de lavanda (N/T: El Lysol es un producto de limpieza, un desinfectante.) Arrugué la cara, luego la levanté.

—Así que ¿Tú y Edgard, eh?

—No sé de qué estás hablando.—Aparté la mirada, llevando la taza a mi boca.

—¡Mentirosa! Vi como le mirabas. Y es tan mono.

—Y, es ciego.

—¿Eso te molesta?—Me miró, una sus perfectamente depiladas cejas estaba ligeramente levantada.

—No.—Contesté un poco demasiado rápido.—Sí, tal vez un poco. ¡No lo sé! Me encanta hablar con él. Es gracioso y dulce y… y…

—Sexy.—Dijo sonriendo. Gemí y asentí.

—¿Sin embargo, porqué el aspecto tiene es tan importante? A él le da igual.—Me ruboricé por mi admisión. Froté la parte de atrás de mi cuello, cerrando los ojos.

—Porque, tú consigues tus primeras impresiones al mirar. Puedes decir que tipo de persona es según como se vistan, como es su constitución. Estoy segura de que las apariencias también son importantes para él, solo que de una forma diferente.

—No sé. Tal vez.—Me encogí de hombros. Miré hacia abajo a mi taza casi vacía, removiendo el líquido.

—Ahora, lo más importante es ¿Si él te pidiese una cita, le dirías que sí?—Amanda se sirvió otra taza de café. No podía beber alcohol, pero la cafeína era otra cosa… no era de extrañar que fuese tan nerviosa.

Volví a encogerme de hombros, sin querer admitir mi confusión.—No creo que el guste mucho de todos modos.

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