El leve murmullo de risas me sacó del sueño. Por un momento, pensé que seguía soñando, pero el sonido era real, cálido y cercano. Abrí los ojos lentamente, ajustándome a la luz de la mañana que entraba por la ventana.Y allí estaban.Alaric estaba en el suelo, sentado con las piernas cruzadas, mientras Igor intentaba arrebatarle algo de las manos. Mi pequeño, con su cabello despeinado y su risa contagiosa, era todo lo que iluminaba la habitación. Alaric se dejó "vencer", soltando el pequeño muñeco de madera que Igor reclamaba con tanto entusiasmo.La escena me golpeó directo al corazón. Alaric, el hombre que parecía tan invencible, tan irrompible, ahora se veía completamente humano. Vulnerable. Padre.No quería interrumpir, pero mi respiración traicionó mi presencia. Alaric levantó la cabeza y nuestras miradas se encontraron.—Buenos días —dijo con suavidad, poniéndose de pie con Igor aún abrazando su pierna.—¿Desde qué hora estás aquí? —pregunté, con la voz todavía rasposa por el su
ALARICEl aire del bosque estaba cargado, como si cada brizna de hierba supiera lo que estaba por venir. Caminábamos en silencio, cada uno con sus pensamientos, pero mi mirada no podía evitar desviarse hacia ella. Elena. A la distancia, su figura se movía con una gracia que me recordaba por qué la luna nunca se equivoca. Desde el primer momento, mi lobo supo que ella era la indicada. No importaba cuántas barreras intentara levantar entre nosotros, no importaba cuántas veces el destino parecía empeñado en separarnos. Siempre era ella.Mi pecho se apretó al pensar en todo lo que habíamos perdido, en las decisiones que me habían llevado lejos de ella, en el maldito vino que Selene me había dado para manipularme. Cerré los ojos por un instante, intentando calmar la rabia que amenazaba con consumir mis pensamientos. No podía permitir que esos errores me definieran. No cuando aún podía luchar por ella.—Alaric. —La voz de Selene interrumpió mis pensamientos, obligándome a mirar hacia su dir
El aire en la habitación se sentía pesado, denso, como si las paredes estuvieran absorbiendo mi desesperación y devolviéndola amplificada. Frente a mí, sobre la mesa, se apilaban los diarios de la madre de Dámaso, las hojas amarillentas llenas de palabras que parecían un rompecabezas imposible de resolver. Llevábamos dos días buscando en el bosque, siguiendo el liderazgo de Alaric, pero era como perseguir sombras. No podíamos darnos el lujo de perder más tiempo. Igor estaba en peligro. Mi hijo estaba en peligro.Mis manos temblaban mientras pasaba las páginas, los ojos recorriendo líneas escritas con una caligrafía fina y prolija, pero mi mente apenas retenía las palabras. "Tiene que estar aquí", me repetía una y otra vez, como si la insistencia pudiera invocar la respuesta. Atenea era astuta, siempre un paso adelante, pero si había algo que sabía de esa maldita hechicera, era que su ego no le permitía dejar las cosas al azar. Tenía que haber dejado algo, algún rastro.De pronto, mi
CAPÍTULO 51—Déjalo ir —le exigí, avanzando un paso. Mi voz salió firme, aunque por dentro me sentía al borde de un abismo.Atenea sonrió. Fue una sonrisa lenta, venenosa, como si disfrutara de mi sufrimiento.—Qué valiente, Elena. —Su tono estaba cargado de burla—. Pero dime, ¿qué crees que puedes hacer contra mí?—Lo que sea necesario. —Mis palabras fueron un latigazo, y por un momento, vi cómo su sonrisa se ensanchaba.Alaric apareció a mi lado, su cuerpo irradiaba calor y furia contenida. —Atenea, suéltalo ahora, o no vivirás para arrepentirte —gruñó.Pero ella no se inmutó. En cambio, rió. Fue un sonido frío y hueco que resonó en la cueva.—¿Matarme? ¿De verdad? —dijo con una calma desconcertante. Bajó la mirada hacia Igor, como si él fuese nada más que un juguete roto—. ¿Sabes, Elena? Este niño es extraordinario. Su sangre es tan poderosa que unas simples gotas bastaron para que pudiera tocarlo. —Levantó la barbilla de Igor con un dedo, como si estuviera inspeccionando una pieza
ALARIC El dolor era insoportable, un fuego líquido que se extendía desde mi brazo hasta mi pecho, como si la bala de plata aún estuviera alojada en mi carne. Me obligué a no perder el control. No podía permitirme eso, no ahora. Agarré la bala con una garra temblorosa, hundiéndola en la herida mientras gruñía. La extraje con un movimiento rápido, mordiendo los dientes para no gritar. La pequeña esfera de metal cayó al suelo con un ruido sordo, sucia de mi sangre.Ese disparo era mortal para un hombre lobo. Lo sabía. Pero todavía no era mi hora. No mientras Elena e Igor siguieran ahí fuera, enfrentándose a Atenea.—Papá…Esa voz, tan pequeña y cargada de miedo, me hizo girar la cabeza. Allí estaba Igor, en su forma de cachorro, con los ojos enormes y brillantes llenos de lágrimas. Mi corazón, ya destrozado, se rompió un poco más al verlo.—Igor… —mi voz era un gruñido áspero, apenas audible por el rugido del fuego que consumía el bosque—. Escucha, necesito que me lleves con tu mamá.Él
ALARICLa luna llena iluminaba el cielo como un faro de plata, brillando sobre un territorio que ya no nos pertenecía. Todo lo que habíamos construido, todo lo que éramos, había sido reducido a cenizas y ruinas por la mano de los cazadores. No solo habíamos perdido nuestras tierras, habíamos perdido a Elena, nuestro alfa, nuestra guía… mi amor.El aire estaba impregnado de luto y desesperanza. Podía sentirlo en cada miembro de la manada, en cada paso pesado, en cada mirada que evitaba la mía. Pero mi atención estaba fija en Igor, que dormía profundamente en mis brazos, ajeno al caos que nos rodeaba. Su pequeño cuerpo, cálido y ligero, era mi única razón para seguir respirando.—Prometo que te voy a cuidar, Igor —murmuré, inclinándome ligeramente para que pudiera escucharme incluso en sus sueños—. Te encontraré un hogar seguro. Uno donde no tengas que vivir con miedo.El niño se removió un poco, hundiendo su pequeño rostro en mi pecho, y algo dentro de mí se quebró. Pensar en todo lo q
El motor del auto ronroneaba bajo mis manos, un sonido constante que llenaba el vacío de mis pensamientos. Mis dedos tamborileaban suavemente contra el volante mientras los rascacielos de la ciudad se alzaban ante mí. La misma ciudad que, décadas atrás, solo había sido un pequeño punto en el mapa. Ahora, era mi hogar. O al menos, lo más cercano que tenía a uno.El semáforo cambió a verde, y aceleré, dejando atrás la rutina matutina de la ciudad. Las calles estaban llenas de humanos caminando apresuradamente, ajenos a la oscuridad que acechaba en los rincones de su mundo. Cazadores, hombres lobo, secretos... Ellos nunca entenderían lo que se escondía bajo la superficie.Giré a la izquierda y, finalmente, el edificio apareció frente a mí. Alto, imponente, con su fachada de cristal reflejando el cielo gris. Mi nombre estaba grabado en letras doradas sobre la entrada principal: Corporación Blackstone. Irónico, considerando que hace años ni siquiera soñaba con pertenecer a este mundo, much
La puerta de la mansión se abrió con un crujido solemne, y un hombre alto, de cabello gris peinado hacia atrás y un porte autoritario, apareció en el umbral. El patriarca de la familia Argent. Vestía un traje impecable, con un reloj antiguo que asomaba de su bolsillo, un símbolo de riqueza heredada. —Señor Alaric, es un honor tenerlo aquí. Soy Charles Argent. Por favor, pase.Asentí, entrando al vestíbulo. techos altos, candelabros antiguos y paredes adornadas con retratos familiares de generaciones pasadas. Había un aire frío, no por la temperatura, sino por la presencia intangible de algo oculto, algo oscuro.—Gracias por recibirme, señor Argent.—Llámeme Charles, por favor —dijo, caminando junto a mí con una mano extendida hacia la sala principal—. Esta noche es una oportunidad para forjar un nuevo camino, una alianza que, estoy seguro, será beneficiosa para ambas partes.Mientras avanzábamos, un olor me golpeó de repente, cortando mis pensamientos como una navaja. Era débil, ape