—No, te equivocas —prosiguió Heinz—. No eres un solo un capricho. Eres la mejor que siempre me ha gustado.—¿Y qué me dices de Hee-sook? ¿No estás comprometido con ella? Por eso tuvieron una cita en el parque —comentó Ha-na con firmeza.—Yo no voy a casarme con ella. Hee-sook no me gusta, ni yo a ella. Eso es por planes de nuestros padres…. Yo solo quiero estar contigo, porque estoy enamorado de ti, Ha-na —confesó Heinz con sinceridad.—Entonces, si tanto te gusto termina ese contrato y déjame. Te entregué mis labios, mis besos, mi cuerpo, mi integridad. ¿Qué más quieres? Ya te he pagado ese estúpido acuerdo —dijo Ha-na, con su vista empañada por sus lágrimas—. Me iré del penthouse, renunciaré al trabajo y volveré a la ciudad con mis padres… Yo no quiero nada de ti, porque nunca he sentido nada.—¿En serio? Dime que en todo este tiempo no has sentido nada por mí —dijo Heinz, alterado.Ha-na bajó la mirada con su semblante triste y melancólico.—Yo no siento nada por ti, Heinz.Heinz m
—Mírame a los ojos y dime que no sientes nada por ti —dijo Heinz con severidad.Ha-na estaba agitada, alterada y con ritmo acelerado. Su cuerpo se heló ante la fuerza de sus propios sentimientos.—Yo no siento nada por ti —dijo ella. No dudó, para que él no descubriera su mentira—. Por favor, libérame. Me tienes prisionera. Me quieres proteger, pero tú eres el único que me lastima. Termina el contrato y déjame ir.Heinz retrocedió asombrado, con cada parte de su cuerpo temblando. Sacó el estuche de su saco y se arrodilló frente a ella, mostrando la sortija de compromiso.—Te equivocas, Ha-na. Yo no deseo humillarte, solo quiero que seas feliz —dijo él, de forma genuina y verdadera—. Terminaré el contrato. Pero cásate conmigo… Quédate a mi lado, sin un contrato de por medio… Solo porque los dos queremos estar juntos… Yo, te a…Ha-na negó con la cabeza y le puso el dedo índice en la boca, evitando que siguiera. Cerró el estuche con el anillo.—Guárdalo para la mujer que ames y que te am
Así, Ha-na regresó al penthouse y recogió sus cosas. Salió lo antes posible, con el temor de volvérselo a encontrar.El auto avanzaba lentamente por las calles iluminadas por los faroles mientras Ha-na miraba por la ventana, incapaz de contener las lágrimas que seguían cayendo de sus ojos. Su pecho subía y bajaba en un ritmo irregular, marcado por el esfuerzo de contener los sollozos que amenazaban con desbordarse en cada respiración. El rostro de Heinz apareció en su mente una y otra vez, su expresión herida, su voz cargada de sinceridad y desesperación. "Te equivocas, Ha-na. Yo solo quiero que seas feliz". Las palabras resonaban como un eco interminable, perforando su corazón.Cuando llegó al aeropuerto, sus movimientos eran automáticos, como si su cuerpo estuviera operando de manera independiente a su mente. Compró el boleto, pasó por seguridad y se sentó en la sala de espera con la mirada fija en el vacío. El peso de su decisión recaía sobre ella con toda su intensidad. Había quer
Heinz al día siguiente encendió la chimenea y arrojó el contrato que había sido firmado años atrás. Le tomó una foto y se la envío a Ha-na: Ahora eres libre.El contrato ardía en la chimenea, consumiéndose lentamente mientras Heinz lo observaba con una mezcla de liberación y vacío. Las llamas danzaban, iluminando su rostro de expresión sombría. Sabía que había hecho lo correcto al liberarla, pero eso no aliviaba el dolor que lo corroía. El sonido de la notificación en su teléfono lo sacó de sus pensamientos. Había enviado la foto del contrato quemándose junto a un breve mensaje: "Ahora eres libre". Sin embargo, la pantalla solo mostraba un silencio ensordecedor.Ha-na miró la imagen en su teléfono, su rostro inexpresivo mientras su mente procesaba lo que significaba. Libre. Esa palabra resonaba en su cabeza, pero no traía la paz que había esperado. Aunque el peso del contrato había desaparecido, otro peso, más invisible y opresivo, permanecía en su pecho. Cerró los ojos y exhaló profu
Hee-sook fue a la empresa y buscó a Ha-na. Había esperado algunos días para saber qué había pasado con ellos. Entró a la oficina de Heinz y lo vio sentado en la silla, perdido, distraído y con semblante apagado.—¿Y Ha-na? —preguntó Hee-sook, con curiosidad.—Ella se fue… Terminamos. Ya no tenemos nada que ver el uno con el otro —dijo Heinz con severidad.—¿Qué pasó? Te enfrentaste a tus padres, a los míos y cancelaste nuestro matrimonio por ella —dijo Hee-sook, asombrada por el desarrollo de las cosas. Pensaba que ellos estarían juntos luego de eso.—Terminamos… Ella no siente nada por mí y me dejó. Ahora es libre y no tiene que estar conmigo —comentó Heinz con voz ronca.—¿Y si te digo que puedo ayudarlos a estar juntos? —preguntó Hee-sook con astucia—. Pero hay algo que quiero… Un deseo.—Puedes hacer lo que quieras. Si lo haces, te daré lo que quieras —contestó Heinz con frialdad.—Ya veo. Entonces, dame la dirección de Ha-na —dijo ella con seguridad—. Y otra cosa más… No le diga
Hee-sook tocó a la puerta. Se quitó los lentes de sol. El hermano menor de Heinz le abrió. El niño quedó helado ante la belleza de aquella extraña.—Buen día… —dijo Hee-sook en coreano—. Busco a mi amiga, Ha-na… La flor.—¿Quién es? —preguntó la señora Harada.El señor Harada también se asomó y quedaron prendados de la belleza, porte y elegancia de aquella muchacha coreana, era como una modelo o Idol de su país.Ha-na bajó las escalares y se quedó estática al ver a Hee-sook, parada en la puerta.—Hola. Buen día, soy Hak Hee-sook, una amiga de Ha-na. Gusto en conocerlos —dijo ella con serenidad—. ¿No me invitas a pasar, Ha-na?—Sí, sí, pasa —respondió Ha-na, saliendo de su trance.La puerta se cerró tras Hee-sook, pero su presencia parecía llenar todo el espacio de la casa. Los padres de Ha-na y su hermano menor la observaban como si fuera una aparición divina. La madre de Ha-na se apresuró a ofrecerle té, mientras su padre ajustaba su postura para mostrar respeto.—Su hogar es encanta
—Tú no sabes nada de la relación que tenía con Heinz —dijo Ha-na, molesta—. Entre nosotros no hay amor, ni nada de eso… —Guardó silencio.—Explícame, para comprenderte mejor. ¿Cómo dices eso, después de escuchar lo que dijo Heinz? —preguntó Hee-sook con seguridad.—Entre Heinz y yo había un acuerdo —dijo Ha-na con cierta incertidumbre—. Un contrato de besos… Yo debía darle uno por algo que firme años atrás. Era solo eso. Él fue a mi boda, me dio uno al frente de todos y luego me sacó cargada. Solo vino a mí para cobrar lo que le debía.—Ahora comprendo mejor las cosas… Un contrato de besos. ¿En verdad crees eso? Ya escuchaste que te ama —dijo Hee-sook—. Desde niño solo ha estado enamorado de ti.—No, eso es obsesión, un capricho, nada verdadero —dijo Ha-na, tratando de convencerse.—Los caprichos pueden escalar y convertirse en algo más. Además —dijo Hee-sook—. Quiero que sepas que no estoy interesado en Heinz y que nunca planeé casarme con él. Me di cuenta enseguida de lo que pasaba
—Imagine a Heinz con otra mujer. ¿No te importa? ¿En verdad no sienes nada por él? —preguntó Hee-sook.—No, no… Entre nosotros no había nada, más que solo besos por contrato. Yo no quiero estar con ningún hombre… No quiero, volver a sufrir —dijo Ha-na, sentida.—Respóndeme algo… Desde que estuviste con Heinz, ¿cuántas veces te hizo sufrir?Ha-na se quedó pensativa y en silencio. Heinz había sido el hombre que la había salvado el día de su boda, le había dado trabajo, un nuevo lugar nuevo para vivir, mientras pasaba todo el alboroto de su desplante. Él siempre estaba para ella, llevándola a pasear, a comer; él fue su detracción en su caos. Aquel hombre no la había lastimado, ni ofendido ni una sola vez; solo le había dado refugio, calor, besos, placer.—Ninguna —dijo Ha-na sin mucha fuerza.—Él ha estado enamorado de ti desde que era un niño… Esperó tantos años para darte un solo beso, aún cuando se enteró que te ibas a casar, te fue a ver, deseando que fueras feliz —dijo Hee-sook—. He