Se debatió por un segundo en irse corriendo de la escena más humillante de su vida, pero sus ojos se cruzaron por debajo de la gorra con los fríos y penetrantes de Henry y supo, que muchas opciones no le quedaban. Tenía que haber asesinado a ese malnacido cuando lo tuvo en sus manos. Albert se acercó sudando más que un cerdo en un horno y tomó una libretita que le pasó una de las secretarias. La atmósfera estaba como en pausa y con la vestimenta, y la gorra, aun la mayoría no lo había reconocido como el jefe al cual le reían todas las gracias, hasta hace a penas unos días. — ¡Quítate la gorra, es una falta de respeto que un empleado esté así delante de sus superiores y del director! — ¡Solo te faltan unos lentes oscuros para parecer un maleante! - uno de los directivos lo requirió. Con palidez, Albert se retiró la gorra y quedó ante la mirada asombrada de todos los presentes. — Ah, tío, pero si eras tú – Henry le dijo burlón — Caballeros, estamos haciendo un experimento socia
— Henry, esto es tan vergonzoso, de verdad cada vez te vuelves más pervertido.Eva estaba con un tono rosado por todo su cuerpo, con el torso pegado sobre la mesa, inclinada hacia delante y las nalgas empinadas.Sus senos caían desnudos sobre la madera, con los botones del frente del vestido abiertos, porque Henry se había encargado de chupárselos y toquetearlos con ganas.Ahora las dos manos de Eva se dirigían atrás, abriéndose las nalgas, de espaldas a su esposo, con la falda del vestido recogida en la cintura.Sus piernas enfundadas en unas medias negras abiertas, sostenidas por un liguero a su cintura y sus bragas, ya las tenía su calenturiento esposo en las manos.— Ábrete un poco más, déjame ver bien mi postre - le ordenó ronco, observando el rosado coño delante de él, que Eva separaba con sus dedos, abriendo los labios mayores.La pequeña entrada humedecida, latía en deseos de ser profanada.Eva decía que estaba avergonzada, pero bien que le gustaban estos juegos lujuriosos con
Eva sabía que le tenía preparadas más sorpresas. — Aquí está, toda tuya para ser utilizada, mi querida dueña, si la deseas, ven y sírvete tú misma – se agarró la polla con firmeza en la base y la apuntó justo a la entrada rosada. — Henry… — Espero por ti, Eva, te doy tres segundo, lo tomas o lo dejas, uno – comenzó a contar para presionarla – dos y … Sshshhh tres… Mmm Gimió al sentir la deliciosa succión de la vagina de Eva sobre su miembro, que fue penetrando poco a poco en esa estrecha funda. Henry apretó los dientes y aguantó, no movió ni un músculo y mientras, se torturaba observando el vaivén de las caderas de Eva adelante y atrás, empalándose a ella misma en su dura polla. — Aaahhm mmmm – Eva cerró los ojos, gimiendo apasionadamente y empinó más las nalgas al tenerlo por completo en su interior, sintiendo el abdomen duro de Henry contra su trasero. La excitante sensación de ser llenada por su esposo, de sentir latir su deseo en su intimidad, hacía a su cuerpo reaccionar i
Los ojos de Robert Edwards miraban hacia el escenario, fascinados y cargados de una salvaje lujuria.Sobre el escenario, una exótica pelirroja de ojos verdes, fieros como una tigresa, bailaba semidesnuda al ritmo de la música sensual, con movimientos eróticos capaces de despertar los más oscuros deseos de los hombres.Madame Venus, era su nombre “artístico” porque decían que era capaz de llevar a su cliente de turno hasta la misma gloria y Robert, era un tipo al que le encantaba experimentar los límites.Además, esa mujer era justo como se la había recetado el doctor, fuerte, indomable, se la había imaginado tantas veces siendo sometida bajo sus manos y su cuerpo, atada con fuerza mientras le ponía las nalgas con azotes, del mismo color que su pelo.Solo que él no era el único que fantaseaba con enredarse en las sábanas de Madame Venus, había una fila y lo que era peor, una subasta algo rara.La meretriz aceptaba “regalos” costosos de los interesados y el que más entrara por sus ojos,
— Wao hombre, cálmate, ¿ahora es mi culpa? Yo no te obligué a que te obsesionaras con ella, de hecho, te dije que era muy difícil conseguirla – Gerald le hizo un gesto con la mano, de “tu solito te lo buscaste”— Bueno, vamos, tomémonos unas copas y ahoga las penas, hay más mujeres disponibles…— No puedo – Robert lo miró complicado. Era orgullo, no diría directamente que no le quedaba dinero, pero Gerald entendió enseguida.— Vamos Robert, qué pasa, somos amigos, yo invito y además no iba al club, sino a la casa de juegos – le dijo palmeándole la espalda y haciéndolo acompañarlo.— ¿La casa de juegos? – Robert enseguida se interesó. Era nuevo en esta ciudad y no conocía los lugares “jugosos”.— Claro, el sitio donde te puedes volver millonario de la noche a la mañana, un mendigo puede ser un multimillonario en un segundo…— siguió promocionando las apuestas, poniendo otra tentación delante de los ojos codiciosos de Robert y estaba muy seguro, de que picaría nuevamente.Gerald sonrió
Eva entró muy tranquila a su Spa, siempre seguida por sus nuevas “amigas” como la abeja reina perseguida por las obreras.Le daba tanta gracia la hipocresía de estas mujeres, que volteaban tan rápido el rostro como mismo se cambiaban de bragas, era increíble.Toda era pura falsedad, ella lo sabía, sin embargo, las estaba utilizando también a su conveniencia.— Sra. Edwards, ya su cuarto privado de sauna, está listo como lo ordenó – una de las asistentes entró al área de los vestidores a anunciarle.— Muchas gracias – Eva le respondió cerrándose la bata blanca con el logo del Balneario.— Oh, Sra. Edwards, pensé que se bañaría con nosotras, digo, para conversar y pasarlo juntas Una de las invitadas le preguntó desconcertada, pero por dentro, la estaba llamando snob y que se creía la más importante, como si ellas tuviesen alguna enfermedad que no podían compartir la sauna.— Solo será un momento, nos vemos luego, Grace acompáñame – llamó a la otra mujer que la siguió cabizbaja, preocup
La empresa constaba de tres socios originales. El dueño Román Edwards, Michael Cartel y el último y más discreto, Stuart Donovan. Lamentablemente, los secretos de Donovan que su padre tenía guardados en la caja fuerte de las tierras del Sur, se deterioraron con el tiempo. La humedad hizo que la tinta se hiciera ilegible, pero con paciencia y algunas pistas dejadas, Henry mandó a investigarlo y fue desenredando el asunto. El Sr. Stuart Donovan no era quien decía ser. Este hombre, socio de su empresa, era un impostor que usurpó la identidad del Sr. Stuart Donovan original. Nadie podía identificarlo en esta ciudad, solo fue un millonario extranjero discreto, que llegó un día a establecerse, pero Román escarbó y escarbó en su pasado en otro continente y descubrió su secreto, al igual que lo hizo otra persona, Albert Edwards. Casualmente, cuando Albert Edwards se fue joven de su casa a invertir su dinero de la herencia de sus padres en otro continente y ser millonario por su cuenta
— No tienes dinero para pagarnos, pero sí para dormir con putas, de verdad que me parece, que no nos estás tomando en serio. El hombre se sentó en un asiento de la esquina y sacó una navaja del bolsillo, para ponerse a limpiar sus uñas con la punta. Los ojos de Robert se abrieron en pánico mirando la afilada hoja. Era un señorito acostumbrando a hacer sus desastres impunemente y que su madre fuera atrás pagando, sobornando e intimidando. ¡Espera, su madre era la solución! — ¡Espera, espera, déjame hacer una llamada, mis padres son millonarios, ellos te pagarán al momento y con más dinero del que les debo! – le gritó, cuanto ya el hombre iba a dar la orden para que lo golpearan como a un saco de patatas. — ¿En serio? ¿Y qué haces viviendo en esta pocilga entonces? No, no, no, ni me digas tus desgracias, que no me interesa, ¡tráiganlo!, quiero escuchar personalmente esa llamada y si por casualidad me mientes… ¡Humm! – pasó su dedo gordo por su cuello en señal de muerte. *****