SESENTA Y UNO

—NATALIA—

—¿Badel?

Mi voz sale entrecortada, quizás por la extraña necesidad que fluye en descontrol sobre mi cuerpo, esa que me hace sentirme hambrienta y sedienta de la oscuridad que amenaza con engullirme del hombre que aún me carga entre sus brazos.

Como si no pesara nada.

Como si no importara nada más que alcanzar la privacidad de su cuarto.

Puedo sentir esa oleada caliente que Bade induce con autoridad sobre mí como el reclamo que aparentemente he estado esperando todo este tiempo.

Con mis brazos enrollados alrededor de su cuello, contemplo jadeante la situación en la que repentinamente nos encontramos, más concretamente repasando con una curiosidad morbosa la habitación de Badel.

Su refugio.

Una habitación que no había alcanzado a explorar ni visitar durante el tiempo que he convivido bajo el mismo techo que ellos.

Él no me quería ahí y yo simplemente respeté su deseo.

Hasta este momento.

Badel me suelta tras cerrar la puerta de un puntapié.

Mis pies descalzos hundiéndose en la
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