Heinz se había preocupado, pero ella había tomado la iniciativa. La cargó en su brazo y la llevó a la recámara. Cerró la puerta detrás de ellos con un movimiento decidido, creando un espacio aislado del resto del mundo.En sus brazos, Ha-na descansaba como si fuera el tesoro más preciado, pero al mismo tiempo se sentía fuerte y segura en la cercanía de su cuerpo. Su corazón latía con fuerza, casi al compás de los pasos de Heinz, resonando en su pecho. Ella lo escuchaba y lo sentía, cada latido un recordatorio de cuán profundamente conectados estaban en ese instante.El ambiente se llenó de una calidez tangible, no solo por la temperatura del cuarto, sino por la energía que fluía entre ellos. Heinz la depositó suavemente sobre la cama, y por un momento ambos quedaron quietos, mirándose a los ojos. No había palabras, solo la intensidad del contacto visual, un diálogo silencioso que parecía contener todas las preguntas y respuestas que jamás se habían atrevido a verbalizar. Ha-na sinti
El amanecer se filtraba a través de las cortinas, bañando la habitación en una luz suave y dorada. Ha-na despertó primero, aún envuelta en el calor del abrazo de Heinz. Por un momento, permaneció quieta, escuchando su respiración tranquila y sintiendo el peso de su brazo sobre ella. La calidez de esa cercanía le brindaba una extraña mezcla de confort y confusión. No había palabras que describieran exactamente lo que sentía, pero decidió no pensar demasiado en ello y disfrutar del momento.Heinz abrió los ojos y notó que ella ya estaba despierta. Sus labios se curvaron en una ligera sonrisa, y sin decir nada, se inclinó para besarle la frente. Fue un gesto simple, pero cargado de una ternura que rara vez mostraba abiertamente. Sin necesidad de palabras, ambos se levantaron, conscientes de que el día laboral ya estaba esperándolos.En el baño, compartieron el espacio sin incomodidad. La rutina compartida era fluida, casi coreografiada, como si hubieran hecho esto durante años. Heinz aju
El sol comenzaba a asomarse en el horizonte, bañando el lujoso penthouse con una luz cálida y suave. En la habitación principal, Ha-na se movía con la serenidad característica de sus mañanas, arreglando los pequeños detalles del espacio mientras Heinz se preparaba frente al espejo. Habían establecido un equilibrio cómodo en su rutina, una especie de danza silenciosa que hablaba de una conexión más profunda de lo que ambos estaban dispuestos a reconocer.Ha-na se acercó para darle el beso diario estipulado por el contrato, lo hizo con una moderación inusual. Sus labios rozaron los de Heinz de manera breve, casi desapasionada, como si un muro invisible la mantuviera contenida. Heinz notó el cambio de inmediato. Su mirada, siempre tan analítica, se posó en ella con curiosidad.—¿Ha-na? —preguntó él. Su tono era bajo.Ella desvió la mirada, fingiendo concentrarse en un pliegue imaginario de su blusa. No era que no quisiera besarlo como lo había hecho antes, sino que las palabras de Hee-so
En la tarde, en la empresa, Ha-na todavía sobre pensaba las cosas. Estaba con Heinz, todo había iniciado desde su boda fallida y se habían desarrollado por su contrato de besos. Ahora, sabía que él estaba prometido a otra mujer, Hak Hee-sook, otra mujer coreana. ¿Tanto le gustaban las asiáticas? Entendía la situación y la aceptaba, para él, solo era una aventura. Eso estaba bien, si era el rol que le daba, lo recibía con madurez.A la hora de la salida se arregló y entró a la oficina con sigilo, como muchas veces lo había hecho. Ya era como un acto de un criminal.La puerta del despacho se cerró con un leve clic tras Ha-na, aunque el sonido parecía resonar con fuerza en el aire tenso de la oficina. El sol de la tarde teñía la habitación con tonos cálidos, y la luz que se filtraba por las persianas dibujaba líneas irregulares sobre el rostro de Heinz. Él estaba absorto en los documentos sobre su escritorio, pero el leve crujir de sus pasos sobre el suelo lo hizo alzar la vista.El bril
Al salir, en vez de ir al penthouse, se dirigieron a otro lugar. Ha-na tenía una extraña corazonada que no la dejaba estar tranquila.La noche era fresca y serena, y las luces de la ciudad se extendían como un océano brillante bajo el mirador donde Heinz y Ha-na decidieron pasar parte de su velada. Había sido una decisión impulsiva, un acuerdo tácito entre ambos para escapar, aunque fuera por un momento, de la presión de sus respectivas responsabilidades y la complejidad de lo que compartían.El mirador estaba lleno de turistas y parejas, pero ellos se encontraban en su propio mundo, parados uno junto al otro, observando el horizonte. Heinz, con las manos metidas en los bolsillos de su abrigo, estaba más callado de lo habitual. Su perfil parecía aún más severo bajo la tenue luz de las farolas, pero sus ojos azules tenían una profundidad diferente esa noche, como si algo lo inquietara. Ha-na se aferraba al borde de su bufanda, los dedos tensos mientras trataban de ignorar las punzadas
Al día siguiente Hee-sook se preparaba para volver a Corea. Ya se había terminado su turismo y su supuesta cita con Heinz Dietrich, cuando solo se la había pasado con Hield Dietrich.Hield la ayudó con las maletas hacia la entrada del edificio y las subió al carro.—Vete —dijo Hees-sook con altivez y desprecio.—¿Qué? Yo te recogí y yo te llevaré al aeropuerto —contestó Hield con tranquilidad.—He dicho que te vayas. Ya no soporto verte, ni un segundo más —dijo Hee-sook con antipatía y desprecio—. Cancelaré el compromiso entre tu hermano y yo. Ya no habrá motivo para vernos y no pienso volver a este país.Hee-sook se puso gafas de sol y el conductor le abrió la puerta. Entró con clase y elegancia.Hield tragó saliva al verla como se alejaba. No eran nada y apenas se habían conocido en esa esa semana. Sin embargo, sentía un extra de presión en el torso al ver como aquella mujer coreana se marchaba para siempre de esa manera. Tensó la mandíbula. Había conocido muchas chicas hermosas que
Hee-sook la había escrito a Ha-na desde el celular, para informarle de su reunión sorpresa.Estaré en un almuerzo con Heinz por nuestro matrimonio. Les estaba haciendo creer cosas que no eran, solo para molestarla. —Ya que estás aquí y ustedes se la han pasado de maravilla, los padres de Hee-sook han venido para acordar la fecha de la boda —dijo el señor Dietrich—. Nos comentaste que te gustaba una mujer asiática y hemos hecho posible tu compromiso con la hermosa Hee-sook. ¿Están de acuerdo?—Sí, señor Dietrich. Es un gusto unir a nuestras familias en matrimonio —respondió el señor Hak.Heinz se mantuvo callado, viendo a Hee-sook y los mayores como hablaban de la boda y la unión como si no fuera nada importante. Sí, le gustaba una mujer asiática, pero Hee-sook, solo una, Harada Ha-na, nadie más.Hee-sook detallaba a Heinz. ¿Qué haría? ¿Era un hombre valiente y sin temor? Su hermano menor la había sorprendido con su tenacidad y lealtad. ¿Él se quedaría atrás y no lucharía por su amor
—Debo decir algo —comentó Heinz, captando la atención de los adultos. Apretó los puños y tensó la mandíbula—. Desde niño conocí a una mujer la cual me gustó porque era diferente a las demás, era asiática y su rostro hermoso me fascinó. Pero ella era mayor y yo solo un niño… La edad nos separaba ética, legal y socialmente. Era imposible en ese entonces, pero pasaron muchos años y ahora eso no es un problema. Solo la quería a ella, no solo porque se asiática, sino es porque quien me embelesó y de la que no he podido olvidarme ni un segundo. —Miró a su prometida—. Lo siento, Hee-sook, no tengo sentimientos por ti y no deseo casarme contigo. Me disculpo, pero este matrimonio está siendo impuesto por ustedes. No es mi intención faltarle el respeto a usted o Hee-sook, es que no puedo hacer algo que no quiero… La mujer que amo es asiática, es coreana y su nombre es Harada Ha-na… Mi flor.Hee-sook apretó los labios ante la confesión de Heinz. En verdad los Dietrich eran hombres dignos, tanto