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— Henry, esto es tan vergonzoso, de verdad cada vez te vuelves más pervertido.

Eva estaba con un tono rosado por todo su cuerpo, con el torso pegado sobre la mesa, inclinada hacia delante y las nalgas empinadas.

Sus senos caían desnudos sobre la madera, con los botones del frente del vestido abiertos, porque Henry se había encargado de chupárselos y toquetearlos con ganas.

Ahora las dos manos de Eva se dirigían atrás, abriéndose las nalgas, de espaldas a su esposo, con la falda del vestido recogida en la cintura.

Sus piernas enfundadas en unas medias negras abiertas, sostenidas por un liguero a su cintura y sus bragas, ya las tenía su calenturiento esposo en las manos.

— Ábrete un poco más, déjame ver bien mi postre - le ordenó ronco, observando el rosado coño delante de él, que Eva separaba con sus dedos, abriendo los labios mayores.

La pequeña entrada humedecida, latía en deseos de ser profanada.

Eva decía que estaba avergonzada, pero bien que le gustaban estos juegos lujuriosos con
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