140. Los cruzados

El sol comenzaba a asomarse en el horizonte, bañando el lujoso penthouse con una luz cálida y suave. En la habitación principal, Ha-na se movía con la serenidad característica de sus mañanas, arreglando los pequeños detalles del espacio mientras Heinz se preparaba frente al espejo. Habían establecido un equilibrio cómodo en su rutina, una especie de danza silenciosa que hablaba de una conexión más profunda de lo que ambos estaban dispuestos a reconocer.

Ha-na se acercó para darle el beso diario estipulado por el contrato, lo hizo con una moderación inusual. Sus labios rozaron los de Heinz de manera breve, casi desapasionada, como si un muro invisible la mantuviera contenida. Heinz notó el cambio de inmediato. Su mirada, siempre tan analítica, se posó en ella con curiosidad.

—¿Ha-na? —preguntó él. Su tono era bajo.

Ella desvió la mirada, fingiendo concentrarse en un pliegue imaginario de su blusa. No era que no quisiera besarlo como lo había hecho antes, sino que las palabras de Hee-so
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