25. La mudanza
En su sueño, las imágenes del beso volvieron a ella, pero esta vez eran confusas, distorsionadas. El rostro de Heinz seguía siendo claro, pero en el fondo, había una extraña sensación de que algo más estaba por suceder, algo que aún no podía comprender. El ósculo, el contacto, todo eso quedaba atrapado en la nebulosa de lo onírico, donde sus emociones y sus pensamientos se mezclaban en una maraña incontrolable. Al final, solo quedaba una cosa clara en su mente: Heinz era un problema, y uno del que no sabía cómo escapar. Era su prisionera, como una flor siendo acechada por un león.

Se durmió maldiciéndolo, pero también sabiendo, en lo más profundo de su ser, que su vida no sería la misma después de esa noche.

Heinz estaba en su cama. Sonrió con astucia, porque ella había venido y ahora dormía en otro cuarto. Al día siguiente, al despertar, le preparó el desayuno.

Ambos estaban en el comedor.

—Es mejor que te mudes de ciudad y de sitio de trabajo —comentó Heinz con tranquilidad mientras
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