TREINTA Y UNO

—¿Quieres que te enseñe la casa? — Cuestiona Badel interrumpiendo el agradable silencio que se había acomodado en nuestro desayuno.

A diferencia de Kail, Badel me deleitó en una actitud despreocupada preparando nuestro desayuno en la inmensa cocina en la que aún nos encontrábamos.

Ambos acomodados en la inmensa isla de oscuro mármol, sobre los altos taburetes que la acompañaban, disfrutando de unas ricas tortitas que solo han aumentado mi interés en el atractivo hombre que no deja de sorprenderme.

Una sonrisita aparece en sus labios, quizás por perderme más de lo necesario en deleitarme con su atractivo rostro, aún en esa calma hogareña de recién levantado.

—Me encantaría —Ensancha su sonrisa, extendiendo su mano para ayudarme a bajar del taburete. Se lo permito, no puedo evitar disfrutar de este tipo de gestos, siempre tan acostumbrada a valerme por mi misma. — Aunque siento que me perderé igualmente…

Insta a nuestros dedos entrelazarse nada más toco el suelo.

Él es tan grande.

Él es
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