La puerta del despacho de Jye se abrió con tanta violencia que éste creyó que en la estancia iba a irrumpir un equipo de bomberos; pero quien entró fue una peliroja de un metro sesenta de altura enfundada en un traje amarillo canario.—Buenos días, Steff —saludó, dejando el informe que había estado leyendo—. Lorenzo me dijo que habías vuelto...—¡Él lo sabía! —respondió a modo de saludo.«Oh, oh», pensó Jye, que habría preferido a los bomberos. Stephanie furiosa no era algo a lo que un hombre debiera enfrentarse sin al menos un whisky en el estómago y otro en la mano, omejor la botella viendo como se comportaba su amiga. El modo en que podía oscilar de la volatilidad a la vulnerabilidad era capaz de dejar a una persona en un desequilibrio emocional constante y el no era la excepcion, llevaba conociendo a la peliroja desde que era un crio.Al principio penso que era mona con sus pecasy sus dos trenzas pero con solo un dia de conocerse ya su opinion habia cambiado drasticamente, ella er
—Cuéntamelo —musitó; una elección desgraciada de palabras, ya sabia que ella tomaria su palabra al pie de la letra y comenzó una exhaustiva narración de lo que sentía por Brad. En una crisis de negocios Steff podía ser el Peñón de Gibraltar, pero cuando se trataba de su vida personal se venía abajo en seguida, al menos delante de él. Con su padrino siempre lograba mantener un aire de estoicismo en deferencia al credo de reserva del hombre mayor.—No sé si me siento más desgraciada o furiosa —dijo con suavidad—. Fue tal sorpresa.El padrino me lo dijo en el momento en que bajé del avión y... y... Así como Steff rara vez lloraba, el frágil temblor de los labios pintados y el rápido parpadeo le indicaron a Jye que era hora de intervenir y distraerla.—Cariño, estoy seguro de que todo esto te parece devastador en este momento, pero a riesgo de sonar poco sensible y cínico... bueno, te enamoras más veces que las que yo me duermo.—¡No es verdad! —la expresión de indignación herida la tení
—¡Oh, Jye, eres tan ingenuo! —lo absurdo de esa acusación lo dejó mudo, pero, por desgracia, Stephanie no sufrió ese problema—. Fue Kat quien en primer lugar le sugirió a Brad lo del matrimonio fingido —explicó—. Dio por hecho que él querría conseguir la dirección del departamento cuando éste quedó vacante y le pidió que la recomendara para ocupar su puesto. Cuando él le informó de que ni siquiera lo considerarían para el ascenso porque al padrino le gustaba que sus ejecutivos estuvieran casados, a Kat se le ocurrió la idea de un matrimonio de conveniencia.Tenías razón con la evaluación que hiciste de ella, Jye —continuó—. Kat es una mujer que sólo piensa en su carrera. El interés que tiene por Brad es sólo profesional, nada más.—¡Tonterías! —replicó él—. Puede que tenga planes para su futuro profesional, pero también los tiene sobre Brad. Piensa en ello, Steff. Si sólo persiguiera el anterior puesto de él, le habría bastado con convencerlo de que se casara con alguien... —calló par
—¿Sí? Bueno, otra cosa que no tengo es tiempo para quedarme contigo y correr otra vez el riesgo de que me manipules —más enfadado que lo que justificaba la situación, recogió unas carpetas del escritorio—. Nos vemos; tengo una reunión a la que asistir.—¡Jye, aguarda! —le agarró el brazo. Su cara era una mezcla de súplica y cálculo—. ¿Y si te prometiera cocinarte durante una semana por sólo invitar a Kat a comer?—Paso. Los dos sabemos que eres una paciente potencial de urgencias cada vez que entras en una cocina; lo mismo le sucede a cualquiera que coma tus platos. Asi que mejor ni te arriesgues con la invitacion, cocinar definitivamente no es lo tuyo.—¿Y si te contara que hace dos semanas empecé a tomar clases de cocina?El anuncio lo sorprendió, ya que siempre había dicho que en cuanto encontrara al Señor Perfecto dejaría de ser autodidacta en la cocina y asistiría a clases de cocina. Pero, a pesar de las ideas equivocadas que giraban en su cabeza, Brad, casado o no, no era su Se
—Deja que lo exprese de esta manera... no te saltes más clases de cocina.La llamada de Brad no se había producido cuando Elo se marchó poco después de las diez. Tampoco a medianoche, cuando una abatida Stephanie se fue a la cama, ni a las tres y cuarto de la mañana, cuando yacía despierta, con el teléfono portátil en las manos. Y tampoco al ocupar su despacho a las ocho de la mañana siguiente.—¡Steff! —se sobresaltó ante la inesperada aparición de su padrino—. Esperaba que llegaras pronto —explicó con evidente satisfacción.—¿Sí? ¿Por qué? —preguntó, obligándose a centrarse en una actitud laboral. A pesar de la relación íntima que Jye y ella mantenían con el hombre mayor y alto, la rígida disciplina del padrino al no permitir que ésta se reflejara en la oficina los había condicionado a ambos a comportarse de la misma manera.—Porque necesito que hagas la maleta y vayas al aeropuerto para tomar un vuelo de las once.—. No me hagas esto. Acabo de regresar de un viaje de cinco semanas.
Su altruista dedicación a favor de los mejores intereses de la compañía se vieron frenados por una insistente presión en sus hombros, por lo que alzó la cabeza despacio y abrió los ojos para contemplar unos azules sorprendidos que lo miraban atónitos. En realidad, en ese momento eran más grises que azules; jamás había visto que los ojos de Steff adquirieran esa profundidad de tono. —Jye... —calló para respirar hondo. Él hizo lo mismo, irritado al descubrir que el estrés de enfrentarse a los siguientes minutos le perturbaba la respiración; por lo general se crecía con la presión. Miró por encima del hombro y descubrió que Frank y su voluptuosa tercera esposa se acercaban a ellos. —Steff —se apresuró a explicar, asiéndole la hermosa y desconcertada cara—. Necesito que sigas todo lo que diga. El futuro de la compra de este complejo hotelero que tanto Dominic quiere depende de ello —al percibir una negativa en el modo en que iba a enarcar las cejas, agarró la esbelta mano izquierda de e
Steff no rebatió el comentario sexista, notando que a Jye no le entusiasmaba más que a ella la idea de sir Frank. —Veo que no eres muy aficionada a las joyas, Steff —dijo Tory en cuanto se pusieron en marcha—. No he podido evitar notar que no llevas ningún anillo. Jye sintió un nudo en el estómago ante la pregunta y el tono de voz. Eso era lo que había estado temiendo, está endiablada mujer quería algo que no iba a tener. Así que para fastidiar estaba intentando sabotear la compra haciéndolos quedar mal a él y a Steff delante de su marido. Se esforzó por oír lo que decía Mulgan sobre unos movimientos recientes en el mercado de valores y la conversación en el asiento de atrás al mismo tiempo. Tenía plena confianza en su pelirroja si alguien podía soltar a Tory era ella. —¡Oh, pero me encantan las joyas! —repuso Steff con una risa encantada que Jye reconoció como pobre de ti por meterte conmigo, casi sintió lástima por Tory pero luego recordó los malos tragos que estaba pasando por
Stepff casi se atraganta por el rubor que invadió su rostro cuando la sonora carcajada de sir Frank reverberó por el vestíbulo del hotel, atrayendo toda la atención hacia ellos. Metida bajo el brazo de Jye, se sentía como una niña pequeñaque habia hecho una travesura, desde su posicion veia bien como el muy... de su pronto ex mejor amigo estaba disfrutando. De buena gana se habría soltado de su «afectuoso» brazo y de la falsa caricia de sus dedos en su cuello para largarse del hotel. Por mucho menos le habría roto sus bonitos y demasiado perfectos dientes. Pero recordó su misión y le pasó un brazo por la cintura, pellizcándolo sin que nadie la viera. Con fuerza, mucha fuerza. Aunque Jye no mostró señal exterior de que le había causado algún dolor, la soltó en el acto y se reunió con sir Frank y un hombre uniformado en la recepción del hotel, dejándola sola en mitad del vestíbulo, sintiéndose aún más conspicua. Al dirigirse hacia unos sillones de bambú, se encontró con la expresión