ELENAEl gran día llegó. Mi habitación estaba cargada de perfumes florales y murmullos nerviosos, mezclados con el sonido tenue del viento que golpeaba contra las ventanas. Sentada en el tocador, con mis dedos entrelazados sobre mi regazo, sentía cada movimiento a mi alrededor, cada pequeño tirón del corsé, cada paso ligero sobre la alfombra.—Está perfecto, mi señora, —dijo una de las chicasSonreí, aunque no podía ver el reflejo que me devolvía el espejo. Mi vida iba a cambiar, y con ello, el destino de nuestra manada.De pronto, el sonido firme de unos nudillos contra la puerta interrumpió la atmósfera tranquila. —Quiero hablar con Elena a solas.Dante.Las chicas dudaron un instante, pero tras una breve pausa, obedecieron y abandonaron la habitación.—¿Dante? —pregunté, girando mi rostro hacia el sonido de sus pasos. —¿Está todo bien?Lo sentí acercarse, su presencia llenando el espacio. Su mano cálida tocó la mía, y por un momento el aire pareció volverse más pesado.—Sí, Elen
ELENA El viento frío de la mañana recorría mi piel, elevando el vello de mis brazos mientras la seda del vestido rozaba mis piernas con cada movimiento. A pesar de no poder verlo, podía sentir el peso de la mirada de todos los presentes, la expectación que colgaba en el aire como una tormenta a punto de desatarse. Era mi boda, el día en el que finalmente uniría mi destino al de Dante.—Estás hermosa, Elena, —murmuró Liana mientras ajustaba una de las flores que adornaban mi cabello.Sonreí, un gesto más para tranquilizar a mi amiga que para expresar verdadera alegría. Había un nudo en mi pecho, un presentimiento que no lograba sacudirme, aunque no podía explicar por qué.Mi tío me tomó del brazo para guiarme. —Tu madre estaría orgullosa de ver en lo que te has convertido. —Gracias tío. Sé qué no es el momento, pero este momento me da nostalgia e inquietud por sobre mi padre. —Quisiera tener una repuesta sobrina, pero mi hermana nunca me contó sobre él y tampoco sé si él sabía sob
La confesión de Atenea seguía taladrando mi mente como un eco interminable: Selene es una hechicera.No podía procesarlo. No podía creerlo. Cada fibra de mi ser quería rechazar esa verdad, pero allí estaba Atenea, su cuerpo agonizante y su mirada llena de angustia, dejando claro que no era una mentira.—Ella nos atacó, —jadeó Atenea, su voz apenas un susurro. Su rostro pálido estaba cubierto de sudor, y su sangre manchaba mis manos. —Hirió a Adriel...Mis labios se movieron, pero no salió sonido alguno. Sentía un nudo en la garganta que me asfixiaba. La imagen de Selene, con su risa cálida y su sonrisa que me había conquistado, chocaba violentamente contra esta nueva realidad.De pronto, el grito de Mikhail cortó el aire como un relámpago.—¡Alaric!Me giré hacia el sonido, encontrándolo de rodillas frente a una figura inmóvil entre las sombras. Adriel. Mi corazón se hundió.Corrí hacia ellos, tropezando con la nieve, mis pensamientos, un torbellino. Cuando llegué, Mikhail levantó la
El murmullo del viento acariciaba la ceremonia como un susurro solemne, un recordatorio de que hasta la naturaleza estaba de luto. De pie junto al ataúd de mi tío Adriel, sentía el peso de la pérdida hundiéndose en cada fibra de mi ser. La ausencia de su risa, de su guía, era un vacío que nunca podría llenarse.Mi mano temblaba mientras rozaba la superficie fría de su rostro. Dante estaba junto a mí, su presencia cálida y sólida, pero incluso él no podía aliviar el dolor que me desgarraba.La manada aullaba, mientras rodeaban el cuerpo de mi tío —Tío, —dije en voz baja, apenas un susurro, pero lleno de determinación. —Juro aquí, ante tu tumba, que vengaré tu muerte. Sea quien sea el culpable, pagará con su vida.La tensión en el aire era palpable. Dante apretó mi hombro con suavidad, un gesto que mezclaba consuelo y preocupación.—No estás sola en esto, Elena, —dijo con voz firme. —Estoy contigo, en cada paso, ahora como tu esposo, estaré contigo en las buenas y las malas. Asentí,
ALARICEl sonido metálico de las llaves girando en la cerradura me sacó del trance. Había pasado tanto tiempo en la penumbra de la celda que el ruido me resultó casi ensordecedor. La puerta se abrió con un chirrido, y la figura de Dante se recortó en el umbral. Su olor, mezcla de madera y rabia contenida, llegó a mí antes que sus palabras.—Levántate, Alaric.Su voz era tan cortante como una hoja recién afilada. Me puse de pie lentamente, cada movimiento calculado. No iba a mostrar debilidad, no ante él.Antes de que pudiera decir algo, su puño conectó con mi rostro. El impacto fue un estallido de dolor que resonó en mi mandíbula. Tropecé, pero me mantuve en pie.—Eso es por Adriel, —espetó, su voz cargada de furia. —No importa lo que le hayas dicho a Elena. Yo sé la verdad. Sé lo que hiciste.Me llevé una mano a la boca, probando el sabor metálico de la sangre. Lo miré con una sonrisa ladeada, una que sabía que lo enfurecería aún más.—Si supieras la verdad, no estaríamos teniendo e
ELENA—¡Igor! —llamé, mi voz quebrada por la ansiedad—. ¡Igor, hijo! ¿Dónde estás?Silencio. Mi corazón martilleaba con fuerza, y el frío de la preocupación se extendía por mi pecho. Traté de escuchar, de captar cualquier sonido que indicara dónde estaba. No podía soportar la idea de que algo le hubiera pasado.—¿Igor?De repente, pasos firmes se acercaron hacia mí. Supe de inmediato que era Dante; reconocería su presencia en cualquier lugar.—Elena, tranquila, —dijo con voz grave y calmada. —Lo encontré. Igor está bien.Un suspiro tembloroso escapó de mis labios.—¿Dónde estaba?—Jugando cerca de la casa, —respondió. —Debemos recordarle que no puede alejarse sin avisar.Sentí un alivio abrumador cuando Dante colocó a Igor en mis brazos. El pequeño soltó una risita despreocupada, ajeno a mi desesperación. Lo abracé con fuerza, hundiendo mi rostro en su cabello suave.—No vuelvas a asustarme así, Igor, —murmuré, tratando de mantener mi voz firme.Dante se inclinó y besó mi frente con
ELENA —Todo fue por Selene, Elena, —insistió Liana—. El vino que le dio lo mantenía bajo su control. Alaric no estaba en sus cabales, no podía actuar por voluntad propia. Cada decisión que tomó, cada acto que cometió… todo fue manipulado por ella.Cerré los ojos —un gesto automático más que necesario, considerando mi ceguera— y apreté los labios. Había algo en sus palabras que quería rechazar, una resistencia obstinada a permitir que esas piezas encajaran en el rompecabezas de mi realidad.—Y eso qué importa ahora, Liana, —respondí finalmente—Yo ya tomé mi decisión. Me casé con Dante. Él es mi esposo, el hombre que estuvo conmigo cuando más lo necesitaba. Él me salvó del calabozo que el propio Alaric ordenó, me ayudó a reconstruirme cuando no sabía si podría levantarme de nuevo.Liana suspiró con frustración. Sentí cómo se movía a mi alrededor, probablemente intentando contener lo que realmente quería decir.—Elena, —su voz adoptó un tono más suave, casi maternal—, no confundas el am
ELENAMi espalda estaba presionada contra la corteza rugosa del árbol, mi respiración entrecortada mientras luchaba por mantener el aire en mis pulmones. Unas manos ásperas me sujetaban del cuello, privándome del oxígeno que tanto necesitaba. La sensación de asfixia era insoportable, pero mi instinto de supervivencia superaba cualquier debilidad.—Así que Elena Moon White. —¡Suéltame!—Hoy es el día de tu muerte. Llevaba dos días en búsqueda de Dante, me aparté de mis betas, ya que creí verlo, pero fue un extraño quien me tomó por el cuello. Mi mente corría tan rápido como mi corazón. Intenté recordar cada lección, cada movimiento que me habían enseñado para defenderme, pero la falta de visión complicaba todo. Solo podía sentir, oler, escuchar… y ahora, luchar.Con todas mis fuerzas, levanté una rodilla hacia el cuerpo del hombre que me tenía atrapada. Lo escuché gruñir, pero su agarre no cedió. Mi rabia se intensificó. No iba a morir aquí, no de esta forma.Y entonces, todo cambi