CINCUENTA Y NUEVE
—NATALIA—

En cuanto nuestras bocas se unen, un mar de sensaciones burbujea hasta la superficie, envolviéndome en un deseo y una necesidad casi primitiva que repiten una y otra vez, lo que tanto ansió, reclamo.

Aryen ruge en la profundidad de nuestro beso, ese en el que no pierde el tiempo en dominar hasta dejarme a su merced, deseosa de más de su boca, de su hambre, de su feroz necesidad.

Sus manos se deslizan hasta anclarse a mis caderas, haciéndome rodar sin perder la destreza hipnótica de su lengua tentando a la mía en un vals infernal, hasta que finalmente, con un movimiento demasiado fácil, estoy siendo alzada por sus manos para terminar sentada en el borde del granito que conforma la encimera contigua al fregadero.

Gimo contra su boca, rodeando su nuca con mis manos, enredando mis dedos en su espeso cabello.

Abro mis piernas, concediéndole el espacio que necesita para acercarme más a él y reclamar ese punto que ambos ya sabemos.

La gran necesidad candente que a crecido entr
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