Hee-sook tocó a la puerta. Se quitó los lentes de sol. El hermano menor de Heinz le abrió. El niño quedó helado ante la belleza de aquella extraña.—Buen día… —dijo Hee-sook en coreano—. Busco a mi amiga, Ha-na… La flor.—¿Quién es? —preguntó la señora Harada.El señor Harada también se asomó y quedaron prendados de la belleza, porte y elegancia de aquella muchacha coreana, era como una modelo o Idol de su país.Ha-na bajó las escalares y se quedó estática al ver a Hee-sook, parada en la puerta.—Hola. Buen día, soy Hak Hee-sook, una amiga de Ha-na. Gusto en conocerlos —dijo ella con serenidad—. ¿No me invitas a pasar, Ha-na?—Sí, sí, pasa —respondió Ha-na, saliendo de su trance.La puerta se cerró tras Hee-sook, pero su presencia parecía llenar todo el espacio de la casa. Los padres de Ha-na y su hermano menor la observaban como si fuera una aparición divina. La madre de Ha-na se apresuró a ofrecerle té, mientras su padre ajustaba su postura para mostrar respeto.—Su hogar es encanta
—Tú no sabes nada de la relación que tenía con Heinz —dijo Ha-na, molesta—. Entre nosotros no hay amor, ni nada de eso… —Guardó silencio.—Explícame, para comprenderte mejor. ¿Cómo dices eso, después de escuchar lo que dijo Heinz? —preguntó Hee-sook con seguridad.—Entre Heinz y yo había un acuerdo —dijo Ha-na con cierta incertidumbre—. Un contrato de besos… Yo debía darle uno por algo que firme años atrás. Era solo eso. Él fue a mi boda, me dio uno al frente de todos y luego me sacó cargada. Solo vino a mí para cobrar lo que le debía.—Ahora comprendo mejor las cosas… Un contrato de besos. ¿En verdad crees eso? Ya escuchaste que te ama —dijo Hee-sook—. Desde niño solo ha estado enamorado de ti.—No, eso es obsesión, un capricho, nada verdadero —dijo Ha-na, tratando de convencerse.—Los caprichos pueden escalar y convertirse en algo más. Además —dijo Hee-sook—. Quiero que sepas que no estoy interesado en Heinz y que nunca planeé casarme con él. Me di cuenta enseguida de lo que pasaba
—Imagine a Heinz con otra mujer. ¿No te importa? ¿En verdad no sienes nada por él? —preguntó Hee-sook.—No, no… Entre nosotros no había nada, más que solo besos por contrato. Yo no quiero estar con ningún hombre… No quiero, volver a sufrir —dijo Ha-na, sentida.—Respóndeme algo… Desde que estuviste con Heinz, ¿cuántas veces te hizo sufrir?Ha-na se quedó pensativa y en silencio. Heinz había sido el hombre que la había salvado el día de su boda, le había dado trabajo, un nuevo lugar nuevo para vivir, mientras pasaba todo el alboroto de su desplante. Él siempre estaba para ella, llevándola a pasear, a comer; él fue su detracción en su caos. Aquel hombre no la había lastimado, ni ofendido ni una sola vez; solo le había dado refugio, calor, besos, placer.—Ninguna —dijo Ha-na sin mucha fuerza.—Él ha estado enamorado de ti desde que era un niño… Esperó tantos años para darte un solo beso, aún cuando se enteró que te ibas a casar, te fue a ver, deseando que fueras feliz —dijo Hee-sook—. He
La oficina de Heinz estaba sumida en un silencio inquietante, roto solo por el murmullo lejano de los empleados y el sonido ocasional de las hojas de los informes que se movían con la brisa del aire acondicionado. Desde su silla de cuero, Heinz miraba fijamente hacia la ventana. El cielo, gris y opaco, reflejaba su estado de ánimo. Cada rincón de su despacho parecía vacío, carente de la vida y el calor que antes irradiaba.Había días en los que, al llegar a la empresa, su primer impulso era detenerse frente al escritorio que había sido de Ha-na. Sus dedos rozaban ligeramente el borde de la madera, como si al hacerlo pudiera traer de vuelta los momentos en los que ella estaba allí, trabajando diligentemente, con esa sonrisa serena que tanto amaba. Pero ese escritorio ahora estaba vacío, sin su perfume característico ni el suave sonido de sus dedos tecleando.Su rutina se había convertido en una sombra de lo que había sido. Antes, cada día traía consigo la expectativa de verla, de escuc
La vida de Ha-na había adquirido una cualidad irreal, como si estuviera atrapada en un escenario donde todos la observaban, juzgaban y comentaban en voz baja. Desde el día de la boda, su mundo se había transformado en un espectáculo público. En el pequeño vecindario donde había decidido refugiarse, la gente la reconocía como "la novia plantada", como si fuera un personaje de un drama que habían visto y no una persona real con emociones complejas.Había regresado a esa ciudad porque le ofrecía algo que ansiaba: anonimato. O al menos eso pensaba. Pero pronto se dio cuenta de que los murmullos no respetaban fronteras, y su historia, amplificada por rumores, parecía seguirla donde fuera.Cada vez que salía de casa, sentía las miradas de los vecinos, unas discretas, otras descaradas. Susurraban entre ellos, gesticulando con sus manos y cuchicheando mientras ella pasaba. Podía escuchar retazos de sus comentarios, aunque finge que no.—Es ella, ¿verdad? La que fue plantada en el altar.—¿Y q
En una salida, cuando venía del supermercado, Ha-na se encontró con Edward, su ex prometido, quien la acosó y la detuvo por la muñeca. Le dio un fuerte abrazo.Ha-na usó toda su fuerza para empujarlo y alejarlo de ella. Era el hombre con el que estaba a punto de casarse, el que había amado y al que se había entregado por primera vez. Sin embargo, al verlo de nuevo, ¿qué era lo que sentía? Nada, ni odio, ni resentimiento, ni enojo, mucho menos afecto o emoción. Luego de lo que había hecho, era como si sus sentimientos hubieran muerto por él.—Te he extrañado mucho, mi amor —dijo Edward con cinismo.—¿Qué es lo que haces y lo que dices Edward? —preguntó Ha-na, en cierta medida, asqueada por verlo y por lo que hablaba.—No sabes cuánto me arrepiento de lo que hice. Siempre has sido la mujer que he amado. Fue Kate la que me sedujo… Yo tengo la culpa de lo que pasó —dijo Edward, haciendo que lágrimas emergieran de sus ojos.—No tengo nada que ver contigo —dijo Ha-na.—Por favor, Ha-na… Ten
Hee-sook había estado siguiendo a Ha-na desde su auto, nada más para ver qué era lo que hacía. Entonces, contempló cómo aquel hombre la jaló del brazo y la abrazó. Ha-na lo empujó. Al perecer la estaba molestando, porque Ha-na no se veía feliz, hasta se notaba asustada. Tomó una foto y grabó un vídeo. Entonces, se lo envió a Heinz.Alguien está molestando a tu mujer. ¿Vas a dejar que la lastimen a tu flor coreana?Heinz se encontró en su despacho cuando recibió el mensaje de Hee-sook. El sonido de la notificación fue suficiente para sacarlo de sus pensamientos, esos que siempre giraban en torno a Ha-na. Al abrir la imagen y el vídeo que ella le había enviado, sintió cómo un fuego se encendía en su interior. Allí estaba Ha-na, su Ha-na, siendo acosada por un hombre que la tomaba del brazo y la abrazaba sin su consentimiento.El texto que acompañaba la evidencia fue como una chispa directa al combustible:"Alguien está molestando a tu mujer. ¿Vas a dejar que la lastimen a tu flor corean
Edward vio como Ha-na se alejaba. Suspiró con cansancio. Volvió al auto, donde lo esperaba Kate. Estaban escasos de dinero y Kate era la que había aconsejado acudir a ella para sacarle algo de plata.—Ella se muestra algo precavida —dijo Edward con semblante serio—. ¿Crees que si ceda?—Por supuesto —contestó Kate con seguridad—. No conoces el corazón de una mujer. Aunque sea China, ella estaba enamorada de ti. Se hace la difícil. Pero eventualmente, lo hará. No ha pasado mucho. Nadie deja de amar en tan poco tiempo.—Eso suena razonable —contestó Edward—. ¿Y ahora qué hacemos?Edward observar el retrovisor del auto mientras Ha-na desaparecía entre las calles, dejando tras de sí un vacío de posibilidades que Kate, sentada en el asiento del copiloto, no dejaba de considerar. Su rostro lucía tranquilo, casi calculador, mientras jugaba con un mechón de cabello entre los dedos.—Tienes que relajarte un poco —dijo Kate, sin apartar la vista del camino—. Si te muestras inseguro, ella lo not