CAPÍTULO 52

ALARIC

El dolor era insoportable, un fuego líquido que se extendía desde mi brazo hasta mi pecho, como si la bala de plata aún estuviera alojada en mi carne. Me obligué a no perder el control. No podía permitirme eso, no ahora. Agarré la bala con una garra temblorosa, hundiéndola en la herida mientras gruñía. La extraje con un movimiento rápido, mordiendo los dientes para no gritar. La pequeña esfera de metal cayó al suelo con un ruido sordo, sucia de mi sangre.

Ese disparo era mortal para un hombre lobo. Lo sabía. Pero todavía no era mi hora. No mientras Elena e Igor siguieran ahí fuera, enfrentándose a Atenea.

—Papá…

Esa voz, tan pequeña y cargada de miedo, me hizo girar la cabeza. Allí estaba Igor, en su forma de cachorro, con los ojos enormes y brillantes llenos de lágrimas. Mi corazón, ya destrozado, se rompió un poco más al verlo.

—Igor… —mi voz era un gruñido áspero, apenas audible por el rugido del fuego que consumía el bosque—. Escucha, necesito que me lleves con tu mamá.

Él
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