VEINTINUEVE

Acaricio con las palmas de mis manos la alta hierba que me rodea, despeinando alguna que otra espiga que se mese en mi dirección, como si mi presencia la llamara tanto como a mi el lago en la distancia.

Mis pies se mueven solos, pisando desnudos la tierra y os hierbajos aún en crecimiento.

El sol es cálido, como una caricia acogedora que me recuerda la paz que en estos momentos soy capaz de sentir incluso aquí, en mis sueños.

Estoy de vuelta en el mismo punto en el que la vi la última vez.

Al otro lado del frondoso y aterrador bosque, ese al que nunca conseguía llegar en mis pesadillas.

Cierro los ojos echando la cabeza hacia atrás, dejando que mi cabello suelto revolotee libre a mis espaldas, mientras disfruto de los rayos de sol que peinan esta gran explanada de hierba.

Escucho el cantar bajo de las cigarras, a conjunto con la melodía natural de la alta hierba meciéndose en esta delicada danza junto al chapotear, ya no tan distante, del lago a unos metros de mí.

Y entonces lo siento
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