DIEZ

Mi mano mantiene serenamente las caricias sobre la cabecita de Leonel.

Ya estamos en casa.

En la supuesta seguridad de nuestro hogar.

Mi bebé ha vuelto a confiar lo suficientemente en mí como para volver a arrastrarse a la seguridad y calor de mis brazos.

Soy incapaz de preguntarle el paradero del colgante que Brenda me hizo ponerle nada más cumplir los dos años de edad.

No me atrevo a hacer un movimiento que pueda volver a arrancarlo de mi lado.

Estoy siendo infantil y egoísta en este momento, pero realmente necesito esto, sentir su respiración suave sobre el hueco de mi cuello, su corazoncito latir contra el mío, sus manitas aferrarse a mi pijama.

Necesito a mi bebé conmigo.

Percibir su dulce aroma que calma la angustia que ha estado sacudiendo y atormentando mi pecho.

—Mami… — Su vocecita es tan suave y frágil que siento como está a un suspiro de volver a llorar desconsoladamente por estar lejos del hombre que dice ser su padre, es esa misma sensación que siento yo cuando creía pod
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