La ira hervía en mi interior mientras miraba a mi padre con incredulidad. No podía creer lo que estaba escuchando.—¿En serio? ¿Me estás diciendo que simplemente la dejaste escapar? —espeté, cruzándome de brazos, tratando de contener la rabia que me quemaba la garganta.Mi padre ni siquiera se inmutó. Se limitó a darme una mirada severa antes de hablar con esa voz tranquila pero implacable que siempre había utilizado conmigo.—Olvídalo, Esther. Esa loba no importa. Lo que sí importa es que su presencia aquí nos confirma que hay más de ellos en este pueblo. Y eso significa que tenemos trabajo por hacer.—No se trata solo de la loba, papá. Se trata de que tomaste decisiones sin consultarme. Sabes que esto no funciona así. Cualquier cosa que hagamos aquí, cualquier movimiento, lo decidimos juntos, ese desconocido no tenía que estar en la casa —dije con un tono afilado, sin bajar la mirada.Los ojos de mi padre brillaron con una mezcla de paciencia y desconfianza. No le gustaba que lo des
El rostro de la hija de Charles no salía de mi cabeza. Era como ver un fantasma. El mismo cabello oscuro, la misma sonrisa suave que solo Elena tenía. No era posible, pero ahí estaba, una copia exacta de la mujer que amé y que la muerte me arrebató.Por un momento, sentí un impulso irrefrenable de abrazarla, de confirmar con el tacto lo que mis ojos me decían. Pero sabía que no podía. No debía.Mi mente seguía atrapada en ese torbellino de pensamientos cuando la luz de un auto iluminó de golpe mi parabrisas. Un segundo de distracción bastó para que todo se descontrolara. Giré el volante instintivamente, sintiendo la tracción del auto aferrarse al pavimento con un chirrido ensordecedor. El otro vehículo pasó rozándome, su bocina sonando como una maldición en la noche. Mi respiración estaba agitada, el pulso desbocado. No podía darme el lujo de perder la concentración.Apreté los dedos contra el volante y continué mi camino. No tardé en llegar a casa, y al bajarme, el aire frío de la n
IGORLlevaba la nariz ensangrentada y el labio partido, pero no me importaba. Había sido una buena pelea. Me pasé la mano por la cara y gruñí cuando mis dedos tocaron el lugar donde Freddie había logrado darme un buen golpe. Maldito idiota.No soportó la idea de que el entrenador me ofreciera la capitanía del equipo. Puse todo de mí en la audición, y a pesar de que él era el actual capitán, yo había demostrado que era mejor. Pero claro, a los hijos de los betas como él no les gusta que los dejen en segundo plano. No se lo tomó bien, y sus amigos tampoco.Me defendí, como siempre lo hacía. Como siempre lo había hecho.Caminé con la mandíbula apretada, en busca de un baño para limpiarme la sangre antes de que alguien más me hiciera preguntas innecesarias. Justo cuando doblé una esquina, choqué contra alguien. Algo—o más bien, alguien—cayó al suelo junto con un montón de libros y papeles esparcidos por todas partes.—¡Mierda! —murmuré, retrocediendo un paso.—¿Puedes ver por dónde camina
ALARICLa tensión en la habitación era palpable. Dámaso tamborileaba los dedos sobre la mesa con impaciencia, mientras que Dara cruzaba los brazos con el ceño fruncido. Mikhail, por su parte, se mantenía impasible, observando la puerta con frialdad. Yo respiré hondo antes de hablar.—Cuando Charles llegue, quiero que mantengan la calma —dije, asegurándome de que mi tono fuera lo suficientemente firme para que lo tomaran en serio—. No es suficiente acabar con el líder de los cazadores. Si queremos que esta guerra termine, debemos destruir la organización por completo.Dara soltó una risa sarcástica.—¿Y cómo se supone que lo hagamos? ¿Invitándolos a cenar y pidiéndoles amablemente que se retiren?—Dara… —advirtió Mikhail.—Lo que quiero decir es que nos estamos uniendo al enemigo. En ese momento, la puerta se abrió y Charles Argent hizo su entrada. Alto y de porte elegante, caminó con calma hasta la mesa, mostrando una sonrisa educada.—Mis disculpas por la tardanza —dijo mientras se
IGORLa casa estaba más ruidosa de lo normal. Bajé las escaleras con el ceño fruncido, sintiendo un ligero malestar por el bullicio que retumbaba en los pasillos. Nunca me había importado demasiado lo que mi padre hacía con sus negocios, pero esta vez parecía diferente. Vi a Liana moviéndose de un lado a otro, organizando detalles como si se tratara de un evento de suma importancia.—¿Qué demonios pasa aquí? —pregunté con fastidio, deteniéndome en la entrada de la sala.Liana levantó la vista de unos papeles y me dirigió una mirada seria.—Papá tiene invitados especiales para la cena —respondió—. Quiere que todos estemos presentes, incluyendo a ti.Bufé. Sabía exactamente qué significaba eso: reuniones largas y tediosas con personas que hablaban en círculos sobre cosas que no me interesaban.—No pienso estar en esos dichosos negocios —espeté cruzándome de brazos—. Son aburridos.Liana suspiró, dejando los papeles sobre la mesa con un golpe seco.—No puedes faltar, Igor. No esta vez —
ESTHEREl aire dentro de la casa de Alaric se sentía pesado, cargado de una extraña familiaridad que me inquietaba. No era solo la decoración, ni la forma en que las sombras jugaban en las paredes con la luz tenue de los candelabros, sino algo más profundo, como si un eco de recuerdos olvidados intentara abrirse paso en mi mente. No me gustaba. No me gustaba nada.Las miradas fijas sobre mí tampoco ayudaban. Todos los presentes parecían analizar cada uno de mis movimientos, como si trataran de descifrar un enigma oculto en mi rostro. Fingí no notarlo, manteniendo mi postura erguida y mi expresión impasible, pero el desasosiego era real. No entendía por qué me observaban con tanta atención, y menos aún por qué sentía este repentino malestar en mi pecho.Mientras intentaba encontrar una razón lógica para mi incomodidad, la voz de mi padre interrumpió mis pensamientos.—Es admirable, realmente admirable—dijo con tono afable, dirigiéndose a Alaric. —Criar a un hijo solo no es algo que m
ALARICDesde la puerta, observé en silencio cómo Charles y sus nietas, Chloe y Chelsy, intentaban despertar a Esther. Sus rostros estaban tensos, la preocupación marcando cada uno de sus movimientos. Susurraban su nombre con insistencia, tocándole el rostro, sacudiéndola suavemente, como si temieran que cualquier gesto brusco pudiera romperla.No aparté la vista de ella. Aún podía sentir el peso de su cuerpo en mis brazos, el impacto de la caída reverberando en los míos. Fue una cuestión de instinto. La sensación de que algo no estaba bien me hizo salir al jardín, justo a tiempo para ver su silueta desplomarse desde la azotea. No pensé, solo actué. Salté para atraparla y, aunque logré amortiguar su caída, el golpe contra el suelo la dejó inconsciente.—Esto no debió pasar —murmuré para mí mismo.Mis pensamientos fueron interrumpidos por Liana, quien se acercó con el ceño fruncido. —Es impresionante —dijo con voz baja, casi como si hablara consigo misma.Giré la cabeza hacia ella. Sa
IGOR El aire frío de la pista de hockey aún se pegaba a mi piel mientras caminaba por los pasillos del gimnasio. Había terminado el entrenamiento, el sudor aún pegado a mi espalda a pesar de la ducha rápida que me di. Mi equipo de hockey había dejado la cancha y ahora el equipo femenino estaba practicando. Pero había algo que no cuadraba.No vi a Chelsy. Y tampoco vi a Chloe entre las porristas.Algo dentro de mí me dijo que algo no estaba bien. Tomé mi mochila y caminé por los pasillos con la esperanza de encontrar a alguna de ellas. Entonces, la vi. Chloe estaba apoyada contra los casilleros, mirando al suelo con los brazos cruzados, su expresión perdida en pensamientos oscuros. Me acerqué, sintiendo un nudo de preocupación formarse en mi pecho.—Hey —dije suavemente—. ¿Estás bien?Ella levantó la vista, sus ojos azules estaban apagados, como si una tormenta se formara detrás de ellos. Dudó por un segundo antes de responder.—Aquí no —susurró—. ¿Podemos ir a mi auto?Asentí sin du