143. El mandado

Al día siguiente Hee-sook se preparaba para volver a Corea. Ya se había terminado su turismo y su supuesta cita con Heinz Dietrich, cuando solo se la había pasado con Hield Dietrich.

Hield la ayudó con las maletas hacia la entrada del edificio y las subió al carro.

—Vete —dijo Hees-sook con altivez y desprecio.

—¿Qué? Yo te recogí y yo te llevaré al aeropuerto —contestó Hield con tranquilidad.

—He dicho que te vayas. Ya no soporto verte, ni un segundo más —dijo Hee-sook con antipatía y desprecio—. Cancelaré el compromiso entre tu hermano y yo. Ya no habrá motivo para vernos y no pienso volver a este país.

Hee-sook se puso gafas de sol y el conductor le abrió la puerta. Entró con clase y elegancia.

Hield tragó saliva al verla como se alejaba. No eran nada y apenas se habían conocido en esa esa semana. Sin embargo, sentía un extra de presión en el torso al ver como aquella mujer coreana se marchaba para siempre de esa manera. Tensó la mandíbula. Había conocido muchas chicas hermosas que
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