ElenaNo soy buena pidiendo perdón, pero aquí estaba, atrapada en esta habitación de hospital fría y estéril, donde el olor a desinfectante me hacía querer vomitar. La luz blanca iluminaba cada rincón, resaltando las imperfecciones de mi piel, y el ruido monótono de las máquinas me recordaba que estaba viva. Pero la verdad era que me sentía más muerta que nunca. Miré a Cristhian, parado junto a la ventana, con su mirada perdida en el horizonte. Era como un hermoso desastre, y yo estaba ahí, dispuesta a arruinarlo todo aún más.—Cris, necesito que me escuches —dije, mi voz saliendo con más fuerza de lo que sentía. Aunque la verdad, con todo lo que había pasado, estaba lista para que me mandara al carajo.Él giró la cabeza, los ojos duros, pero había algo en su expresión que me decía que estaba dispuesto a escuchar, aunque no lo admitiera. Tomé aire y decidí que ya no podía mantener más secretos.—Lo que pasó entre Richard y yo… todo comenzó cuando era una niña —murmuré, luchando con cad
CristhianDesde niño, había tratado de estar a la altura de la responsabilidad que implicaba ser el heredero del grupo Vandervert. Dejé de divertirme y me concentré en estudiar; tenía que ser el mejor. Mi padre se encargaba de recordármelo constantemente: no podía distraerme con cosas triviales. Los deportes que practicaba eran elegidos por él y nunca los jugaba por diversión, sino por mera competencia. Las películas que veía, la música, la ropa... todo lo elegía Richard por mí. Podría decirse que vivía una vida miserable hasta que Elena apareció en mi vida. O mejor dicho, reapareció. Ella siempre había sido la hija de los mejores amigos y socios de mis padres: Billy y Amanda Blake. Ya nos habíamos visto antes, en reuniones en mi casa o en la de ellos, en fiestas de la empresa, en salidas familiares, pero eso había sido cuando éramos muy pequeños, tanto que apenas lo recordaba. Aquellos momentos con los Blake se esfumaron de la noche a la mañana.Un día, mi madre nos dijo que la hija
SarahEstaba a punto de correr hacia Ryan. No podía creer que se me hubiese pasado por la mente dejarlo solo; yo era la causante de que estuviera allí, tendido en el suelo, inconsciente y malherido. Lo mínimo que podía hacer era no abandonarlo. Di un paso inseguro, luego otro y otro más. Cuando finalmente me decidí a correr, alguien me agarró del brazo con fuerza. Al darme la vuelta, la visión de unos dientes podridos me provocó arcadas.—¡Dame la bolsa! —espetó la boca de dientes negros, que parecían caerse a pedazos, y un aliento fétido me golpeó en el rostro. La mujer frente a mí era piel y huesos. Me aferré con fuerza a la pequeña cartera blanca de diseñador que llevaba colgada del hombro. Valía más de lo que aquella mujer podía imaginar, pero para mí no era nada. Después de todo, tenía la fortuna de Xavier a mi disposición, y a él le encantaba que no escatimara en gastos; tenía todo lo que necesitaba para verme bien.Pero no iba a dejarme robar por aquella mujer, que estaba más c
Xavier—Reina a G5 —dijo Kiara, con su tono suave, pero implacable. Miré el tablero. Mi rey estaba cercado. El teléfono apoyado en mi oído parecía pesar más a medida que avanzaba la partida. No tenía a Kiara frente a mí, pero casi podía ver la expresión en su rostro; aquella sonrisa calculadora surcando su rostro mientras me acorralaba en el juego. Era paciente, pero insistente, siempre sabiendo exactamente cuándo atacar y cómo hacerlo —¿Y? ¿Tienes lo que te pedí? — ya venía venir aquella pregunta. Las piezas de ébano y marfil que había dispuesto cuidadosamente sobre la mesa de mi despacho parecían volverse más opresivas—Tienes que ser paciente, Kiara. Sabes que no es fácil. Torre C6 -anuncié moviendo la pieza en el tablero, tratando de ganar algo de terreno, un movimiento desesperado, lo sabía, pero Kiara tenía el poder sobrenatural de ponerme nervioso, incluso en una partida de ajedrez a distancia. Escuché una risa suave al otro lado de la línea que encendió el suiche de revoloteos
El departamento de Devon en el "Elysium Golden" estaba tal y como lo recordaba. Nunca he podido entender cómo una persona puede quedarse en un lugar toda su vida, cómo es que puede mantener todo igual. Si me viera obligado a vivir tanto tiempo en el mismo lugar, por lo menos haría una remodelación total de vez en cuando.—¿Eres Devon Kresler? —preguntó Rubí, cogiendo un libro de un estante. Ya casi había olvidado que ella también estaba ahí. Tenía que hacer que se fuera.—¿Has leído mis libros? —Devon respondió con otra pregunta. Tenía esa expresión en la cara, aquel gesto que hace siempre que recibe atención y elogios por su trabajo. Seguía siendo un maldito narcisista y seguía desplegando encanto con cada sonrisa y cada palabra que salía de su boca.—¡Todos y cada uno! —respondió Rubí—. Pero "La Teoría de los puntos del Poder" fue el mejor.—Bah, son solo tonterías que se le ocurren cuando está ebrio —sentí un poco de celos de la admiración de Rubí por Devon; ellos ni siquiera tenía
—Ha sido mi culpa —Ryan me interrumpió diciendo las palabras que yo debía decir—. No debí haber estado ahí —dijo mientras hurgaba en el bolsillo de su pantalón—. Pero esa golpiza fue lo mejor que me pudo pasar —agregó, sacando la pequeña bolsa con droga. La apretó en el puño con fuerza, miró el puño durante unos segundos, frunció los labios; sus mejillas estaban rojas. Abrió la ventanilla y arrojó la pequeña bolsa.—Entonces... estoy feliz de que te hayan dado esa paliza —tal vez era mejor así. Había tenido un momento de debilidad y casi me expongo. ¿Cómo se me pudo pasar por la cabeza confesarle a Ryan que Xavier lo había mandado a asaltar? Me sentí aliviada de no haberlo hecho. Cogí una bocanada de aire, como si hubiese estado conteniendo la respiración, y lo dejé salir en una exhalación ruidosa—. ¿Tienes preferencia por algún hospital en específico? —pregunté al recordar que ni siquiera le había dicho al chofer a dónde íbamos.—No lo sé... ehh —Ryan se rascó la nuca mientras pensab
SarahCuando entré a casa, Xavier estaba sentado en el sofá, con las piernas cruzadas y un libro abierto en el regazo, tan tranquilo, tan relajado. ¿Cómo podía estar así después de haber mandado a Ryan al hospital?—¿Obtuviste lo que necesitabas? —no pude evitar el tono de reproche, y él no tardó en percibirlo. Me quité los zapatos y me senté en el sillón frente a Xavier.—¿Cómo está el chico? —preguntó sin apartar la mirada del libro. Tenía la m*****a costumbre de responder una pregunta con otra, y aquello me irritaba—. Has hecho muy bien en llevarlo al hospital —agregó aún viendo el libro—. Ahora el chico cree que te preocupas por él y que tu amistad es genuina.—Sí, lo tengo en mis manos —dije fingiendo ser toda una villana, pero no lo era. Realmente me preocupaba por Ryan; estar con él en el hospital no fue parte de un personaje ni una jugada que me acercara a mi "anhelada venganza".—¿Quién te ha traído a casa? —preguntó cerrando el libro, como si no tuviera conocimiento de cada u
SarahAbrí el bolso y, además de un monedero, encontré un frasco de pastillas. "Dyana K." era el nombre en la etiqueta; el medicamento era algo como "oxi..." de no sé qué cosa. Le puse una píldora en la boca, y dudé que pudiera tragarla, pero lo hizo sin siquiera un sorbo de agua. Abrí una bolsa de galletas para Addy, lo cual resultó ser el distractor que esperaba. Observé a la chica: su cabello era rubio y muy corto, un poco masculino. Llevaba pantalones blancos anchos de lino, una camiseta de seda blanca y un blazer amarillo. Su estilo era una mezcla de bohemio y elegante; no parecía una adicta, excepto por la forma en que se marcaban sus huesos debajo de la piel.—Gra...gra...ci...cias —balbuceó; su cuerpo se tambaleó, y la sostuve. Su perfume era una mezcla de madera y café.—Muchas gracias —dijo finalmente—. No sé qué habría hecho.El medicamento parecía haber activado un interruptor en su cuerpo: ya no parecía tensa; sus manos habían soltado el carrito de compras.—No fue nada —