—Mayordomo, date prisa, estoy bastante cansada—dijo Lucía ignorando por completo a Andrés. Perezosamente, se estiró y entró en la habitación.El mayordomo no tuvo más remedio que llevar a varias personas a arreglar el cuarto.—Cambia todos los muebles de la habitación, tienes solo una hora para hacer esto—le ordenó Lucía. Le repugnaba usar cosas que Alicia hubiera tocado.—Señorita, pero ya es tarde y es de noche...—Javier, ¿acaso has olvidado de dónde vienes? —Lucía flexionó su muñeca amenazadora. Javier no tuvo más opción que dar la orden de inmediato. Cuando todo estuvo listo, ya habían pasado dos horas. Después de molestar a esos miserables toda la noche, Lucía durmió por fin de manera plácida. —Mamá, ¿realmente vamos a dejar que Lucía asista a mi compromiso con Sergio mañana? —preguntó Alicia con rostro de preocupación. Ella se esforzaba por mantener las apariencias frente a Andrés, pero la sola idea de que Lucía se presentara en su fiesta de compromiso la llenaba de ansiedad.
La fiesta de compromiso de Alicia y Sergio se celebraba en el gran Hotel Celeste de Puerto Río. La fiesta de compromiso de los Ríos y los Castro reunió al noventa por ciento de las familias adineradas de Puerto Río. Mientras tanto, el grupo de WhatsApp de los riquillos de Puerto Río estaba muy animado.[He oído que Lucía ha regresado. Han pasado cinco años, me pregunto cómo le habrá ido a esa arrogante señorita de los Ríos.][¿Cómo más le va a ir? Pues en esa desolada frontera, y siendo Lucía tan provocativa, seguro que alguien la ha mantenido.][Un amigo mío fue a la frontera hace poco y vio con sus propios ojos cómo Lucía estaba acompañada por un cincuentón...][En su tiempo, todas las jovencitas que se acercaban a Sergio sufrían por culpa de Lucía. Ahora le toca a ella, y bien que se lo merece.][¿Acaso Lucía y Sergio estuvieron juntos alguna vez?][No, de veras que nunca me gustó Lucía.]Sergio, que nunca había hablado en el grupo, intervino.Al ver que el protagonista aparecía de
—Te atrapé—susurró él cerca de su oído, con una voz cautivadora. Su aliento cálido rozó la oreja sensible de ella. Al verla de cerca, quedó aún más impresionado.Con solo un maquillaje ligero, ya lucía impresionantemente hermosa, captando todas las miradas. Mientras Pedro la observaba con asombro, ella también lo estudiaba con detenimiento. Aquella noche en el reservado estaba muy oscuro y no pudo ver bien su rostro. Ahora, él solo llevaba una camisa negra metida en un pantalón de traje del mismo color. El pantalón se ajustaba de manera perfecta a sus largas y tonificadas piernas. Sus ojos atractivos pero peligrosos, su nariz perfecta y sus labios seductores componían lo que en cualquier lado se consideraría como un rostro apuesto.Peligro, tentación, atracción... los recuerdos de aquella noche intensa volvieron de nuevo a ella.—No importa quién seas, es mejor que no te metas en mis asuntos—dijo ella fríamente con sus voluminosos labios.—Tranquila, no soy tu enemigo. Haz lo que tenga
—¿Quién eres? —preguntó Sergio, mirando con desagrado al hombre alto frente a él.—No estás en posición de saberlo—respondió con altivez Pedro, sin mostrar ningún respeto por quien era el heredero de los Castro.En ese preciso momento, Pedro solo podía pensar en lo rica que era la cintura de Lucía. Sentía que con un mínimo esfuerzo podría romper su frágil figura. Realmente, era tan hermosa que daban ganas de destrozarla a besos, pero al mismo tiempo, de protegerla.Alicia también observó al hombre alto. Llevaba una camisa negra de marca desconocida, pero su presencia era imponente. Tanto su rostro como su físico resultaban ser fatalmente atractivos para las mujeres. Seguro que era una fiera en la cama. Al pensar que era el hombre de Lucía, Alicia se irritó demasiado.—Lucía, ¿es tu novio? ¿Viene de la frontera? —preguntó Alicia con desprecio. Seguro lo había traído de allá. En la frontera no había familias poderosas, así que este tipo solo tenía una cara bonita, nada comparado con Ser
Nadie se esperaba que la Lucía de hoy fuera tan agresiva. Prácticamente le estaba declarando la guerra a las familias Ríos y Castro.Hay que tener muy en cuenta que los Castro ahora están aliados con los Castillo de Nuevalora, convirtiéndose en una de las familias más poderosas de Puerto Río. Mientras tanto, Lucía es solo una simple pieza descartada en la frontera. Ella ni siquiera podría hacer mella en los Ríos, mucho menos absorber a los Castro.En medio del silencio general, Pedro empezó a aplaudir efusivamente.—Como era de esperar de la mujer que me gusta. Qué actitud—dijo Pedro, mirándola con gran admiración.—¡Lucía, eres increíble! ¡Estoy orgullosa de ti! —exclamó Mariana con una amplia sonrisa, apoyando la idea de derrotarlos después de la forma tan cruel cómo habían tratado a Lucía y a su madrina hace cinco años.Los demás se miraron desconcertados. ¿Acaso esos tres ya se habían vuelto tambien locos? ¿O el mundo era el que se había vuelto loco?—Lucía, ¿crees que puedes hacer
Mariana se había ido, dejando solos a Lucía y Pedro junto al río. Pedro, alto y apuesto se paró imponente frente a ella, protegiéndola del viento.Lucía quiso fumar, pero al buscar se dio cuenta de que llevaba puesto el vestido de gala. Al ver esto, Pedro se dirigió sin decir una palabra al Rolls-Royce estacionado muy cerca de allí y sacó una cajetilla y un encendedor. Tomó un cigarrillo, lo encendió y le dio un par de caladas.Lucía se sentía cada vez más irritada. Nunca imaginó que este hombre la seguiría hasta aquí. Él le había quitado su primera vez, ella le había clavado con rabia un cuchillo en el pecho. Aunque no murió, estaban a mano. Entonces, ¿por qué había venido de nuevo? ¿Cuáles eran sus intenciones?En ese momento, Pedro le ofreció el cigarrillo encendido.—¿No querías fumar?Lucía no se hizo de rogar y abrió la boca. Pedro, resistiéndose a su impulso de besarla, le puso el cigarrillo entre los labios.Lucía se apoyó casualmente contra la barandilla del río. Sus curvas er
Lucía le lanzó una mirada fulminante. ¿Por qué hacía ese tipo de sonidos tan provocativos?Pedro explicó: —Discúlpame un poco, pero la verdad es que no pude contenerme.Pedro terminó de limpiar la herida y vendó el brazo de Lucía con habilidad. Cuando terminó, la miró con intensidad.—Ya curé tu herida. Ahora ¿no deberías curar tú la mía también?En realidad, él podía hacerlo solo, pero la verdad, quería que ella lo hiciera. Lucía aceptó con un brillo malicioso en los ojos.—De acuerdo, te ayudaré entonces.Se levantó del sofá y lo empujó para que se sentara.—Quítate la camisa—le ordenó.—Ayúdame tú a quitármela, aún me duele—respondió él con aire imponente.Lucía flexionó los dedos con una sonrisita traviesa.—Está bien, hagámoslo así entonces.Se colocó entre sus piernas y le quito la camisa negra con fuerza, haciendo que algunos de los botones salieran volando.—¿Todavía quieres que te ayude?—Sí—respondió él, desafiante.—Eres un poco salvaje. Eso me excita—añadió.Lucía le quitó
—Lucía, ¿qué estás haciendo? Hay cámaras aquí—le advirtió Sergio, intentando separar a Lucía. Después de todo, Alicia era su prometida y no podía permitir que la maltrataran de esa forma.Sin embargo, una mano lo detuvo. Sergio intentó apartarla, pero el hombre lo agarró del hombro con tanta fuerza que sintió que le iba a romper en ese momento la clavícula.—¿Qué haces? Deja que entre mujeres se arreglen sus propios asuntos. Tu rival soy yo—dijo con firmeza Pedro.—Lucía, no te preocupes, yo me encargo—añadió Pedro con tono despreocupado.—¡Discúlpate! —exigió Lucía. Amanda era su punto débil y no permitiría que nadie hablara mal de su madre. Alicia quería resistirse, pero la sensación de asfixia era realmente insoportable. Lucía parecía estar loca. Si no se disculpaba, temía que esta demente pudiera matarla.—Lo siento mucho, me equivoqué—se disculpó finalmente Alicia.Sin embargo, Lucía no la soltó.—Si las disculpas sirvieran, ¿para qué necesitaríamos a la policía? —dijo Lucía, apr