135. La bicicleta

Hee-sook y Hield se marcharon luego. Hield siguió siendo su guía de turismo por la ciudad.

El atardecer teñía la ciudad de tonos cálidos, proyectando sombras largas en las aceras y reflejando los rayos dorados en las ventanas de los edificios. Hield conducía con calma, mientras el tráfico comenzaba a disminuir. De vez en cuando, desviaba la mirada del camino para observar a Hee-sook. Ella, sentada en el asiento del copiloto, mantenía su postura altiva, con la espalda recta y las piernas cruzadas. Su perfil era elegante, casi esculpido, y los reflejos anaranjados del sol jugaban en su cabello oscuro, dándole un brillo que Hield encontraba hipnótico.

Aunque trataba de concentrarse en manejar, su mente regresaba una y otra vez a los pensamientos que lo habían atormentado durante todo el día. ¿Por qué la idea de que otro hombre pudiera estar con ella lo irritaba tanto? Hee-sook no era suya, nunca lo había sido. Sin embargo, esa posibilidad le causaba una inquietud que no podía controlar.
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