El penthouse estaba bañado por la luz suave que entraba a través de las ventanas enormes, donde la ciudad parpadeaba en la distancia. Era un lugar de lujo, sin duda, pero esa noche parecía un lugar de confinamiento. Ambos estaban atrapados, no por las paredes, sino por el silencio que se cernía sobre ellos.Heinz la observó de reojo mientras ella avanzaba por la sala de estar, con su figura delgada y elegante moviéndose con la gracia de alguien que intentaba no llamar la atención. Él quería decir algo, cualquier cosa para romper la barrera que los mantenía en ese estado. Pero sabía que, en este momento, las palabras no harían mucho. No era el tipo de hombre que presionaba a alguien cuando no era necesario. Con calma, se giró y comenzó a dirigirse hacia su propia habitación. No era el momento para forzar nada, ni siquiera una conversación.Ha-na sintió sus pasos alejándose y, por un momento, pensó en detenerlo, pero algo dentro de ella la obligó a seguir su propio camino. Su cabeza est
Al pasar por la oficina del gerente de proyectos, John Matthews, un hombre de unos cuarenta años con una energía calmada y metódica, la saludó con un leve asentimiento de cabeza. John era respetado por su liderazgo tranquilo y su enfoque detallado en cada proyecto que manejaba. A diferencia de Emily, John no hablaba demasiado, lo que Ha-na agradecía en ese ambiente laboral.—Ha-na, ¿todo bien con los documentos del informe? —preguntó John, siempre preocupado por los detalles y la eficiencia.—Todo en orden, John. Ya los revisé y envié.Ha-na se aseguró de que todo estaría listo con una amabilidad natural. Apreciaba trabajar con personas organizadas y claras como, quienes respetaban el tiempo y el esfuerzo de los demás.Luego de esa breve interacción, se dirigió a la sala de conferencias para preparar los materiales de la reunión que Heinz tendría más tarde. Cuando estaba ajustando los últimos detalles, sintió una presencia detrás de ella. Sabía que era Heinz incluso antes de girarse.
Ha-na admiró el rostro joven, atractivo y hermoso de Heinz con esos ojos azules y su cabello marrón. Era hermoso, pese a ser de otro continente y cultura. Ese chico irradiaba masculinidad, fuerza y dominación. Ni pareciera que fuera cinco años menor que ella, porque se mostraba como alguien magnánimo y superlativo ante los demás. Se inclinó hacia él, apoyando ambas manos en los reposabrazos de la silla, acercándose hasta que pudo sentir la respiración lenta y controlada de Heinz rozando su piel. Cerró sus ojos rasgados por un momento, preparándose para lo que venía. No era un beso que deseaba dar, no era un nacido del amor o del deseo genuino. Pero el contrato lo exigía, y eso la ataba a cumplir, sin importar cómo se sintiera al respecto.Así, cuando su boca se encontró con la de Heinz, lo primero que sintió fue el calor que emanaba de él. Era extraño cómo el contacto físico, por más impersonal que intentara ser, siempre traía consigo una ola de sensaciones. El beso empezó suave, casi
Ha-na se halló abrumada desde el momento en que Heinz la atrajo hacia él. Cuando sintió que era jalada y se acomodaba sobre sus piernas, su primer instinto fue poner sus manos sobre el torso, casi como un acto reflejo. Aunque su mente le indicaba que debería apartarlo, que esto no era lo que ella quería, su cuerpo no respondía con la misma racionalidad. No había una resistencia real, solo el contacto ligero de sus manos sobre el pecho de Heinz. Era como si todo su ser se negara a luchar contra lo que estaba sucediendo. No le gustaba Heinz, no sentía atracción por él, pero había algo en el acto del beso que era innegablemente placentero. Cada vez que sus labios se encontraban, la sensación de ese roce cálido y suave nublaba sus pensamientos, haciéndole olvidar, aunque solo por unos segundos, el odio y la frustración que le provocaba estar en esta situación.El beso de Heinz era diferente esta vez, era más profundo, más persistente, y aunque ella no correspondía con pasión, tampoco inte
El primer beso del día fue suave, más de lo que había sido al principio. La boca de Ha-na se encontró con la de Heinz en un movimiento lento, casi delicado, pero no forzado. Sus labios se movieron al unísono, como si hubieran ensayado esto una y otra vez. El calor de su aliento se mezcló, y en ese momento, no había otra cosa en su mente más que cumplir con su deber. Ya no pensaba en lo injusto o incómodo que era. Simplemente lo hacía.Mientras sus labios danzaban en un beso pausado, profundo, Ha-na sintió cómo las manos de Heinz se deslizaban con cuidado por su cintura, sujetándola con firmeza, pero sin apresurarla. Era una sensación que al principio había evitado, pero ahora la dejaba fluir sin oposición. No había pasión en sus movimientos, pero tampoco había rechazo. Se había habituado a la cercanía de Heinz, a esa calma controlada con la que él la trataba cada noche.El segundo beso llegó casi de inmediato. Esta vez fue él quien la buscó, inclinando su cabeza hacia la suya para pro
El primer contacto fue suave, como siempre. Los labios de Ha-na, ahora cubiertos con el sabor dulce del chocolate, se encontraron con los de Heinz que, para ella, ya era casi mecánico. Pero esta vez, había algo diferente. El sabor del chocolate, mezclado con la calidez de sus labios, le daba una nueva textura a la acción; una sensación que no había anticipado. Era dulce, pero no empalagoso, y aunque no quería admitirlo, había algo en ese sabor que hacía el beso un poco más agradable.Heinz, en cambio, lo sintió de inmediato. El sabor del chocolate en los labios de Ha-na, combinado con la familiaridad de sus besos, le dio una satisfacción que no pudo ocultar. La besó con más profundidad, permitiendo que el sabor del labial se mezclara con el suyo. Sentía cómo el labial se iba desvaneciendo lentamente con cada segundo, y a medida que lo hacía, se sumergía más en el momento. No era solo el placer físico de besarla, sino el hecho de que, al menos en ese instante, ella se había rendido a s
Así, con cada beso, sentía cómo los muros que Ha-na había levantado comenzaban a desmoronarse. Comprendía que no estaba enamorada de él, al menos no todavía, pero algo en esos momentos compartidos le daba la certeza de que, con el tiempo, las cosas podrían cambiar. Mientras ella seguía sentada en su regazo, besándolo una y otra vez, Heinz disfrutaba del sabor del labial de fresa, pero, sobre todo, del sabor de su cercanía. No era solo el contacto físico, sino la proximidad emocional que poco a poco iba germinando entre ellos.A Ha-na los besos habían pasado de ser un deber a convertirse en una tarea diaria como secretaria a la que, para su sorpresa, se había habituado. No era amor lo que sentía, ni siquiera atracción consciente hacia Heinz. Era algo más visceral, una necesidad que había surgido del constante contacto. Cuando lo besaba, era como si se desconectara del mundo exterior, se perdiera en esos breves momentos de intimidad. Pero lo que más le desconcertaba era cómo se había ac
Durante los fines de semana, la relación entre Ha-na y Heinz había comenzado a transformarse de maneras sutiles, pero notables. A pesar de que su trato en la mansión y en la oficina se mantenía formal y distante, empezaron a compartir actividades fuera del trabajo. No era algo planeado o que hubieran discutido abiertamente, simplemente sucedió de manera natural. Primero fue una visita a un museo que ambos querían conocer. Luego, una caminata por un parque cercano. Y así, poco a poco, sus fines de semana se fueron llenando de momentos compartidos.Era una rutina peculiar. Salían como dos conocidos que aún mantenían las formas, pero también disfrutaban de la compañía del otro sin necesidad de hablar demasiado. Ha-na se había sorprendido por lo sencillo que se había vuelto todo. La incomodidad inicial que había sentido por su contrato de besos se desvaneció con el tiempo, reemplazada por una extraña normalidad. Aunque no lo admitiría en voz alta, de alguna manera se había acostumbrado a