CAPÍTULO 51

CAPÍTULO 51

—Déjalo ir —le exigí, avanzando un paso. Mi voz salió firme, aunque por dentro me sentía al borde de un abismo.

Atenea sonrió. Fue una sonrisa lenta, venenosa, como si disfrutara de mi sufrimiento.

—Qué valiente, Elena. —Su tono estaba cargado de burla—. Pero dime, ¿qué crees que puedes hacer contra mí?

—Lo que sea necesario. —Mis palabras fueron un latigazo, y por un momento, vi cómo su sonrisa se ensanchaba.

Alaric apareció a mi lado, su cuerpo irradiaba calor y furia contenida. —Atenea, suéltalo ahora, o no vivirás para arrepentirte —gruñó.

Pero ella no se inmutó. En cambio, rió. Fue un sonido frío y hueco que resonó en la cueva.

—¿Matarme? ¿De verdad? —dijo con una calma desconcertante. Bajó la mirada hacia Igor, como si él fuese nada más que un juguete roto—. ¿Sabes, Elena? Este niño es extraordinario. Su sangre es tan poderosa que unas simples gotas bastaron para que pudiera tocarlo. —Levantó la barbilla de Igor con un dedo, como si estuviera inspeccionando una pieza
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