30. Lo acordado

Ha-na sintió un leve escalofrío recorrerle la espalda al escuchar esas palabras. Sabía lo que venía, y aunque su mente luchaba contra la idea, su cuerpo parecía traicionarla una vez más. El contrato que había firmado con Heinz Dietrich no dejaba espacio para dudas: un beso diario, sin importar las circunstancias. Lo había hecho por necesidad, para no perder su oportunidad en la empresa y escapar de su pasado. Sin embargo, cada vez que se encontraba en situaciones como esta, sentía que el precio era más alto de lo que había imaginado.

—No voy a besarte —murmuró ella, apenas audible mientras apartaba la mirada con disimulo—. No después de que me mentiste.

Heinz dejó escapar una leve sonrisa, casi imperceptible, pero no se inmutó. Sabía que, pese a sus palabras, ella no tenía opción. La atracción entre ellos, esa tensión inexplicable, era evidente, aunque Ha-na la negara con todas sus fuerzas. Y aunque sus labios pronunciaran esas palabras de rechazo, su cuerpo no se apartaba.

—¿Mentir?
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