4. Un fénix renace

Tan solo unos días después comenzó a organizar la que sería su nueva vida.

Investigó todo lo que pudo y decidió que en ese mismo día, llevaría a cabo lo que había estado ideando en silencio.

El joyero detrás del mostrador le sonrió admirado.

—Señorita, debo decirle que esta pieza es exquisita. Totalmente original. ¿Está segura de que quiere venderla? Sería una pena... —comenzó a decirle.

Alzó una mano para interrumpirlo.

—Estoy segura, puede proceder con la venta.

Después de la valuación, le dieron poco más de un millón y medio de dólares por el collar, sobre todo por las piedras preciosas que tenía incrustadas.

Ella sabía que se podía obtener mucho más, pero era un buen inicio.

Perteneció a la abuela de Dominik.

Se remontaba a una herencia de siglos atrás, pero ahora sería su boleto a la independencia.

Una hora después, el banco ya había depositado a su cuenta el dinero del cheque.

Salió rumbo a una boutique de ropa y gastó miles de dólares en ropa de lujo que siempre había querido utilizar, pero que su condenado esposo no le dejaba por cuestiones como: «Una dama casada no debería usar ropa así».

Claro que eso no le impidió a él caer por las ropas provocativas de Isabella.

En ella estaban perfectas, eran casi sagradas.

Pues qué encantador sería mostrarle que no existe mujer fea, solo mal arreglada. Y en su caso, una mujer sumisa y doblegada a los pies de su marido.

Ahora que podría considerarse casi una mujer divorciada, le daba igual lo que pensaran los demás.

Iba a vestirse como quisiera.

Muchos vestidos cortos, con escote, espalda abierta y aberturas en las piernas la había estado esperando todos estos años; además de las faldas cortas, de tubo, de volantes; tops, trajes de baño de dos piezas diminutas y tacones altísimos.

Era joven y ahora, adinerada.

Sobre el cuerpo, no había nada que un buen entrenador y unos cuantos arreglos estéticos no pudieran solucionar.

Dejó las compras en la camioneta y manejo a la cita que tenía ese día, con mil pensamientos e ideas en la cabeza.

Al llegar, admiro desde fuera lo hermosa que era la casa.

Se bajó rápidamente y en cuestión de minutos, había efectuado la compra de una casa en una zona exclusiva de la ciudad.

Era una residencial muy bien ubicada y que serviría a sus propósitos.

Había visto mil veces las fotos de la casa, evaluado sus pros y los contras, hasta finalmente decidirse por esa casa.

Todo sucedía a pasos agigantados, pero se dijo así misma que no podía bajar la guardia.

Faltaba mucho camino por recorrer todavía.

Al mediodía, llegaron los muebles que pidió en línea dos días antes y la decoradora se encargó de poner todo en su lugar.

En realidad fueron pocas cosas ya que la casa estaba semiamueblada, pero quería que estuviera más hogareña.

El primer hogar real de su vida. Y era suyo.

¿Y qué más daba si fue comprado con la reliquia familia de Dominik?

Ese sería el pago por cinco años de soportarlo a él y su odio, frialdad y desprecio.

Se iría de ese matrimonio con una sonrisa en la cara y su cuenta hinchada de dólares.

Metió la ropa nueva a lavar y al secarla la dobló y acomodo en el clóset.

Utilizó los servicios de una compañía para contratar un ama de llaves, cocinera y personas de limpieza.

Para la noche, quedó de verse al día siguiente con su nuevo entrenador en casa para comenzar las sesiones de entrenamiento.

Todo el equipo ya estaba instalado.

Estaba emocionada por lo pequeños cambios que ya estaba haciendo, renaciendo en silencio y sin que nadie lo sepa.

Pero eventualmente condujo de regreso a la que por el momento todavía era su casa, hasta el divorcio.

La llamaba: “La casa de la bestia”, solo que sin una bestia de la cual pudiera enamorarse y con la cual quedarse para siempre.

El coche de Dominik estaba allí. Estacionó al lado y corrió dentro, porque comenzó a llover.

Aún empapada y algo temblorosa porque el frío le calaba los huesos, entró a la casa, y subió a su habitación.

Para su sorpresa ahí estaba Dom, con unos papeles en las manos.

Su dura mirada la enfocó y ladeó una media sonrisa, dándole un recorrido de pues a cabeza.

Lo que vio, obviamente no le gusto.

Mal arreglada, empapada y con el cabello hecho un desastre, debía parecerle todo menos hermosa.

—No cabe duda de que tomé la mejor decisión. Aquí tienes, fírmala y mañana mismo tomaremos caminos separados.

Con un brusco movimiento se lo colocó en la mano y frunció en ceño.

—¿Te hiciste las uñas? ¿Tú? —soltó una pequeña risa.

Beth se encogió de hombros, no podía dejarle saber cuánto le molestaban sus comentarios sobre ella.

—No tenía nada qué hacer, como debes saber —respondió, fingiendo tristeza.

Él asintió lentamente.

—Así se supone que debe ser para una esposa trofeo —luego corrigió—: o intento de trofeo.

Apretó los dientes pero no dijo nada, pretendió leer el documento y la cifra por su divorcio la sorprendió.

—¿Cien mil dólares es lo que vale divorciarte de mi y poder estar con el amor de tu vida? —preguntó con fingida molestia.

Dominik acercó su rostro al de ella y dijo en voz baja:

—Cien mil dólares es lo que vale deshacerse de ti.

Sus frías palabras hicieron eco en su mente, pero solo asintió.

—Entonces, como vale tan poco para ti, supongo que no te importará si... —mirándolo fijamente, rompió el papel en dos— hago esto. ¿Cierto?

Entonces lo que pensó que jamás podría suceder, sucedió.

Despertó a la bestia que siempre estuvo escondido en su esposo, porque la tomó por las solapas de su abrigo y la empujó contra la pared.

El rojo de sus ojos dominaba el blanco, dejándole ver qué tan enojado estaba con ella. A pesar del tosco movimiento no la lastimó, pero la asusto como el demonio.

—Vete al infierno, Annabeth —escupió con odio puro.

Beth sonrió con ironía.

—¿Pues qué crees, idiota? ¡YA ESTOY AHÍ! —gritó.

Con sus manos, empujó fuerte el pecho de su esposo, pero no pareció moverse ni un milímetro.

Entonces él la sujeto por las muñecas contra la pared, y sonrió. Parecía gustarle demostrar el poder que tenía todavía sobre ella, y aquello la cabreo todavía más.

Lo pateó en la pantorrilla con su pie derecho, y Dom siseó de dolor, aunque no la soltó.

Al contrario, ejerció más presión sobre sus muñecas y cernió su rostro hacia el de Beth con los dientes apretados.

—¿Qué pasa, gatita, has perdido tus garras? —susurró, abanicándole las mejillas con el aliento.

Eso le trajo recuerdos, recuerdos de una época casi feliz.

«—¿Qué pasa gatita, has perdido tus garras? —había dicho Dominik con una sonrisa.

Sostenía en lo alto su mochila de la secundaria, justo arriba de su cabeza.

Sabía que Beth era demasiado baja para alcanzarla incluso saltando, y aquello le hizo soltar una carcajada.

—¡Dominik Blake! Eres un arrogante. ¿Acaso no te das cuenta? ¡Ya estamos en la secundaria! —le regañó con una pequeña sonrisa, trataba de sonar enojada pero era imposible.

El rodó los ojos y suspiro.

—Vamos Betty, aún tenemos once, el mes que viene en serio dejaremos de ser unos niños —hizo una mueca—. Bueno, aunque tú siempre parecerás de cinco para mí.

Salió corriendo dicho esto, con Beth persiguiéndolo a sus espaldas».

Casi se perdió en sus recuerdos, pero se mantuvo firme.

Ambos se miraron a los ojos con la chispa del coraje en ellos, ninguno se amilanó y ella se rehusó a bajar la mirada.

Estaban casi tocándose las narices y echando humo por la nariz, cuando algo los alertó.

Porque abajo sonó la puerta al abrirse, y escucharon las voces de la familia de Dominik.

Eso le hizo perder de inmediato toda la bravuconería que tenía, y soltó un pequeño chillido.

Dom abrió los ojos asustado y entonces Beth lo recordó: ¡La cena!

Habían venido a buscarlos. La cena en casa de la abuela.

Y ellos estaban ahí, discutiendo sobre el divorcio.

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