La oficina de Heinz estaba sumida en un silencio inquietante, roto solo por el murmullo lejano de los empleados y el sonido ocasional de las hojas de los informes que se movían con la brisa del aire acondicionado. Desde su silla de cuero, Heinz miraba fijamente hacia la ventana. El cielo, gris y opaco, reflejaba su estado de ánimo. Cada rincón de su despacho parecía vacío, carente de la vida y el calor que antes irradiaba.Había días en los que, al llegar a la empresa, su primer impulso era detenerse frente al escritorio que había sido de Ha-na. Sus dedos rozaban ligeramente el borde de la madera, como si al hacerlo pudiera traer de vuelta los momentos en los que ella estaba allí, trabajando diligentemente, con esa sonrisa serena que tanto amaba. Pero ese escritorio ahora estaba vacío, sin su perfume característico ni el suave sonido de sus dedos tecleando.Su rutina se había convertido en una sombra de lo que había sido. Antes, cada día traía consigo la expectativa de verla, de escuc
La vida de Ha-na había adquirido una cualidad irreal, como si estuviera atrapada en un escenario donde todos la observaban, juzgaban y comentaban en voz baja. Desde el día de la boda, su mundo se había transformado en un espectáculo público. En el pequeño vecindario donde había decidido refugiarse, la gente la reconocía como "la novia plantada", como si fuera un personaje de un drama que habían visto y no una persona real con emociones complejas.Había regresado a esa ciudad porque le ofrecía algo que ansiaba: anonimato. O al menos eso pensaba. Pero pronto se dio cuenta de que los murmullos no respetaban fronteras, y su historia, amplificada por rumores, parecía seguirla donde fuera.Cada vez que salía de casa, sentía las miradas de los vecinos, unas discretas, otras descaradas. Susurraban entre ellos, gesticulando con sus manos y cuchicheando mientras ella pasaba. Podía escuchar retazos de sus comentarios, aunque finge que no.—Es ella, ¿verdad? La que fue plantada en el altar.—¿Y q
En una salida, cuando venía del supermercado, Ha-na se encontró con Edward, su ex prometido, quien la acosó y la detuvo por la muñeca. Le dio un fuerte abrazo.Ha-na usó toda su fuerza para empujarlo y alejarlo de ella. Era el hombre con el que estaba a punto de casarse, el que había amado y al que se había entregado por primera vez. Sin embargo, al verlo de nuevo, ¿qué era lo que sentía? Nada, ni odio, ni resentimiento, ni enojo, mucho menos afecto o emoción. Luego de lo que había hecho, era como si sus sentimientos hubieran muerto por él.—Te he extrañado mucho, mi amor —dijo Edward con cinismo.—¿Qué es lo que haces y lo que dices Edward? —preguntó Ha-na, en cierta medida, asqueada por verlo y por lo que hablaba.—No sabes cuánto me arrepiento de lo que hice. Siempre has sido la mujer que he amado. Fue Kate la que me sedujo… Yo tengo la culpa de lo que pasó —dijo Edward, haciendo que lágrimas emergieran de sus ojos.—No tengo nada que ver contigo —dijo Ha-na.—Por favor, Ha-na… Ten
Hee-sook había estado siguiendo a Ha-na desde su auto, nada más para ver qué era lo que hacía. Entonces, contempló cómo aquel hombre la jaló del brazo y la abrazó. Ha-na lo empujó. Al perecer la estaba molestando, porque Ha-na no se veía feliz, hasta se notaba asustada. Tomó una foto y grabó un vídeo. Entonces, se lo envió a Heinz.Alguien está molestando a tu mujer. ¿Vas a dejar que la lastimen a tu flor coreana?Heinz se encontró en su despacho cuando recibió el mensaje de Hee-sook. El sonido de la notificación fue suficiente para sacarlo de sus pensamientos, esos que siempre giraban en torno a Ha-na. Al abrir la imagen y el vídeo que ella le había enviado, sintió cómo un fuego se encendía en su interior. Allí estaba Ha-na, su Ha-na, siendo acosada por un hombre que la tomaba del brazo y la abrazaba sin su consentimiento.El texto que acompañaba la evidencia fue como una chispa directa al combustible:"Alguien está molestando a tu mujer. ¿Vas a dejar que la lastimen a tu flor corean
Edward vio como Ha-na se alejaba. Suspiró con cansancio. Volvió al auto, donde lo esperaba Kate. Estaban escasos de dinero y Kate era la que había aconsejado acudir a ella para sacarle algo de plata.—Ella se muestra algo precavida —dijo Edward con semblante serio—. ¿Crees que si ceda?—Por supuesto —contestó Kate con seguridad—. No conoces el corazón de una mujer. Aunque sea China, ella estaba enamorada de ti. Se hace la difícil. Pero eventualmente, lo hará. No ha pasado mucho. Nadie deja de amar en tan poco tiempo.—Eso suena razonable —contestó Edward—. ¿Y ahora qué hacemos?Edward observar el retrovisor del auto mientras Ha-na desaparecía entre las calles, dejando tras de sí un vacío de posibilidades que Kate, sentada en el asiento del copiloto, no dejaba de considerar. Su rostro lucía tranquilo, casi calculador, mientras jugaba con un mechón de cabello entre los dedos.—Tienes que relajarte un poco —dijo Kate, sin apartar la vista del camino—. Si te muestras inseguro, ella lo not
Al día siguiente, con precaución y cautela Ha-na caminaba de vuelta, luego de hacer las compras. Sin embargo, no halló a Edward por ningún lado. Mas, se sentía observada y seguida por un carro.Al llegar a su casa, miró por la ventana el auto negro. Frunció el ceño. Tenía la certeza de que lo había visto en la noche anterior.El reloj marcaba las once de la noche cuando Ha-na se levantó de la cama. Su corazón latía con fuerza, y sus pensamientos estaban tan desordenados como las sábanas que había dejado tras de sí. Caminó lentamente hacia la ventana, con los pies descalzos rozando el suelo frío, y apartó con cuidado la cortina.Allí estaba.El auto negro permanecía estacionado en el mismo lugar, a unos metros de su casa. Su silueta se dibujaba apenas bajo la luz tenue de un faro cercano. Ha-na frunció el ceño, entre la confusión y el temor. No podía asegurarlo, pero sentía que había visto ese mismo vehículo la noche anterior mientras regresaba de las compras.Cerró la cortina rápidame
Heinz había ido a un club nocturno, luego de vigilar la casa de Ha-na. No había podido hablar con ella y su ex novio no la había vuelto a molestar.Edward y Kate que estaban allí, tenían problemas para comprar bebidas. Acordaron que abordarían a alguien distinto, para que seguir tomando. Edward inició la conversación con una mujer rubia.Kate observaba con quien valía la pena estar. Entonces, divisó a aquel joven tan precioso de cabello marrón, traje de sastre fino y oscuro. A él no recordaba haberlo visto por allí. Se acomodó su vestido y se acercó.—¿Bebiendo solo? —preguntó Kate con voz apacible y sonrisa sugestiva…El ambiente del club nocturno estaba cargado de música ensordecedora, luces intermitentes y una energía que, aunque eufórica para muchos, resultaba pesada para Heinz. Su presencia allí no era más que una decisión impulsiva tras horas de infructuosa vigilancia frente a la casa de Ha-na. No verla ni saber si estaba bien lo tenía intranquilo.Mientras sostenía un vaso de v
Heinz avisó a su hermano Hield para que fuera a buscar el auto. Hee-sook lo vio desde lejos. Ahora estaban separados y no podían verse.Hee-sook observaba desde las sombras como Hield se acercaba al vehículo que Heinz había dejado estacionado. A pesar de la distancia, su presencia era inconfundible: ese andar elegante y seguro, la manera en que su cabello caía sobre su frente de forma casi descuidada, pero perfecta. Era un contraste absoluto con la fachada rígida y disciplinada que siempre mostraba.Sin embargo, él no era solo Hield Dietrich, el hermano menor de Heinz. Para ella, seguía siendo su “bello mentiroso” y “pequeño impostor”, el hombre que alguna vez la había hecho sentir que todo era posible y, al mismo tiempo, el que había sido la causa de su mayor desengaño. Ahora, no podía siquiera cruzar miradas.Hee-sook se mantuvo oculta, mientras Hield encendía el auto. Sus ojos no se apartaban de él ni un segundo. El eco del motor al arrancar llenó el silencio nocturno, y cuando el v