Capítulo 3
La expresión de Sara se oscureció al instante. Nunca pensó que aquella Lucía, a quien todos solían menospreciar, se hubiera vuelto tan difícil de tratar.

—Lo siento mucho —murmuró Sara de mala gana, por el bien del apellido Castro.

—No te escucho —presionó con más fuerza a Lucía.

—Tú... —Sara estaba furiosa. En todo Puerto Río, nadie se atrevía a desafiarla de esa manera. Sus ojos se enardecieron de ira, y aunque había muchos testigos, nadie se arriesgó a defenderla.

—Lo siento muchísimo, ya dije que me equivoqué —repitió finalmente.

—Señorita Castro, la próxima vez que me vea, recuerde saludarme con algo más de respeto. Si no, aténgase a las consecuencias —advirtió Lucía con firmeza.

Sara estaba a punto de estallar de la rabia que sentía. ¡Esa descarada se atrevía a amenazarla! Pero su alegría no duraría por mucho tiempo, pronto aprendería lo que significaba en verdad ofender a la segunda hija de los Castro.

Arrastrando su maleta hacia la salida T2, Lucía divisó a su amiga Mariana Ruiz esperándola.

Al verla llegar, Mariana corrió con agrado a abrazarla.

—¡Lucía, por fin has regresado!

—Por cierto, ¿sabías que esa pareja de perros se compromete mañana? No habrás venido a arruinar la boda, ¿cierto?

—Qué imaginación tienes. Solo he regresado para recuperar lo que me pertenece —respondió Lucía con frialdad.

Mariana rodeó la delgada cintura de Lucía y juntas se encaminaron con rapidez hacia la salida.

En el estacionamiento, Mariana abrió el maletero y personalmente ayudó a Lucía con su equipaje.

Lucía se sentó en el asiento del copiloto. Después de guardar la maleta, Mariana se subió apresurada al auto.

—¿Por qué no te quedas en mi casa esta noche? Te he echado de menos. —No hace falta, vamos directo a la mansión de los Ríos.

—Carmen y Alicia Navarro ya se mudaron allí. ¿Estás segura de que quieres volver? —preguntó Mariana, muy preocupada.

—Estoy segura. Vamos, no te preocupes por mí. Quienes deberían preocuparse realmente son aquellos que nos lastimaron a mi madre y a mí.

Antes de que Lucía llegara a la mansión de los Ríos, Alicia recibió una llamada de Sara. Al enterarse de que Lucía había regresado en ese momento, frunció el ceño.

—¿Qué te sucede? —preguntó su madre Carmen al verla preocupada.

—Lucía ha vuelto—dijo Alicia, entregando el teléfono a una sirvienta cercana.

—¿Cómo? ¿Por qué regresa justo ahora?

—Aunque es el momento perfecto para que devuelva las acciones que todavía posee—añadió Carmen con una mirada calculadora.

—Exacto. Esta vez, nos aseguraremos de que nunca más pueda levantarse—dijo Alicia con frialdad.

Alicia se quitó su vestido de gala y fue a buscar a su padre, Andrés.

Al enterarse de que Lucía se había atrevido a lastimar a Sara, Andrés estalló de ira.

—Cuando regrese, llévenla directamente a la mansión de los Castro para que se disculpe con la señorita Castro.

—Papá, los Castro están bastante enojados. Me preocupa que esto pueda afectar la relación entre ambas familias—dijo Alicia.

—No te preocupes por eso. Sergio te ama tanto que seguro te ayudará. Además, esto es culpa de Lucía, no tiene nada que ver para nada contigo.

En ese momento, se escuchó el sonido de un auto deportivo fuera de la mansión.

Poco después, Lucía, vestida de negro, entró arrastrando su maleta.

—Vaya, vaya, ya están todos aquí—dijo, Lucía empujando su maleta hacia la sala y sentándose en el sofá.

Andrés estaba sentado en otro sofá, con Carmen y Alicia de pie a ambos lados.

Al ver la actitud desafiante de Lucía, Andrés se enfureció.

—¿Quién te dijo que volvieras? ¿Cómo te atreves a regresar? Lucía, tú...

—¡Alto! —interrumpió con firmeza Lucía antes de que Andrés pudiera terminar.

—Tú tuviste la cara de traer a tu amante y a su hija aquí. Comparado contigo, todo lo que he hecho es nada.

Lucía miró de reojo a Carmen y Alicia con gran indiferencia.

—Lucía, veo que aún no has aprendido la lección. Vuelve ahora mismo a la frontera y mejor deja de avergonzarnos aquí.

Lucía se parecía mucho a su madre, y solo al verla le recordaba a esa mujer tan desagradable.

A los Castro les gustaba mucho Alicia, y mañana ella y Sergio se comprometerían. No podía haber ningún tipo de contratiempo.

—¿Irme? No lo creo. ¿Por qué no te vas tú primero y me das ejemplo? —desafió Lucía, con una mirada desafiante. Ver su frustración solo alimentaba aún más su sed de venganza.

—Tú...—Andrés temblaba de rabia. —Mayordomo, saca sus cosas de aquí.

El mayordomo se acercó para intentar sacar el equipaje de Lucía.

—No te atrevas a tocar mis cosas—dijo Lucía con siniestro tono de voz.

—Señorita, por favor no nos ponga en esta situación tan difícil—suplicó el mayordomo. Después de todo, ahora era el señor Ríos quien le pagaba.

Lucía permaneció sentada, pero sus ojos estaban llenos de burla.

—Así que recuerdas que yo soy la verdadera señorita de esta casa. No olviden cuál es el apellido de tu jefe.

¿Quién se creía acaso que era Andrés? Si no fuera por su madre, Andrés no sería más que un pobre diablo cualquiera.

Al escuchar esto, Andrés se enfureció aún más. Aunque había hecho su fortuna gracias a su primera esposa, no soportaba que nadie la mencionara.

—¡Sáquenla ya de aquí!

El mayordomo, por supuesto, obedeció a Andrés apresurado fue a tomar el equipaje de Lucía.

Lucía se acercó y le dio una patada en el pecho al mayordomo, derribándolo.

—Señorita, ¿cómo puede tratarme así? He estado sirviéndole a esta familia por más de veinte años, la crié a usted desde que era tan solo una frágil bebé.

—Señor, por favor, haga justicia. Desde que llegué a los Ríos, siempre he sido leal.

—A mi avanzada edad, y ser maltratado de esta manera... Preferiría mejor que pasen sobre mi cadáver antes que esto.

—Lucía, discúlpate con el mayordomo ahora mismo—ordenó Andrés enfurecido.

—¿Disculparme? ¿Por qué debería? Mayordomo, si no recuerdo mal, usted vino para servir a mi madre, ¿verdad? Después de cinco años, ¿ya se olvidó acaso quién es su verdadera señora?

En ese tiempo cuando su madre fue llevada a la locura, el mayordomo había contribuido de manera significativa en el empeoramiento de su situación.

—Señorita, yo...

Lucía se acercó y pisó el dorso de su mano.

—¡Ah! —gritó el mayordomo, sin poder creer que Lucía se atreviera a actuar así frente a todos.

Lucía se agachó frente al mayordomo.

—Lo siento mucho, mayordomo. Después de cinco años en la frontera, mi vista no es tan buena.

Dicho esto, Lucía pisó con más fuerza antes de arrastrar su maleta hacia las escaleras.

—Esta vez he vuelto decidida a quedarme. En cuanto a la fiesta de compromiso de mañana, como la señorita de los Ríos, por supuesto que asistiré. Pueden esperar y ver.

Lucía se dirigió a su antigua habitación, pero descubrió que Alicia la estaba ocupando.

—Mayordomo, saca toda la basura de mi habitación—ordenó Lucía, apoyándose en la barandilla.

El mayordomo, que acababa de ser duramente reprendido, no sabía en ese momento qué hacer. Solo pudo mirar a Andrés en busca de instrucciones.

—¿Qué pasa? ¿Tu edad te ha dejado sordo y desmemoriado? —se burló Lucía.

Justo cuando Andrés estaba a punto de estallar, Carmen lo detuvo.

—Es solo una habitación, no hay necesidad de enojarse. Mayordomo, ve y saca todas las cosas de Alicia.

Carmen mantenía una sonrisa educada en su rostro. Era bueno que Lucía hubiera regresado ahora, así podrían apoderarse de las acciones que aún tenía.

Después de todo, solo era una simple mocosa inexperta. Si pensaba que podía enfrentarse a ella, aún le faltaba muchísimo por aprender.

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