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Su cabeza había quedado cerca de la mano que Henry tenía sobre su pecho, no se lo había imaginado, él había pasado los dedos muy suavemente por su cabello.

Porque hacer solo esa acción le llevaba prácticamente toda la fuerza que podía reunir en sus extremidades.

— ¡Henry! - exclamó Eva y luego se llevó la mano a la boca y miró hacia la puerta cerrada de la habitación, a pesar de la grata sorpresa, no olvidaba que nadie podía descubrir que Henry estaba reaccionando.

— Henry, ¿me puedes entender? – le preguntó en un susurro, tan feliz que no se daba cuenta, de que tenía el rostro casi pegado al de su esposo, que la miraba fijamente.

Sus labios susurrantes a solo centímetros, tanto, que el aliento caliente de Eva rozaba la fría piel de Henry.

Henry no podía hablar aún y solo comenzó a pestañear.

Eva, como una niña, pasó de la angustia a la alegría, comenzó a preguntarle muchas cosas a la vez, si se sentía bien, si había estado asustado, si le dolía algo.

La comunicación se hizo un poco e
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