CAPÍTULO 21

El frío de la madrugada me rozaba el rostro, pero no era suficiente para enfriar la tormenta que tenía en mi interior. Estaba despierta, aunque no recuerdo haber dormido. Dante, a mi lado, tenía su brazo alrededor de mi cintura, su calor envolviéndome como un escudo que no pedí, pero que no rechacé.

Su respiración era rítmica, tranquila, como si el peso del mundo no lo alcanzara mientras dormía. Yo, en cambio, no podía dejar de pensar en Igor. En mi hijo. Liana me había dicho que estaría bien, que no debía preocuparme, pero sus palabras eran un bálsamo superficial para una herida que supuraba angustia. La idea de estar tan lejos de él, de no poder protegerlo, me carcomía.

Entonces, como un látigo invisible, volvió el recuerdo de anoche. De lo cerca que estuve de entregarme a Dante. Sus manos habían sido firmes, seguras, su voz un susurro cargado de promesas. Pero algo... o alguien, había intervenido. No podía explicarlo, pero había sentido una barrera intangible, una que no me permití
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