—Debo decir algo —comentó Heinz, captando la atención de los adultos. Apretó los puños y tensó la mandíbula—. Desde niño conocí a una mujer la cual me gustó porque era diferente a las demás, era asiática y su rostro hermoso me fascinó. Pero ella era mayor y yo solo un niño… La edad nos separaba ética, legal y socialmente. Era imposible en ese entonces, pero pasaron muchos años y ahora eso no es un problema. Solo la quería a ella, no solo porque se asiática, sino es porque quien me embelesó y de la que no he podido olvidarme ni un segundo. —Miró a su prometida—. Lo siento, Hee-sook, no tengo sentimientos por ti y no deseo casarme contigo. Me disculpo, pero este matrimonio está siendo impuesto por ustedes. No es mi intención faltarle el respeto a usted o Hee-sook, es que no puedo hacer algo que no quiero… La mujer que amo es asiática, es coreana y su nombre es Harada Ha-na… Mi flor.Hee-sook apretó los labios ante la confesión de Heinz. En verdad los Dietrich eran hombres dignos, tanto
Ha-na había escuchado cada palabra porque Hee-sook la había llamado para que escuchara.Hee-sook solo quería molestarlos un poco más. Pero solo era por capricho y por probar qué tanto se querían.Ha-na, te dije que Heinz era mi prometido, pero tu tenías una aventura con él. Creí que reas mi amiga, mi compatriota, pero me robaste a mi prometido.Hee-sook moldeó una sonrisa astuta y perversa. Estaba en un punto álgido en la trama de sus relaciones. Era el momento de causar el mayor de los problemas.Ha-na sintió que el aire se volvía pesado, como si el mundo entero se hubiera detenido a su alrededor tras escuchar las palabras de Hee-sook. Las confesiones de Heinz resonaban en su mente como un eco implacable, cada frase golpeando su corazón con una fuerza inesperada. Las palabras de Hee-sook eran como veneno, mezclando verdades y manipulaciones con un ingenio calculado. Por un momento, Ha-na sintió que todo lo que había construido a su alrededor, sus muros de autoprotección, sus límites
Heinz leyó el mensaje de Ha-na: Estoy en el edificio mirador. Ven.Ha-na había ido allí y había reservado el lugar con su dinero. No sabía qué hacer. Estaba un estado de shock que no podía controlar. Se mantuvo allí, estática y perdida en sus pensamientos.Heinz salió de la empresa con un propósito firme, pero su corazón parecía querer adelantarse al tiempo que marcaba el reloj. El mensaje de Ha-na había sido breve, casi frío, pero para él contenía una intensidad que no podía ignorar. Mientras conducía hacia el edificio mirador, su mente estaba en un torbellino. ¿Qué significaba ese mensaje? ¿Era una invitación a resolver todo lo que había entre ellos, o era un adiós disfrazado de palabras?En un semáforo en rojo, Heinz vio un pequeño puesto de flores al borde de la carretera. Sin pensarlo dos veces, giró hacia el lado, detuvo el auto y salió. Entre las flores disponibles, sus ojos se posaron en un ramo de lirios blancos y tulipanes rosados, una mezcla de pureza y delicadeza que le re
—Hay algo que debo decirte —dijo Ha-na con expresión sería—. Tú me tienes prisionera con ese contrato de besos. Quiero terminar ese acuerdo que tenemos. Ya lo he pagado con creces.—¿Qué dices Ha-na? Pensé que tú también lo querías —dijo Heinz, manteniendo su diestra en la espalda donde tenía el ramo de flores.—Acaso… Acaso… ¿No recuerdas lo que te dije por llamada aquella vez? Ese fue el motivo por el que te alejaste de mí —dijo Ha-na con firmeza. Yo no quiero besarte. No quería firmar ese tonto contrato. Solo debía darte un beso y ya te he dado muchos. Ya he pagado mi deuda con creces. No deseo estar con ningún hombre. Te odio a ti y los odio a todos. Solo me usas como tu objeto de placer y tu máquina de besos. Yo nunca he sentido nada por ti.—Te equivocas —dijo Heinz, con cierto temblor en su cuerpo—. Desde que te conocí siempre me has gustado. Desde que era un niño. Esperé todos estos para estar contigo. —Le enseñó el ramo de flores—. He estado enamorado de ti y solo quería ayud
—No, te equivocas —prosiguió Heinz—. No eres un solo un capricho. Eres la mejor que siempre me ha gustado.—¿Y qué me dices de Hee-sook? ¿No estás comprometido con ella? Por eso tuvieron una cita en el parque —comentó Ha-na con firmeza.—Yo no voy a casarme con ella. Hee-sook no me gusta, ni yo a ella. Eso es por planes de nuestros padres…. Yo solo quiero estar contigo, porque estoy enamorado de ti, Ha-na —confesó Heinz con sinceridad.—Entonces, si tanto te gusto termina ese contrato y déjame. Te entregué mis labios, mis besos, mi cuerpo, mi integridad. ¿Qué más quieres? Ya te he pagado ese estúpido acuerdo —dijo Ha-na, con su vista empañada por sus lágrimas—. Me iré del penthouse, renunciaré al trabajo y volveré a la ciudad con mis padres… Yo no quiero nada de ti, porque nunca he sentido nada.—¿En serio? Dime que en todo este tiempo no has sentido nada por mí —dijo Heinz, alterado.Ha-na bajó la mirada con su semblante triste y melancólico.—Yo no siento nada por ti, Heinz.Heinz m
—Mírame a los ojos y dime que no sientes nada por ti —dijo Heinz con severidad.Ha-na estaba agitada, alterada y con ritmo acelerado. Su cuerpo se heló ante la fuerza de sus propios sentimientos.—Yo no siento nada por ti —dijo ella. No dudó, para que él no descubriera su mentira—. Por favor, libérame. Me tienes prisionera. Me quieres proteger, pero tú eres el único que me lastima. Termina el contrato y déjame ir.Heinz retrocedió asombrado, con cada parte de su cuerpo temblando. Sacó el estuche de su saco y se arrodilló frente a ella, mostrando la sortija de compromiso.—Te equivocas, Ha-na. Yo no deseo humillarte, solo quiero que seas feliz —dijo él, de forma genuina y verdadera—. Terminaré el contrato. Pero cásate conmigo… Quédate a mi lado, sin un contrato de por medio… Solo porque los dos queremos estar juntos… Yo, te a…Ha-na negó con la cabeza y le puso el dedo índice en la boca, evitando que siguiera. Cerró el estuche con el anillo.—Guárdalo para la mujer que ames y que te am
Así, Ha-na regresó al penthouse y recogió sus cosas. Salió lo antes posible, con el temor de volvérselo a encontrar.El auto avanzaba lentamente por las calles iluminadas por los faroles mientras Ha-na miraba por la ventana, incapaz de contener las lágrimas que seguían cayendo de sus ojos. Su pecho subía y bajaba en un ritmo irregular, marcado por el esfuerzo de contener los sollozos que amenazaban con desbordarse en cada respiración. El rostro de Heinz apareció en su mente una y otra vez, su expresión herida, su voz cargada de sinceridad y desesperación. "Te equivocas, Ha-na. Yo solo quiero que seas feliz". Las palabras resonaban como un eco interminable, perforando su corazón.Cuando llegó al aeropuerto, sus movimientos eran automáticos, como si su cuerpo estuviera operando de manera independiente a su mente. Compró el boleto, pasó por seguridad y se sentó en la sala de espera con la mirada fija en el vacío. El peso de su decisión recaía sobre ella con toda su intensidad. Había quer
Heinz al día siguiente encendió la chimenea y arrojó el contrato que había sido firmado años atrás. Le tomó una foto y se la envío a Ha-na: Ahora eres libre.El contrato ardía en la chimenea, consumiéndose lentamente mientras Heinz lo observaba con una mezcla de liberación y vacío. Las llamas danzaban, iluminando su rostro de expresión sombría. Sabía que había hecho lo correcto al liberarla, pero eso no aliviaba el dolor que lo corroía. El sonido de la notificación en su teléfono lo sacó de sus pensamientos. Había enviado la foto del contrato quemándose junto a un breve mensaje: "Ahora eres libre". Sin embargo, la pantalla solo mostraba un silencio ensordecedor.Ha-na miró la imagen en su teléfono, su rostro inexpresivo mientras su mente procesaba lo que significaba. Libre. Esa palabra resonaba en su cabeza, pero no traía la paz que había esperado. Aunque el peso del contrato había desaparecido, otro peso, más invisible y opresivo, permanecía en su pecho. Cerró los ojos y exhaló profu