VEINTIOCHO

La gigantesca mano de Kail envuelve la mía mientras me orienta por la planta baja de la gigantesca mansión donde nos encontramos.

Podría decirse que es una cabaña acogedoramente cálida, pero sus dimensiones y los espacios tan extensos de las diferentes áreas que hasta ahora he divisado por donde Kail me ha llevado, es algo más que una cabañita de montaña, posiblemente una poderosa mansión en la privacidad frondosa de este inmenso bosque que nos rodea.

Ese que ahora puedo ver desde otra posición diferente, cuando nos adentramos al interior de lo que parece el comedor, con gigantescos ventanales que dan concretamente hacia la más extensa parcela del jardín posterior de la casa, ese que conecta directamente con el inicio del bosque de robustos e inmensos pinares.

La calidez de la madera está presente en cada centímetro del lugar, pudiendo casi despejar por completo el frío que la breve neblina que se escurre de entre los árboles pueda traer consigo.

Alejo mi atención del hermoso paisaje
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