La Bella Fierecilla que Robó el Corazón de CEO
La Bella Fierecilla que Robó el Corazón de CEO
Por: Jimena
Capítulo 1
Callejón en la frontera de Maredonia.

—¡Atrápenla! ¡No dejen que se escape!

El callejón, a pesar de la medianoche, brillaba con un resplandor decadente. Una docena de matones vestidos de negro perseguían a una joven de figura esbelta.

—Carajo, ¿quieren morir? —masculló la muchacha al ver que no cesaban en su persecución. Se detuvo con rabia, empuñando una gruesa barra de hierro de más de un metro.

—Entrega lo que tienes—exigieron.

En un abrir y cerrar de ojos, los matones la rodearon.

—¿Lo quieren? ¡Vengan entonces por él! —Los desafió ella. Su rostro estaba oculto por la capucha de su sudadera negra, pero su voz helaba la sangre.

La sangre corría; había recibido un balazo en el brazo. Tenía que actuar rápido.

—Tú, regístrala—ordenó el líder de la cicatriz a un joven de cabello rubio a su lado.

El rubio vaciló por un momento; esa mujer era demasiado salvaje, peleaba como si no tuviera nada que perder.

—¡Muévete, carajo!

El rubio se acercó, pero antes de llegar a ella, la joven le asestó un feroz golpe en la nuca con la barra.

—¡Todos juntos ahora! —gritó el líder, entrando en pánico.

Los ojos de la joven brillaban con locura mientras atacaba sin piedad. Sin embargo, después de tres horas de persecución, sus fuerzas ya se estaban agotando.

Después de tumbar a un tipo de casi 1.80 m y patear a otro de casi 1.90 m en las pelotas, ella aprovechó la oportunidad para escabullirse por otro callejón.

Había perdido mucha sangre y apenas podía mantenerse en pie, pero no podía permitir que esos tipos se salieran con la suya.

Antes de que la alcanzaran, se quitó con rapidez la sudadera negra, revelando una camiseta de tirantes que delineaba su figura perfecta. Se soltó el pelo, dejando caer su hermosa melena.

Sin pensarlo dos veces, entró en el antro más famoso del callejón: ¨Tentación¨.

Los malhechores la siguieron justo hasta la entrada, pero no se atrevieron a entrar. Aunque ¨Tentación¨ era un antro barato de mala muerte, su dueño era alguien con quien no querían meterse. Se rumoreaba que incluso los peces gordos de Maredonia le lamían las botas para ganarse su favor.

—¿Y ahora qué? —Preguntó uno de ellos.

—Quédense algunos de ustedes afuera vigilando. Los demás, vengan conmigo. Incluso en ¨Tentación¨, tienen que respetar a Juancho—respondió el líder.

Dentro del antro, el desmadre seguía y nadie notó que ella acababa de entrar. Poco después, el tipo de la cicatriz entró con algunos de sus compinches.

Ella abrió rápidamente la puerta de un privado y entró con prisa dentro. Estaba a oscuras. Lucía Ríos se apoyó contra la puerta, estaba hecha polvo después de tres horas de pelea.

De repente, sintió que se le venía encima el peligro. Se movió con sagacidad, pero un hombre alto logró atraparla, sujetando sus manos sobre su cabeza con una sola mano.

—Suéltame—exigió Lucía.

—¿Quién te mandó? —preguntó él.

Aunque estaba agotada, Lucía se dio cuenta de que este tipo sería un hueso duro de roer.

—Caballero, discúlpeme pero pensé que este privado estaba vacío. No quise molestar, y mejor ya me retiro—dijo suavizando su voz.

Sin embargo, él no aflojó su agarre.

—Caballero, de verdad no sabía que estaba aquí. Me está lastimando—susurró Lucía, su aliento cálido avivando el deseo que él apenas lograba contener.

—Lárgate entonces—gruñó él.

En la oscuridad, Lucía no podía ver su expresión, pero notó algo muy raro en su voz. ¿Acaso este tipo estaba drogado? No sería raro en un lugar como ¨Tentación¨.

Lucía solo quería zafarse de ese tipo peligroso. Estaba a punto de abrir la puerta cuando de repente vio al tipo de la cicatriz afuera. Rápidamente cerró la puerta.

—¿Todavía no te has largado? —preguntó él. Le había dado una oportunidad; si no se iba ahora, entonces que se atuviera a las consecuencias.

—Jefe, escuché voces adentro—dijo alguien desde afuera. Estaban a punto de entrar.

Lucía empujó al hombre contra la pared y le plantó un beso en los labios.

—Mmm...—él quedó pasmado por su violento atrevimiento.

Lucía se acercó a su oído y susurró:

—Ayúdeme por favor, quieren atraparme.

—¿Por qué debería ayudarte? —respondió él sin inmutarse.

Lucía sutilmente puso la punta de un cuchillo en el pecho del tipo. El hombre sonrió. Esa mujer tenía suficientes agallas para amenazarlo.

En ese momento, la puerta se abrió de golpe. Ella se apretó contra el hombre, sin aflojar la presión del cuchillo.

El tipo de la cicatriz entró con sus compinches y se encontró preciso con la escena candente. Aunque solo podían ver la espalda de ella, sus omóplatos y su largo cabello negro sobre la piel blanca eran suficientes para ponerlos a mil.

—¡Fuera! —ordenó el hombre, rodeando la cintura de la joven con su brazo. Aunque ella era una fiera en la pelea, su cuerpo era suave y frágil, tentándolo a destrozarla.

Al escuchar la algarabía, el gerente de ¨Tentación¨ llegó corriendo.

—Señor Pedro, disculpe las molestias. Haré que los saquen de inmediato—dijo el gerente, sudando la gota gorda. El señor Pedro era conocido por no gustar de la compañía femenina, y ahora esta mujer se atrevía a abrazarlo.

El gerente llamó apresurado a los gorilas de seguridad, pero antes de que pudieran tocarla, la mirada del señor Pedro los detuvo en seco.

—Saquen a estos imbéciles de aquí—ordenó fríamente.

—Sí, señor Pedro—respondieron los gorilas.

—Señor Pedro, somos hombres de Juancho—dijo el tipo de la cicatriz, mencionando a su jefe.

—¿Juancho? ¿Y ese quién coño es ese? Échenlos a patadas—ordenó Pedro.

El tipo de la cicatriz intentó resistirse, pero los gorilas de ¨Tentación¨ no eran cualquier tipo de cosa y sacaron sus fierros.

Después de echar a todos, el gerente cerró discretamente la puerta del privado. Lucía suspiró muy aliviada al ver que se habían ido. Estaba hecha polvo.

—Gracias—dijo. Después de todo, este tipo la había ayudado.

Sin embargo, en un santiamén, él le arrebató el cuchillo de la mano.

—Te ayudé. ¿No deberías devolverme el favor? —susurró él, mordisqueando su oreja.

—¿Cómo quieres que te lo devuelva? —Preguntó inocente Lucía.

—Me besaste a la fuerza. Por justicia, ¿no debería devolverte el beso? —sugirió.

—Señor Pedro, puedo traerle cualquier mujer que se le antoje—ofreció Lucía, intentando zafarse de él, pero sin poder moverse ni un centímetro.

—Señor Pedro, usted...

—Ahora solo te deseo a ti—declaró él, saboreando el grato recuerdo del beso. Los labios de la mujer eran suaves y placenteros, al igual que su cuerpo.

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