CAPÍTULO 58

El rostro de la hija de Charles no salía de mi cabeza. Era como ver un fantasma. El mismo cabello oscuro, la misma sonrisa suave que solo Elena tenía. No era posible, pero ahí estaba, una copia exacta de la mujer que amé y que la muerte me arrebató.

Por un momento, sentí un impulso irrefrenable de abrazarla, de confirmar con el tacto lo que mis ojos me decían. Pero sabía que no podía. No debía.

Mi mente seguía atrapada en ese torbellino de pensamientos cuando la luz de un auto iluminó de golpe mi parabrisas. Un segundo de distracción bastó para que todo se descontrolara.

Giré el volante instintivamente, sintiendo la tracción del auto aferrarse al pavimento con un chirrido ensordecedor. El otro vehículo pasó rozándome, su bocina sonando como una maldición en la noche. Mi respiración estaba agitada, el pulso desbocado. No podía darme el lujo de perder la concentración.

Apreté los dedos contra el volante y continué mi camino. No tardé en llegar a casa, y al bajarme, el aire frío de la n
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