31. El segundo

El corazón de Ha-na latía con fuerza, y su cuerpo temblaba ante el roce sutil de los dedos de Heinz. Sabía que tenía que cumplir con lo pactado, pero esa conciencia no evitaba el vértigo que sentía cada vez que él se acercaba. La presión de sus labios había encendido algo en su interior, algo que se resistía a aceptar. Su cuerpo aflojaba involuntariamente ante la cercanía, los ojos entrecerrados como si estuviera dispuesta a ceder… Aunque en su mente se repetía que no debía dejarse llevar.

—He cumplido mi cuota —dijo Ha-na, mientras sus músculos se tensaban y relajaban al mismo tiempo.

Ha-na sintió una mezcla de enfado y deseo. ¿Cómo había llegado a estar en esta situación? ¿Cómo ese contrato había marcado su destino de una forma tan inesperada? No tenía elección, no había escapatoria sin consecuencias, pero tampoco quería admitir lo mucho que la afectaba su cercanía.

—Es mínimo un beso por día —murmuró Heinz, con su respiración entrecortada tras el reciente ósculo. Sus ojos, serenos
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