Así, con cada beso, sentía cómo los muros que Ha-na había levantado comenzaban a desmoronarse. Comprendía que no estaba enamorada de él, al menos no todavía, pero algo en esos momentos compartidos le daba la certeza de que, con el tiempo, las cosas podrían cambiar. Mientras ella seguía sentada en su regazo, besándolo una y otra vez, Heinz disfrutaba del sabor del labial de fresa, pero, sobre todo, del sabor de su cercanía. No era solo el contacto físico, sino la proximidad emocional que poco a poco iba germinando entre ellos.A Ha-na los besos habían pasado de ser un deber a convertirse en una tarea diaria como secretaria a la que, para su sorpresa, se había habituado. No era amor lo que sentía, ni siquiera atracción consciente hacia Heinz. Era algo más visceral, una necesidad que había surgido del constante contacto. Cuando lo besaba, era como si se desconectara del mundo exterior, se perdiera en esos breves momentos de intimidad. Pero lo que más le desconcertaba era cómo se había ac
Durante los fines de semana, la relación entre Ha-na y Heinz había comenzado a transformarse de maneras sutiles, pero notables. A pesar de que su trato en la mansión y en la oficina se mantenía formal y distante, empezaron a compartir actividades fuera del trabajo. No era algo planeado o que hubieran discutido abiertamente, simplemente sucedió de manera natural. Primero fue una visita a un museo que ambos querían conocer. Luego, una caminata por un parque cercano. Y así, poco a poco, sus fines de semana se fueron llenando de momentos compartidos.Era una rutina peculiar. Salían como dos conocidos que aún mantenían las formas, pero también disfrutaban de la compañía del otro sin necesidad de hablar demasiado. Ha-na se había sorprendido por lo sencillo que se había vuelto todo. La incomodidad inicial que había sentido por su contrato de besos se desvaneció con el tiempo, reemplazada por una extraña normalidad. Aunque no lo admitiría en voz alta, de alguna manera se había acostumbrado a
Heinz había reservado el gimnasio entero para ellos dos. Comprendía que Ha-na no disfrutaría de la atención de extraños mientras entrenaban, y él, por supuesto, prefería tenerla para sí solo, aunque fuera solo en este contexto. La luz iluminaba las formas definidas de las máquinas y el equipo a su alrededor. Mientras estiraba, su mirada se fijó en Ha-na, quien estaba al otro lado de la sala ajustándose su coleta alta. La observaba sin pretender ser discreto, capturando cada detalle de su figura.Ella llevaba un conjunto deportivo completamente negro que abrazaba su figura esbelta y delgada, resaltando su feminidad con una elegancia encantadora. Heinz notaba cómo cada movimiento que hacía, por simple que fuera, destacaba su porte natural y la delicadeza de su cuerpo. Su cabello oscuro, liso como la noche, caía perfectamente sobre sus hombros antes de que lo recogiera, y esos ojos marrones, rasgados y profundos, eran los que realmente lo atrapaban. Esa mirada lo habían fascinado desde l
El impacto no fue duro, pero la posición en la que quedaron fue sugestiva y electrizante a la vez. Heinz, apoyado con su diestra para no aplastarla y con la zurda debajo de la cabeza de ella, para que no se diera un mal golpe. Así, se encontró cara a cara con Ha-na. Sus cuerpos estaban medio agitados por ejercicio y por su descanso. El sudor en sus pieles brillaba bajo la luz suave del gimnasio. Sus ojos se encontraron, pero esta vez no fue una mirada fugaz, ni una simple coincidencia. Era una mirada que llevaba semanas acumulándose, cargada de una intensidad que ninguno de los dos había querido enfrentar hasta ahora.Heinz sintió una ráfaga de calor atravesar alma. La pupila oscura ensanchada en ese iris marrón de Ha-na lo miraban con una mezcla de sorpresa y otra cosa más. Algo que no podía identificar del todo, pero que lo atraía como un imán. Cada vez que la veía, algo dentro de él despertaba, una necesidad creciente de estar más cerca de ella, de tocarla, de sentirla. Y ahora, tu
Ha-na se encontraba completamente perdida en el beso. Había algo en la manera en que Heinz la sostenía, en cómo sus manos se movían con destreza por su cuerpo, que la hacía sentir que estaba exactamente donde debía estar. A pesar de que no había amor ni enamoramiento entre ellos, esos ósculos se habían convertido en una droga para ambos, una necesidad que no podían negar. El roce de sus labios era como una descarga eléctrica que recorría su cuerpo, haciendo que cada uno de sus músculos se tensara bajo las caricias de Heinz. Además, desde unos instantes había podido sentir la firmeza de Heinz contra su humanidad y, ahora, bajo sus glúteos. Esa parte se marcaba y sobresalía con dureza en su pantalón deportivo. Era indecente, impúdico y atrevido, pero eso no era algo que la limitara o la hiciera sentir vergüenza. De algún modo, vivir bajo el mismo techo y haberse dado tantos besos, había hecho que su pena desapareciera y que tuviera más confianza con él.Los jadeos de ambos llenaban el e
Después de cada sesión, cuando finalmente se separaban, ambos volvían a su semblante habitual. Era como si esos momentos no hubieran ocurrido, como si el fervor y la pasión que compartían en privado no existieran en el resto de su vida. Se despedían con un simple "buenas noches" o un formal "hasta mañana", y volvían a sus habitaciones, conscientes de que al día siguiente todo volvería a empezar.Heinz no podía evitar preguntarse cuánto tiempo podrían mantener ese equilibrio extraño entre la distancia en público y la cercanía en privado. En el trabajo, seguían actuando como si no se conocieran más allá de sus roles, como si los besos no existieran. Los demás, por supuesto, notaban lo distante que eran el uno con el otro, y eso solo alimentaba los rumores de que la relación entre ellos era puramente profesional, incluso fría. Nadie sospechaba lo que sucedía cuando las puertas se cerraban.Ha-na ante la rutina diaria de ignorar a Heinz durante el trabajo y luego entregarse a esos besos p
La cena continuó, y aunque Ha-na participaba en las conversaciones, no podía evitar sentirse un poco fuera de lugar. Sus compañeros la trataban con amabilidad, pero siempre había esa ligera barrera cultural que la hacía sentir un poco diferente. No era desagradable, simplemente… diferente. Estaba acostumbrada a ello, pero a veces, en situaciones como esta, se sentía como si estuviera en una vitrina, siendo observada desde lejos.Algunos de los hombres del grupo también la miraban más de lo habitual. Sus ojos recorrían su figura esbelta y elegante, pero Ha-na, acostumbrada a las miradas, simplemente ignoraba esos detalles. Sabía que su apariencia era diferente, y aunque no le incomodaba, prefería que no fuera siempre el centro de atención por esa razón.El reloj avanzaba, y la conversación en la mesa empezaba a calmarse. Sus compañeros de trabajo, muchos ya un poco afectados por el alcohol, seguían riendo y hablando, pero el ambiente se tornaba más relajado. Ha-na, observando la escena
El trayecto en coche fue silencioso. Ha-na se acomodó en el asiento, apoyando la cabeza contra la ventana, mirando las luces de la ciudad pasar rápidamente. Su mente apenas veía figuras distorsionadas. Heinz tampoco parecía dispuesto a iniciar una conversación, y el silencio entre ellos era distante, pero no incómodo, debido al estado de ebriedad de ella.Al llegar a la mansión, Heinz la ayudó a salir del coche y la acompañó hasta la puerta. Sabía que había bebido demasiado, que había dicho cosas que quizás no debería haber dicho, pero en ese momento, todo se sentía demasiado confuso.Heinz la llevó hasta su habitación, asegurándose de que se recostara antes de marcharse sin decir una palabra más. Cerró la puerta con suavidad y la dejó sola con sus pensamientos, con el dolor y la confusión que seguían latentes en su pecho.Ha-na, ya tumbada en la cama, sintió cómo el cansancio y el alcohol la arrastraban hacia un sueño profundo. Mientras sus ojos se cerraban lentamente, sus últimos pe