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38. La cotidianidad

Así, con cada beso, sentía cómo los muros que Ha-na había levantado comenzaban a desmoronarse. Comprendía que no estaba enamorada de él, al menos no todavía, pero algo en esos momentos compartidos le daba la certeza de que, con el tiempo, las cosas podrían cambiar. Mientras ella seguía sentada en su regazo, besándolo una y otra vez, Heinz disfrutaba del sabor del labial de fresa, pero, sobre todo, del sabor de su cercanía. No era solo el contacto físico, sino la proximidad emocional que poco a poco iba germinando entre ellos.

A Ha-na los besos habían pasado de ser un deber a convertirse en una tarea diaria como secretaria a la que, para su sorpresa, se había habituado. No era amor lo que sentía, ni siquiera atracción consciente hacia Heinz. Era algo más visceral, una necesidad que había surgido del constante contacto. Cuando lo besaba, era como si se desconectara del mundo exterior, se perdiera en esos breves momentos de intimidad. Pero lo que más le desconcertaba era cómo se había ac
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