ELENAEl estudio de mi tío Adriel siempre había sido un lugar sagrado para mí.Este lugar había sido el corazón de la manada, y ahora, como líder, era mío. Pero hoy no me sentía fuerte, ni invencible. Me sentía traicionada.Esperaba a Dante. Mi esposo. La persona en quien más confiaba… hasta que dejó de serlo. Cada segundo que pasaba sin que llegara se sentía como una piedra más en el creciente peso que cargaba en el pecho. Finalmente, escuché el sonido de sus botas contra el suelo del pasillo.—Elena. —Su voz grave llenó el espacio antes de que él lo hiciera.La puerta se cerró detrás de él con un suave clic, y su aroma, una mezcla de cedro y cuero, envolvió el aire. No hubo vacilación en sus pasos; se acercó a mí con determinación y, antes de que pudiera decir nada, sentí sus labios sobre los míos. —Hola amor. —me besó y le correspondí—. Tus ojos. —dijo de pronto al darse cuenta de que no me encontraba con ceguera. Hizo un gesto y supe que su pregunta no tardaría. —¿Dónde está Ig
La conmoción era palpable, como un manto que envolvía a todos los presentes. Selene estaba ahí, de pie frente a nosotros, pero parecía apenas una sombra de la mujer que recordaba. Su cabello, antes brillante, estaba sucio y desordenado, y sus ropas desgarradas colgaban de su cuerpo como si fueran una burla de lo que alguna vez fue. Sus ojos, sin embargo, mantenían una fuerza inquietante, desafiando las miradas incrédulas que se clavaban en ella.Alaric fue el primero en moverse. Su rabia fue un torbellino que lo llevó directo a Selene, tomándola por el cuello con una fuerza que me hizo contener el aliento.—¡Maldita sea, Selene! —su voz era un rugido, cargado de una ira contenida que había estado acumulándose por demasiado tiempo—. ¿Crees que puedes aparecer así, como si nada? ¿Después de haberme manipulado con ese maldito vino hechizado?Selene no hizo el menor esfuerzo por liberarse. Su postura era rígida, pero sus ojos se clavaron en los de Alaric con una calma desconcertante.—No
ELENAEl suave vaivén de la mecedora parecía calmar a Igor, quien ya había cerrado sus pequeños ojos. Mi hijo. Mi milagro. Lo miré con un amor que dolía en el pecho mientras lo colocaba con cuidado en su cuna. Su respiración era tranquila, un suave susurro que me hacía olvidar, aunque solo por un instante, el caos que rugía afuera.Sabía que mi ejército estaba ahí fuera, buscándola. Atenea había escapado y, con cada hora que pasaba, el peligro crecía. Pero en ese momento, la única presencia que importaba era la de mi hijo. Acaricié su mejilla con la yema de los dedos y me prometí, como tantas veces antes, que haría todo lo posible por protegerlo.Al girarme hacia la esquina de la habitación, mi mirada cayó sobre los diez diarios que Dámaso me había entregado. Eran viejos, encuadernados en cuero desgastado, fueron enviados por su madre, ahí estaba la historia de mi origen, mi historia, todo lo que había estado oculto...Pero antes de que pudiera empezar a leer, una presencia irrumpió e
DÉCADAS ATRÁS…—¿Estás segura? —preguntó Safira, con los ojos brillando de emoción mientras se inclinaba hacia adelante.Esther asintió, sujetando con fuerza su taza de té, como si el calor que emanaba pudiera calmar la tormenta de emociones que llevaba dentro.—Estoy embarazada, Safira —susurró con una sonrisa tímida que no podía esconder la felicidad que iluminaba su rostro.Safira soltó una carcajada y se levantó para abrazarla.—¡Eso es increíble! —exclamó, atrayendo la atención de algunos clientes cercanos—. Estoy tan feliz por ti.Esther rió suavemente, pero su expresión se tornó seria. Bajó la mirada hacia su taza, evitando los ojos de Safira.—Esta noche se lo voy a decir a Omar —dijo en voz baja, casi temiendo pronunciar esas palabras.El rostro de Safira se oscureció ligeramente.—¿Y también le vas a contar la verdad? —preguntó, dejando caer las palabras con cuidado.Esther respiró hondo, sus dedos tamborilearon contra la mesa antes de asentir.—Sí. Esta noche sabrá todo.Má
—¿Esther? —La voz profunda de Adriel llegó desde el interior antes de que él abriera la puerta—. ¡Hermana!—Necesito hablar contigo —dijo Esther, evitando mirarlo directamente a los ojos.Adriel frunció el ceño, pero le hizo un gesto para que pasara. —Desapareces por años y regresas solo diciendo que tienes que hablar conmigo. Ella tragó saliva. El momento que había pospuesto por semanas finalmente había llegado.—Estoy embarazada.El silencio que siguió fue tan pesado que casi podía sentirlo presionando su pecho. Adriel la miró fijamente, sus ojos grises ampliándose por la sorpresa.—¿Qué? —susurró, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.—Voy a tener un bebé —repitió Esther, esta vez con más fuerza.Adriel dejó escapar un respiro tembloroso. Su expresión cambió de la incredulidad a una mezcla de emoción y decepción.—¿Quién es el padre? —preguntó con voz tensa.Esther bajó la mirada, jugueteando con sus dedos.—No quiero hablar de eso.Adriel golpeó la mesa con la pal
El leve murmullo de risas me sacó del sueño. Por un momento, pensé que seguía soñando, pero el sonido era real, cálido y cercano. Abrí los ojos lentamente, ajustándome a la luz de la mañana que entraba por la ventana.Y allí estaban.Alaric estaba en el suelo, sentado con las piernas cruzadas, mientras Igor intentaba arrebatarle algo de las manos. Mi pequeño, con su cabello despeinado y su risa contagiosa, era todo lo que iluminaba la habitación. Alaric se dejó "vencer", soltando el pequeño muñeco de madera que Igor reclamaba con tanto entusiasmo.La escena me golpeó directo al corazón. Alaric, el hombre que parecía tan invencible, tan irrompible, ahora se veía completamente humano. Vulnerable. Padre.No quería interrumpir, pero mi respiración traicionó mi presencia. Alaric levantó la cabeza y nuestras miradas se encontraron.—Buenos días —dijo con suavidad, poniéndose de pie con Igor aún abrazando su pierna.—¿Desde qué hora estás aquí? —pregunté, con la voz todavía rasposa por el su
ALARICEl aire del bosque estaba cargado, como si cada brizna de hierba supiera lo que estaba por venir. Caminábamos en silencio, cada uno con sus pensamientos, pero mi mirada no podía evitar desviarse hacia ella. Elena. A la distancia, su figura se movía con una gracia que me recordaba por qué la luna nunca se equivoca. Desde el primer momento, mi lobo supo que ella era la indicada. No importaba cuántas barreras intentara levantar entre nosotros, no importaba cuántas veces el destino parecía empeñado en separarnos. Siempre era ella.Mi pecho se apretó al pensar en todo lo que habíamos perdido, en las decisiones que me habían llevado lejos de ella, en el maldito vino que Selene me había dado para manipularme. Cerré los ojos por un instante, intentando calmar la rabia que amenazaba con consumir mis pensamientos. No podía permitir que esos errores me definieran. No cuando aún podía luchar por ella.—Alaric. —La voz de Selene interrumpió mis pensamientos, obligándome a mirar hacia su dir
El aire en la habitación se sentía pesado, denso, como si las paredes estuvieran absorbiendo mi desesperación y devolviéndola amplificada. Frente a mí, sobre la mesa, se apilaban los diarios de la madre de Dámaso, las hojas amarillentas llenas de palabras que parecían un rompecabezas imposible de resolver. Llevábamos dos días buscando en el bosque, siguiendo el liderazgo de Alaric, pero era como perseguir sombras. No podíamos darnos el lujo de perder más tiempo. Igor estaba en peligro. Mi hijo estaba en peligro.Mis manos temblaban mientras pasaba las páginas, los ojos recorriendo líneas escritas con una caligrafía fina y prolija, pero mi mente apenas retenía las palabras. "Tiene que estar aquí", me repetía una y otra vez, como si la insistencia pudiera invocar la respuesta. Atenea era astuta, siempre un paso adelante, pero si había algo que sabía de esa maldita hechicera, era que su ego no le permitía dejar las cosas al azar. Tenía que haber dejado algo, algún rastro.De pronto, mi