CINCO

Suelto con pesades un suspiro mezclado entre frustración y cansancio.

No estoy durmiendo bien desde hace días.

Las pesadillas han ido en aumento y cada vez siento que lo que sueño me pasan factura en la realidad.

Estoy tecleando un rápido mensaje a mi asistente para confirmar la reunión de esa tarde.

Los problemas en la oficina cada vez van de peor a catastrófico. Pero intento no arrástralo cuando estoy con Leonel.

Por eso, nada más enviar el mensaje, bloqueo mi móvil y lo suelto en mi bolso de marca, colgado en mi brazo, esperando la salida animada de los niños y niñas de la Academia.

Estoy junto a el resto de padres o representantes de estos, que vienen a buscar a sus pequeños.

Nunca he sido de socializar activamente con el resto de padres, aún cuando varias veces un grupo de madres demasiado activas en todo lo que tenga que ver con la escuela, me han intentado acorralar para unirme a ellas.

Pero no quiero pasar tiempo con gente que realmente ni me tolera, lo veo tan falso e inútil.

Al momento en el que los niños comienzan a salir, me alejo unos pasos de mi coche, empujando una sonrisa al ver como Leonel sale sonriente y animado con el resto de sus compañeros.

Él me busca con la mirada y nada más localizarme sacude su manita saludándome, acto al que le respondo sin poder evitar sentir el calor afectuoso en mi pecho que él tanto me ocasiona.

Mi bebé no sigue a sus compañeros de clase en el reencuentro con sus padres o cuidadores.

No hace lo de siempre, correr apuradamente hacia mi para que lo reciba en un abrazo mientras empieza a soltarme todo lo que ha hecho en el día.

Para mi sorpresa, se queda al final de los peldaños de la entrada principal, esperando a alguien de entre los niños mayores, los mismos que lo esquivan algo más calmados que los más pequeños, posiblemente inculcados y educados bajo el apretado protocolo del centro.

Y es ahí que sucede algo que me sacude un poco de mi lugar.

Leo extiende su manita en dirección a uno de los niños mayores que él, ese del rango de entre los seis o siete años de edad.

El niño que reconozco como ese extraño escurridizo que últimamente me encuentro cada vez que estoy en la academia y sus alrededores.

Leonel tira de él mientras parlotea feliz y entusiasta, arrastrándolo hacia donde yo me encuentro con el ceño brevemente estrujado en confusión.

Ese mismo que suavizo cuando ambos niños me miran.

Le devuelvo la sonrisa afectuosa a Leo, disfrutando de su felicidad y entusiasmo.

¡Mami! Este es Nova, mi amigo Me lo presenta con esa adorable sonrisa que puesta sus dientitos.

Me da ternura ver sus manitas entrelazadas y como el mayor a pesar de su semblante aún carente de emociones, mira a mi hijo con cierto aprecio.

Ese brillo que se escurre cuando clava sus ojos en mí, prologando su mirada en un eterno vacío.

Como es usual en mí, me bajo hasta la altura de ambos niños, de la forma correcta para seguir manteniendo mi elegancia.

Siempre me ha molestado mirar a alguien como si fuera inferior a mí, sobre todo a los más pequeños, como muchos de estos padres hacen con ellos, aludiendo de que no entienden o que sus mentes funcionan diferentes a la nuestra.

Como si no fuéramos de la misma especie.

Es tan tonto.

Llevo mis manos hacia el desastroso nudo que Leonel a hecho en su cadera, con su impecable americana del uniforme, mientras poso mi vista en su acompañante.

Es un placer Nova, soy Natalia la mamá de Leonel.

Me presento elevando mis comisuras en una agradable sonrisa.

El niño no dice nada, ni siquiera responde a mi presentación, pero si noto brevemente la tensión en su cuerpo o incluso la forma en la que el agarre en la mano de Leo se torna un poco más firme, como si rechazara la idea de yo siendo su madre.

¿Por qué de repente hay tanta gente que me desprecia?

Lo ignoro volviendo a centrarme en Leo, quien a empezado a parlotear sobre algo referente al día de hoy.

Nova me ha dejado ir con él en el recreo ¡Hoy he sido un niño grande, Mami! Sonríe con ese entusiasmo que adoro, mientras empujo su americana en el interior de mi bolso tras doblarla, aún en mi postura que quedamos a similar altura. Nova también me ha invitado a su casa y me ha contado que tiene muchos padres… yo no tengo ninguno, por eso le he pedido que me preste uno.

Mi corazón se estruja con una pequeña punzada de dolor ante un hecho que siempre me preocupo sobre Leonel.

De no ser suficiente para él.

Todo niño siempre quiere y desea el cariño que aprecia a su alrededor.

Y aún si en esta academia son un poco más liberales respecto a la normalidad con la que parejas del mismo sexo, se ven libres de representarse como una familia más. No hay apenas figura única representativa de una familia que se limita o reduce a un solo adulto a cargo de su hijo o hijos.

De ahí el rechazo tan notorio que recibo en la propia plantilla de la academia.

Por eso con la única que he podido unir ciertos lazos de aprecio y confianza, a sido con la señora Clower, a la que empiezo a echar muy en falta.

Cariño… Empujo temblorosamente una sonrisa en mis labios mientras intento buscar las palabras correctas para responderle.

Pero una voz que reconozco se empuja a mi costado, ganando la atención de ambos niños y consiguiendo que Nova se aleje de Leo para correr en dirección al único sujeto que nunca creí encontrarme en este lugar.

Podríamos llegar a un acuerdo… Su tono arrogantemente cruel y burlón me instan a ponerme en pie, atrayendo a Leo hacia mí, como si un miedo irracional me controlase. Ante el hecho de tener frente mía en mi vida privada, a uno de los representantes de Wolften and Hellgan. Mismo que parece prestar una detallada atención a la forma sobreprotectora en la que reacciono. si tu madre no ve inconveniente alguno…

La forma en la que me ignora y pasa a hablar directamente con mi hijo, tras arrastrar casi afiladamente la palabra “madre”, implementa mucho más a fondo mi incomodidad.

¿Tú eres uno de los papás de Nova?

El hombre asiente con una sonrisa algo más agradable cuando el entusiasmo de Leo sale a flote.

Nova sigue abrazado a las piernas de su padre mientras me acecha, casi como si vieran en mi a las brujas malvadas de los cuentos.

Luego recaigo en ese segundo hombre que se aproxima dónde nos encontramos.

No se parece a ninguno de los hombres que recuerdo plácidamente echados en mi despacho.

Su aura es mucho más pesada y densa, como si él mismo arrastrara tras suyas las sombras oscuras del caos.

Y su mirada es lánguida y casi perezosa, pero terroríficamente perspicaz, como un león que se conoce la ley de la sabana. Esa que me repasa como su mayor amenaza.

Así es, me llamo Lyam y tú debes de ser… ¿Leonel?

Mi hijo afirma con entusiasmo, escapándoseme de las manos al empujar su curiosidad en ese desconocido.

Algo que me aturde por él siempre ser un niño reservado.

Sobre todo, con los adultos.

Así que aparto mi vista del hombre extraño y dominante que se acomoda a un lado de Lyam, el hombre de sonrisa macabra y bonito cabello castaño, para centrarme en la conducta repentina de Leo.

Él realmente quiere conocer a este sujeto.

Lo mira casi como me mira a mí.

Y eso me alarma lo suficiente como para tener el presentimiento paranoico de que quieren arrebatármelo.

¡Sí! ¿Cómo lo a sabido? ¿Nova le habló de mí? ¿Ya le dijo que no tengo padre? Solo somos Mamá y yo… Mira hacia mí con ese brillo cálido que me hace suavizar brevemente mi tensión, para volver a enfocar al hombre ante él. Tan grande e intimidante, pero quien apenas parece mostrar lo que el resto de niños muestra al mirarlos como si estos tipos fueran los villanos de sus historias. Cosa que sí son, puedo confirmarlo perfectamente. Así que podrían adoptarnos a Mamá y a mí en su familia…

Mi corazón se estruja ante la dulzura de Leonel en introducirme en sus disparatadas peticiones, hasta que mis ojos se encuentran con aquel par intimidante chorreando ese desprecio latente que parece afectarme más aquí que en la oficina.

Intento apartar el rubor que posiblemente se a empujado en mis mejillas, cuando acorto mis pasos para volver a atraer hacia mí bebé.

Leo, cariño… Intento darle a entender que ese tipo de peticiones no se hacen, pero Lyam responde por mí.

 No creo que a tu madre le agrade la idea, pequeño… Veo como clava su mirada en Leonel mientras me imita, descendiendo hasta colocarse de cuclillas frente a ambos niños, para igualar sus miradas. Nova se escurre entre sus brazos, medio abrazando a su padre tras recargar parte de su peso en su muslo, sin importarse verse vulnerable o mimoso entre la calidez protectora de su padre Pero nos encantaría acogerte siempre que quieras, Nova no tiene muchos amigos… solo se muestra sociable con su familia.

El entusiasmo vuelve a deslizarse en Leonel.

Pero antes de que me ponga en un incomodo aprieto, interrumpo su dialogar, ganándome la atención de los cuatro.

Podríamos ponernos en contacto y ajustar parte de nuestras agendas para que tanto Nova como Leonel puedan pasar tiempo juntos…

Un extraño destello cruza la mirada de ambos hombres, algo que dura apenas un instante y que no sé como identificar, hasta que los veo asentir con firmeza.

Lyam se levanta tras Nova retirarse y ante los tres adultos, acercarse para abrazar afectuosamente a Leo, quien suelta una risita mientras le corresponde.

Demasiado encariñado con un niño que cuando me mira siento el mismo desprecio y resquemor que sus padres.

Realmente estoy comenzando a creerme la villana de esta historia…

Lyam extiende una de sus manos en mi dirección, volviendo a empujar esa arrogante y macabra sonrisa en sus labios.

Dudo un poco en aceptar su estrechón de manos, sintiendo que al momento de que su mano engulla la mía es capaz de romperla con un simple estrujón. Aún así lo hago, cedo a su capricho.

No hay delicadeza ni algo más que pueda darme un indicio a lo que sentí con aquel extraño brillo en su mirada.

Solo esa sensación frívola y cruel que extrañamente me hace sentir sensible al nivel de querer llorar como un bebé.

Es por esa extraña hostilidad que empuja en mi dirección sobre este “cordial” y diplomático saludo, que arranco mi mano de la suya, volviendo a sostener a Leo de sus hombros, empujándolo lejos de ellos.

Ya saben cómo contactarme…

Murmuro con un nudo en mi garganta, hastiada y abrumada por sentirme tan pequeña ante este par de hombres

Nunca he sido insegura.

Nunca me he dejado llevar o destruir por el odio o el rechazo ajeno.

Pero esto se siente igual que la vez en la que descubrí que mis padres me abandonaron en las puertas de un orfanato.

Un rechazo doloroso y tormentoso que comprime mi pecho hasta sentir que el aire que empujo en mí, quema en mis pulmones.

Retiro mi vista de ellos mientras me inclino para alzar en brazos a Leo, quien apoyo en mi cadera y llevo hasta el coche.

Él agita su manita en despedida de los dos hombres y de Nova, quien le responde al saludo.

No me gusta para nada la sensación que esta situación me provoca.

Como si algo muy malo estuviera iniciándose a mi alrededor y no pudiera ni tuviera oportunidad de detenerlo.

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