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5. Será nuestro secreto, cuñada.

Los padres de Dominik parecían mantener una charla agradable con su hijo. Era posible que en ese momento su suegra estuviera culpándola por su retardo. ¿Pero qué podía hacer? Todavía temblaba del coraje y el frío.

Rebuscó en su armario hasta que encontró un vestido que su marido odiaba con el alma. Era el vestido que usó en su noche de bodas, pensaba que sería una noche inolvidable... pero la dejó sola en la cama. Trató de apartar de su mente aquellos malos recuerdos. Ella era tan joven que le dolía haber sido una tonta ilusionada.

Después de ducharse rápido y secarse el cabello, sacó el vestido de su funda.

El vestido era blanco y le llegaba debajo de los muslos, decentemente escotado pero dejando su espalda al aire libre. La parte de las piernas era muy pegada al cuerpo, así que decidió no usar ropa interior, justo como el día en que pensó tendría la noche de bodas más mágica del mundo. Un lazo le rodeba el cuello y caía por la espalda. Se calzó unos tacones también blancos y tomó su cartera plateada.

Se maquilló muy poco, solo no normal para no parecer un cadáver andante de lo pálida que estaba. Recogió su cabello en un moño alto con algunos mechones sueltos, y se colocó unos pendientes de diamantes que le había regalado su suegro en su cumpleaños número 23.

Cuando bajó, se encontró a sus suegros en la cocina bebiendo té helado, y a su esposo de espaldas.

—Así que para eso tardaste tanto, querida —soltó Elena apenas la vió. La miro de arriba hacia abajo, despreciativa como siempre.

Se trago el nudo de rabia que desataron sus palabras y sonrió.

—Imagina si tuviera más tiempo, Elena —le tuteo sin morderse la lengua.

Ella se quedó estupefacta, jamás le había hablado informalmente.

—Yo opino que estás bellísima, hija —su suegro le dedicó una cálida sonrisa y palmeó su hombro con cariño.

A Beth se le llenó el corazón de gratitud y afecto. En todos estos años, él fue como el padre que jamás tuvo. Que sí existía, pero al mismo tiempo no significaba nada en su vida.

Se aclaró la garganta para llamar la atención de su esposo, y el suspiro antes de darse la vuelta. Oh, fue un deleite para Beth ver como sus ojos se abrían en reconocimiento.

—Quítate eso —ordenó con lo dientes apretados.

Ella alzó una ceja.

—Es tarde, cariño. Es mejor que nos pongamos en marcha o tu abuela es capaz de venir hasta aquí —dijo con fingida inocencia, dando vuelta sobre sus talones y caminando a la salida.

La SUV de los padres de Dom estaba estacionada ya para salir, así que aunque noto que había un conductor, no le dió importancia.

«Quizás es el chófer», pensó sin darle más vueltas al asunto, abriendo ya la puerta del copiloto. No planeaba ir atrás junto a la mamá y su pollito, el camino era largo y quería ir lo más cómoda posible.

Cuando se sentó y escucho la voz a su lado, salto en su sitio.

—Bienvenida, señorita Grey. ¿Hacia dónde vamos? —Su cuñado la preguntó con ironía.

Beth se aguantó la risa y negó con la cabeza. Ha tenido que pasar los últimos cinco años siendo la «Señora Blake». Escuchar su apellido de soltera fue refrescante.

—No lo puedo creer, ¿tan mal está la economía que ahora haces de chófer?

Sammael hizo una mueca.

—¿Cuando has visto a otro chófer tan apuesto como yo?

Ella se quedó sin aliento, no supo qué responder. Y él se dió cuenta, porque dedicó su mirada al frente con una media sonrisa.

—Pero tú eres la pasajera más guapa que he subido, eso sí. —Su voz fue como terciopelo, casi sentía una caricia en la piel.

Justo en ese momento se abría la puerta de atrás, lo que la sobresalto. Por un breve instante, sintió que solamente eran ella y Sammael.

Sus suegros subieron junto a Dominik, quien renegó de inmediato.

—¿En serio, él va a manejar? ¿Y quién dijo que podías ir al frente, mujer? —volcó su atención en Beth, pero ella frunció sus labios.

Ese hombre era insoportable en todos los sentidos. ¿Qué bicho le picó cuando quedó tan enamorada de semejante basura?

—Yo, yo lo decidí.

A Beth se le escapó una tos, no podía ser verdad que quien dijo eso, era su cuñado. Lo volteó a ver con los ojos sorprendidos.

Y ella no fue la única en sorprenderse.

—¿Cómo dices? —preguntó Dominik.

Antes de responder, Sammael procedió a encender el carro y comenzar a salir del parqueadero.

—Pues claro. Mamá y su nuera favorita ahí atrás, en dos horas de viaje, y encerradas en cuatro paredes de metal. ¿Qué crees que pasaría? —soltó una pequeña risa sarcástica—. Terminaríamos armando un funeral antes de llegar a casa de la abuela.

Ella debía admitir que eso tenía algo de cierto.

Su suegro soltó una carcajada y aplaudió. Aunque Elena parecía haberse tragado un limón con todo y semilla, estaba verde del enojo.

—Ah, has crecido hijo.

El resto del camino se mantuvo en charlas triviales entre ellos tres atrás, Beth y Sammael mantuvieron todo en un tenso silencio para limar las asperezas de lo de hace un rato. Su mamá no dijo nada, pero no se sabía qué tanto podías tensar una cuerda hasta que rebotara o se rompiera.

—Escuché que fuiste a la ciudad —susurró Sam.

Beth tuvo ganas de taparle la boca, como si eso fuera a cambiar algo. Si ellos hubieran escuchado, no se quedarían callados.

Asintió sin decir nada, pero no despegó la mirada de la carretera.

—Estás tomando la decisión correcta, Anna. No retrocedas.

Aquello le llenó los ojos de lágrimas. No sabía cómo tomarse eso. ¿Estaban haciendo las paces? ¿Qué significaba eso?

—¿Dijiste algo, hijo? —preguntó su padre con una mirada intencional, dando a entender que debían tener cuidado con su charla.

Beth apretó las manos en su regazo y aguardó a que dijeran algo más.

—Dobla en esa esquina, cielo. La desviación próxima no tiene parada.

Minutos después, los tres bajaron para comprar cosas en la tienda de conveniencia. Ella se quedó con Sammael en el coche. De pronto, fue consciente del ambiente íntimo que se había formado.

—¿Por qué jamás has sido capaz de colocar bien tu asiento, Anna? Esto está muy adelante —la regaño como si los cinco años pasados jamás hubieran tenido lugar.

Entonces él se acercó hasta ella, y metió las manos debajo de su asiento. El aliento se le quedó atascado, pero sus ojos buscaron los de él.

La miraba. Gris y azul, como el cielo azul antes del gris de la tormenta, le devolvieron una mirada que ella no pudo reconocer. No la entendia.

Pero a su cuerpo eso no le importó, porque inmediatamente sintió bochorno. Sammael aplicó fuerza en la palanca, y aquello la hizo mirarle sus manos fuertes, varoniles. El traje enmarcó sus musculosos brazos.

Se le escapó un sonido ahogado que jamás en su vida había hecho.

El aire que entraba a bocanadas por su boca no era suficiente, y como si su cuñado le leyera la mente, murmuró:

—¿Necesitas respiración boca a boca, cuñadita?

No podía pronunciar palabra. Pero era seguro que sus ojos tenían la respuesta. Y sucedió algo que jamás previno que podía suceder: los labios de Sammael descendieron a los suyos, y los atrapó.

Como si tuvieran vida propia, sus manos se dirigieron a sus hombros, para acercarlo más.

La pequeña llama que había quedado suspendida diez años atrás, volvió a encenderse con una ligera brisa. Los sentimientos remanentes del pasado renacieron, como si siempre hubieran estado ahí, aguardando. Esperando el momento perfecto para salir a la luz.

La forma en que tomo posesión de sus labios fue... como un sueño. Nunca había sido besada así. En cinco años de matrimonio solo pudo sentir el frío glacial de su marido. Pero con su cuñado, oh dios... Estaba a las puertas del mismo infierno. Y estaban quemándose, pero lo disfrutó.

Se desabrochó el cinturón y lo tomó por el cuello, para ahora marcar el ritmo ella. Fue frenético, casi hambriento.

Soltó un gemido.

—Si pudiera, te haría mía aquí mismo, Anna. Pero soy paciente. He sido paciente. —Le mordió el labio inferior y eso la hizo volar. Entonces sus manos tejieron un camino debajo del vestido, que se le había subido un poco. Y lo encontró lo volvió loco—. ¿No traes nada debajo? ¡Maldición!

Un dedo se hundió en su feminidad, y cerró los ojos. Se fundió en las sensaciones, era brutal todo lo que podía sentir en ese momento, de su hábil dedo entrando y saliendo con fuerza. Se corrió tan rápido que se sorprendió. Ella solía tardar horas.

Pero en segundos, se derritió contra él.

Antes de darse cuenta, él la estaba limpiando con una camisa suya, acomodaba su asiento y le abrochaba el cinturón. Se arregló la chaqueta y volvió a su posición habitual.

Fue como si no hubiera sucedido. Por un segundo lo considero, pero entonces hizo algo atrevido.

Se metió en la boca el dedo que había usado para darle placer, y lo chupó.

—Mmm, justo como imaginé. Delicioso.

Eso la hizo espabilar y se asusto por lo que había sucedido.

—Sam, yo...

Pero su mirada la cortó.

—Será nuestro secreto, ¿de acuerdo, cuñada?

Su corazón latió como hace mucho no lo hacía.

—Bien, cuñado. Estaré esperando la próxima ocasión —dijo, volviendo su mirada al frente cuando los tres salían de la tienda, caminando hacia ellos.

Eso solo la dejaba ansiosa por saber cuándo sucedería otra vez. ¿Podía considerarse infidelidad?

F. L. Diaz

Hola, espero les esté gustando. ¿Qué piensan que sucederá ahora con estos dos? ¿A cuál de los hermanos escogerían? Las estaré leyendo:) xoxo

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