CAPÍTULO 36

El murmullo del viento acariciaba la ceremonia como un susurro solemne, un recordatorio de que hasta la naturaleza estaba de luto. De pie junto al ataúd de mi tío Adriel, sentía el peso de la pérdida hundiéndose en cada fibra de mi ser. La ausencia de su risa, de su guía, era un vacío que nunca podría llenarse.

Mi mano temblaba mientras rozaba la superficie fría de su rostro. Dante estaba junto a mí, su presencia cálida y sólida, pero incluso él no podía aliviar el dolor que me desgarraba.

La manada aullaba, mientras rodeaban el cuerpo de mi tío

—Tío, —dije en voz baja, apenas un susurro, pero lleno de determinación. —Juro aquí, ante tu tumba, que vengaré tu muerte. Sea quien sea el culpable, pagará con su vida.

La tensión en el aire era palpable.

Dante apretó mi hombro con suavidad, un gesto que mezclaba consuelo y preocupación.

—No estás sola en esto, Elena, —dijo con voz firme. —Estoy contigo, en cada paso, ahora como tu esposo, estaré contigo en las buenas y las malas.

Asentí,
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