CAPÍTULO 38

ELENA

—¡Igor! —llamé, mi voz quebrada por la ansiedad—. ¡Igor, hijo! ¿Dónde estás?

Silencio. Mi corazón martilleaba con fuerza, y el frío de la preocupación se extendía por mi pecho.

Traté de escuchar, de captar cualquier sonido que indicara dónde estaba. No podía soportar la idea de que algo le hubiera pasado.

—¿Igor?

De repente, pasos firmes se acercaron hacia mí.

Supe de inmediato que era Dante; reconocería su presencia en cualquier lugar.

—Elena, tranquila, —dijo con voz grave y calmada. —Lo encontré. Igor está bien.

Un suspiro tembloroso escapó de mis labios.

—¿Dónde estaba?

—Jugando cerca de la casa, —respondió. —Debemos recordarle que no puede alejarse sin avisar.

Sentí un alivio abrumador cuando Dante colocó a Igor en mis brazos. El pequeño soltó una risita despreocupada, ajeno a mi desesperación. Lo abracé con fuerza, hundiendo mi rostro en su cabello suave.

—No vuelvas a asustarme así, Igor, —murmuré, tratando de mantener mi voz firme.

Dante se inclinó y besó mi frente con
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