La puerta del despacho de Jye se abrió con tanta violencia que éste creyó que en la estancia iba a irrumpir un equipo de bomberos; pero quien entró fue una peliroja de un metro sesenta de altura enfundada en un traje amarillo canario.
—Buenos días, Steff —saludó, dejando el informe que había estado leyendo—. Lorenzo me dijo que habías vuelto...—¡Él lo sabía! —respondió a modo de saludo.«Oh, oh», pensó Jye, que habría preferido a los bomberos. Stephanie furiosa no era algo a lo que un hombre debiera enfrentarse sin al menos un whisky en el estómago y otro en la mano, omejor la botella viendo como se comportaba su amiga. El modo en que podía oscilar de la volatilidad a la vulnerabilidad era capaz de dejar a una persona en un desequilibrio emocional constante y el no era la excepcion, llevaba conociendo a la peliroja desde que era un crio.Al principio penso que era mona con sus pecasy sus dos trenzas pero con solo un dia de conocerse ya su opinion habia cambiado drasticamente, ella era peor que un volcan cuando estaba furiosa y tan tierna como un conejito cuando estab tranquila. —¿Puedes creerlo? —demandó ella—. ¡Sabía en todo momento que estaba casado! ¡Quiero decir, lo sabía y no dijo ni una sola palabra! ¡Oh, Dios! ¡Estoy tan enfadada que podría arrancarle el corazón! No estaba preparada para que me lo soltara de esa manera. Incluso ahora me cuesta creer lo sucedido, y...—Stephanie —interrumpió, sabiendo que si no la cortaba en ese momento podría divagar durante una hora sin que él se enterara de nada—. ¿De qué estás hablando? ¿Quién lo sabía?—El padrino, por supuesto —fue de un lado a otro sin dejar de pasarse la mano por su corto pelo—. ¡Ha sabido en todo momento que estaba casado y yo ni siquiera me enteré hasta ayer por la noche! Así... —chasqueó los dedos—. ¡Se levanta y se casa sin decir una palabra!Cualquiera que no conociera a Dominic habría pensado que la evidente irritación de su ahijada al descubrir que ella era la última en enterarse de su matrimonio era comprensible. Pero Jye conocía a Dominic. También era su tutor y lo había criado desde los diez años. Lo cual habría sido reto más que suficiente para cualquier soltero, sin los quebraderos de cabeza adicionales de educar a la airada y gesticulante peliroja que no paraba de moverse en el despacho de Jye.—Quiero decir, ¿puedes creértelo? —repitió. Jye no podía. La idea de que Dominic, de setenta y dos años, se hubiera casado sin mencionárselo a ninguno de los dos resultaba incomprensible. No, imposible; incomprensible era Stephanie.—¡Maldita sea, Jye! —bufó—. ¿Es que no vas a decir nada? No me vendría mal un poco de simpatía.—Lo siento —murmuró, luchando por contener una sonrisa—. Te prometo que te brindaré toda mi simpatía si te calmas y me cuentas de qué demonios estás hablando.—¡Hablo de Brad ! —su tono y su mirada impaciente indicaron que el nombredebería significar algo para él.—Brad... Brad... —el nombre resultaba vagamente familiar, pero...— ¡Ah! ¿Te refieres al tipo que Dominic ascendió a Sud Director de Diseño hace más o menos una semana?Un suspiro sonoro y un gesto de ella confirmaron que había identificado al hombre. Jye apenas iba por el departamento de diseño, y en las raras ocasiones en que tenía que tratar con él lo hacía a través del director, pero Brad y él aún no habían necesitado ponerse en contacto.—¿Y? —instó cuando Steff no añadió nada más—. ¿Qué pasa con él?—Te lo acabo de decir —espetó—. Se casó.—Entonces es él quien necesita mi simpatía, no tú —ese comentario por lo general habría provocado uno de los discursos a favor del matrimonio de Steff; pero lo único que consiguió fue que frunciera los labios y parpadeara con vehemencia—. ¿Steff? ¿Qué pasa?—¡Se casó con Kat!—Hmmm... ¿su secretaria? —Jye tuvo que volver a esforzarse por darle una cara al nombre.—¡Sí! —exclamó antes de menear otra vez la cabeza—. Todo es una locura. Quiero decir, ¿puedes creerte que de verdad se casara con ella?—Bueno, ella siempre me dio la impresión de ser más el tipo de persona orientada hacia su carrera que la amante de un ejecutivo —ofreció, ya que estaba claro que Stephanie quería su opinión—. Pero es atractiva, así...—¡Jye! —le lanzó una mirada de «¿eres un completo imbécil?»— ¡Sólo se casaron para que Brad pudiera conseguir el ascenso! —el tono rebosaba desaprobación e indignación—. Es lo que se conoce como matrimonio de conveniencia.—Un matrimonio de conveniencia... —Jye rió—. Esa sí que es una tontería.—¡El único tonto eres tú! —replicó, antes de musitar lo que podría haber sido una disculpa y respirar hondo para calmarse—. Por si no te has dado cuenta, este asunto no me parece gracioso.—Es evidente. Pero desde donde estoy yo, siempre y cuando no sea mi boda, pequeña, no me parece el fin del mundo.—¡No lo entiendes! —en esa ocasión se pasó las dos manos por el pelo, revolviéndolo por completo—. ¡Jye, no se aman! ¡Toda la situación es un desastre!La peliroja era una romántica incurable y, por ende, sus emociones y reacciones siempre resultaban más extremas que razonables, aunque a Jye le sorprendió la pasión con la que reaccionaba ante el matrimonio de dos empleados de la empresa.—No sabía que tú y esa tal Kat fuerais tan amigas.—Bueno, lo éramos. Lo somos. ¡Oh, no lo sé! —respiró hondo y suspiró—. Sólo llegamos a conocernos cuando quise que alguien trazara algunos planos para mejorar mi cocina...Hizo falta toda la voluntad de Jye para que no estallara en una carcajada. La única mejora útil que Steff podía hacer en su cocina era forrarla con plomo y donarla al gobierno como contenedor para residuos nucleares. El sólo hecho de recordar su reciente intento de hacerle una tarta de cumpleaños y el fue el conejillo de indias que probo el desastroso resultado, bastaba para que se le encogiera el estómago. Ddefinitivamente su mejor amiga tiene muchas cualidades positivas pero la cocina nunca sera una de ellas.—Descubrimos que teníamos mucho en común, y por ello a veces al salir del trabajo salíamos. Nada especial, ir al cine, a cenar o a dar un paseo por la playa, ya sabes. Pero una noche regresamos a mi casa y... bueno, nos sorprendió descubrir que nos atraíamos mutuamente, pero una cosa llevó a la otra y terminamos besándonos y...—¿Qué? —ella se sobresaltó al oír el tono de su voz. Jye no había pretendido gritar, pero... Demonios, no era un puritano, aunque...—¡No me mires así! Besarse es algo perfectamente normal. Tengo veintiséis años y estoy enamorada de él.—¿De él ¿Te refieres a ...?—Sí —lo miró con expresión cansada—. De ese rastrero bastardo, del departamento de diseño. Bueno, como iba diciendo...Jye sintió un profundo alivio. Había mezclado a a su amiga con ese tal Brad solo un segundo en su cerebro y su actitud abierta de vivir y dejar vivir se había visto sacudida.—Oh, Jye... me siento tan confusa.—Cuéntamelo —musitó; una elección desgraciada de palabras, ya sabia que ella tomaria su palabra al pie de la letra y comenzó una exhaustiva narración de lo que sentía por Brad. En una crisis de negocios Steff podía ser el Peñón de Gibraltar, pero cuando se trataba de su vida personal se venía abajo en seguida, al menos delante de él. Con su padrino siempre lograba mantener un aire de estoicismo en deferencia al credo de reserva del hombre mayor.—No sé si me siento más desgraciada o furiosa —dijo con suavidad—. Fue tal sorpresa.El padrino me lo dijo en el momento en que bajé del avión y... y... Así como Steff rara vez lloraba, el frágil temblor de los labios pintados y el rápido parpadeo le indicaron a Jye que era hora de intervenir y distraerla.—Cariño, estoy seguro de que todo esto te parece devastador en este momento, pero a riesgo de sonar poco sensible y cínico... bueno, te enamoras más veces que las que yo me duermo.—¡No es verdad! —la expresión de indignación herida la tení
—¡Oh, Jye, eres tan ingenuo! —lo absurdo de esa acusación lo dejó mudo, pero, por desgracia, Stephanie no sufrió ese problema—. Fue Kat quien en primer lugar le sugirió a Brad lo del matrimonio fingido —explicó—. Dio por hecho que él querría conseguir la dirección del departamento cuando éste quedó vacante y le pidió que la recomendara para ocupar su puesto. Cuando él le informó de que ni siquiera lo considerarían para el ascenso porque al padrino le gustaba que sus ejecutivos estuvieran casados, a Kat se le ocurrió la idea de un matrimonio de conveniencia.Tenías razón con la evaluación que hiciste de ella, Jye —continuó—. Kat es una mujer que sólo piensa en su carrera. El interés que tiene por Brad es sólo profesional, nada más.—¡Tonterías! —replicó él—. Puede que tenga planes para su futuro profesional, pero también los tiene sobre Brad. Piensa en ello, Steff. Si sólo persiguiera el anterior puesto de él, le habría bastado con convencerlo de que se casara con alguien... —calló par
—¿Sí? Bueno, otra cosa que no tengo es tiempo para quedarme contigo y correr otra vez el riesgo de que me manipules —más enfadado que lo que justificaba la situación, recogió unas carpetas del escritorio—. Nos vemos; tengo una reunión a la que asistir.—¡Jye, aguarda! —le agarró el brazo. Su cara era una mezcla de súplica y cálculo—. ¿Y si te prometiera cocinarte durante una semana por sólo invitar a Kat a comer?—Paso. Los dos sabemos que eres una paciente potencial de urgencias cada vez que entras en una cocina; lo mismo le sucede a cualquiera que coma tus platos. Asi que mejor ni te arriesgues con la invitacion, cocinar definitivamente no es lo tuyo.—¿Y si te contara que hace dos semanas empecé a tomar clases de cocina?El anuncio lo sorprendió, ya que siempre había dicho que en cuanto encontrara al Señor Perfecto dejaría de ser autodidacta en la cocina y asistiría a clases de cocina. Pero, a pesar de las ideas equivocadas que giraban en su cabeza, Brad, casado o no, no era su Se
—Deja que lo exprese de esta manera... no te saltes más clases de cocina.La llamada de Brad no se había producido cuando Elo se marchó poco después de las diez. Tampoco a medianoche, cuando una abatida Stephanie se fue a la cama, ni a las tres y cuarto de la mañana, cuando yacía despierta, con el teléfono portátil en las manos. Y tampoco al ocupar su despacho a las ocho de la mañana siguiente.—¡Steff! —se sobresaltó ante la inesperada aparición de su padrino—. Esperaba que llegaras pronto —explicó con evidente satisfacción.—¿Sí? ¿Por qué? —preguntó, obligándose a centrarse en una actitud laboral. A pesar de la relación íntima que Jye y ella mantenían con el hombre mayor y alto, la rígida disciplina del padrino al no permitir que ésta se reflejara en la oficina los había condicionado a ambos a comportarse de la misma manera.—Porque necesito que hagas la maleta y vayas al aeropuerto para tomar un vuelo de las once.—. No me hagas esto. Acabo de regresar de un viaje de cinco semanas.
Su altruista dedicación a favor de los mejores intereses de la compañía se vieron frenados por una insistente presión en sus hombros, por lo que alzó la cabeza despacio y abrió los ojos para contemplar unos azules sorprendidos que lo miraban atónitos. En realidad, en ese momento eran más grises que azules; jamás había visto que los ojos de Steff adquirieran esa profundidad de tono. —Jye... —calló para respirar hondo. Él hizo lo mismo, irritado al descubrir que el estrés de enfrentarse a los siguientes minutos le perturbaba la respiración; por lo general se crecía con la presión. Miró por encima del hombro y descubrió que Frank y su voluptuosa tercera esposa se acercaban a ellos. —Steff —se apresuró a explicar, asiéndole la hermosa y desconcertada cara—. Necesito que sigas todo lo que diga. El futuro de la compra de este complejo hotelero que tanto Dominic quiere depende de ello —al percibir una negativa en el modo en que iba a enarcar las cejas, agarró la esbelta mano izquierda de e
Steff no rebatió el comentario sexista, notando que a Jye no le entusiasmaba más que a ella la idea de sir Frank. —Veo que no eres muy aficionada a las joyas, Steff —dijo Tory en cuanto se pusieron en marcha—. No he podido evitar notar que no llevas ningún anillo. Jye sintió un nudo en el estómago ante la pregunta y el tono de voz. Eso era lo que había estado temiendo, está endiablada mujer quería algo que no iba a tener. Así que para fastidiar estaba intentando sabotear la compra haciéndolos quedar mal a él y a Steff delante de su marido. Se esforzó por oír lo que decía Mulgan sobre unos movimientos recientes en el mercado de valores y la conversación en el asiento de atrás al mismo tiempo. Tenía plena confianza en su pelirroja si alguien podía soltar a Tory era ella. —¡Oh, pero me encantan las joyas! —repuso Steff con una risa encantada que Jye reconoció como pobre de ti por meterte conmigo, casi sintió lástima por Tory pero luego recordó los malos tragos que estaba pasando por
Stepff casi se atraganta por el rubor que invadió su rostro cuando la sonora carcajada de sir Frank reverberó por el vestíbulo del hotel, atrayendo toda la atención hacia ellos. Metida bajo el brazo de Jye, se sentía como una niña pequeñaque habia hecho una travesura, desde su posicion veia bien como el muy... de su pronto ex mejor amigo estaba disfrutando. De buena gana se habría soltado de su «afectuoso» brazo y de la falsa caricia de sus dedos en su cuello para largarse del hotel. Por mucho menos le habría roto sus bonitos y demasiado perfectos dientes. Pero recordó su misión y le pasó un brazo por la cintura, pellizcándolo sin que nadie la viera. Con fuerza, mucha fuerza. Aunque Jye no mostró señal exterior de que le había causado algún dolor, la soltó en el acto y se reunió con sir Frank y un hombre uniformado en la recepción del hotel, dejándola sola en mitad del vestíbulo, sintiéndose aún más conspicua. Al dirigirse hacia unos sillones de bambú, se encontró con la expresión
—¡Tu impresionante historial de triunfos tanto en los dormitorios como en las salas de juntas por todo el país! —repuso—. Llámame cínica, pero estoy dispuesta a apostar que no es el primer trato que negocias después de disfrutar de mucha cama y poco sueño.—¡Eres cínica! ¡Y perderías la apuesta! —mintió, sonriendo para sí mismo—. Me estoy preparando una copa; ¿quieres una?¿ Te preparo el trago que te gusta?—Sí, gracias. No tardaré dejo todo en la habitacion y regreso.Como el gin tonic y el vino blanco era el único alcohol que probaba Steff, y el vino sólo durante las comidas, no tuvo que preguntarle qué quería. Cuando ella reapareció, había llevado las copas al pequeño patio cubierto por una aromática parra. Se había cambiado el traje con el que llegó por unos pantalones cortos y una camiseta amplios; iba descalza. Con gracilidad se dejó caer en la tumbona y alargó la ir mano para asir la copa.—Por la exitosa compra de este lugar —brindó.—Que por desgracia depende de un sofá peque