Capítulo 4
—Mayordomo, date prisa, estoy bastante cansada—dijo Lucía ignorando por completo a Andrés. Perezosamente, se estiró y entró en la habitación.

El mayordomo no tuvo más remedio que llevar a varias personas a arreglar el cuarto.

—Cambia todos los muebles de la habitación, tienes solo una hora para hacer esto—le ordenó Lucía. Le repugnaba usar cosas que Alicia hubiera tocado.

—Señorita, pero ya es tarde y es de noche...

—Javier, ¿acaso has olvidado de dónde vienes? —Lucía flexionó su muñeca amenazadora.

Javier no tuvo más opción que dar la orden de inmediato. Cuando todo estuvo listo, ya habían pasado dos horas. Después de molestar a esos miserables toda la noche, Lucía durmió por fin de manera plácida.

—Mamá, ¿realmente vamos a dejar que Lucía asista a mi compromiso con Sergio mañana? —preguntó Alicia con rostro de preocupación.

Ella se esforzaba por mantener las apariencias frente a Andrés, pero la sola idea de que Lucía se presentara en su fiesta de compromiso la llenaba de ansiedad.

Había luchado tanto para estar con Sergio, y ahora que los Castro se habían aliado con los Castillo de Nuevalora, su posición era aún más fuerte. No podía permitir que esa arpía de Lucía lo echara todo a perder.

—Si no quieres que aparezca, es fácil de solucionar—respondió Carmen con una sonrisa astuta.

—¿Qué quieres decir?

—Ya, no te preocupes por eso. Te prometo que mañana no la verás en la fiesta de compromiso.

—Mamá, sabía que eras la mejor.

Muchas cosas ni siquiera necesitaba hacerlas ella misma, su madre se encargaría de absolutamente todo. Lucía era igual de inútil que su madre. Si pudieron echarlas de la mansión de los Ríos antes, ahora sería aún más fácil impedir que regresaran.

Esta vez, Lucía perdería de manera aún más humillante que la anterior.

Cuando Lucía despertó, ya eran las once de la mañana. Después de dormir más de diez horas, se sentía renovada por completo. Deliberadamente, se vistió toda de negro y bajó apresurada las escaleras.

Al ver a Lucía vestida así, el rostro de Andrés se ensombreció al instante.

—Hoy es el día feliz del compromiso de Alicia y Sergio, ¿qué pretendes vistiéndote toda de negro?

Lucía ni se molestó en responderle.

—Mayordomo, tráeme ya el desayuno—ordenó de inmediato.

—¿A qué hora crees que estamos? ¿Tienes cara para pedir desayuno después de dormir hasta tan tarde? —gruñó Andrés.

Andrés simplemente no la soportaba, sobre todo por sus ojos, calcados a los de su madre, que le provocaban una profunda aversión.

—Tú, un simple mantenido, ¿qué derecho tienes de decir eso? Mayordomo, prepara el desayuno y que no tenga que repetirlo dos veces.

—Lucía, ¿quieres matarme de un disgusto? —Le gritó Andrés furioso.

Escuchando el alboroto en la sala, Carmen bajó apresurada las escaleras luciendo un elegante vestido.

—Andrés, no te enojes por eso. Lucía aún es joven e inexperta—intentó calmar la situación. —Lucía, tu padre no está bien de salud, no lo hagas enojar. Por cierto, ya te preparé un vestido para la fiesta de compromiso.

Hizo que una sirvienta trajera el vestido.

—No sabía que volverías, este vestido era de Alicia, solo lo usó una vez. No te importará, ¿verdad?

—¿Acaso qué va a importarle? Debería estar agradecida de tener algo que ponerse. ¿No has visto la ropa que trae puesta? Da solo vergüenza—intervino Andrés con desprecio.

Lucía sonrió con frialdad, tomó el vestido de manos de la sirvienta, sacó un encendedor de su bolsillo y prendió fuego al vestido azul celeste.

—¡Lucía! ¿Qué estás haciendo? ¿Sabes cuánto costó ese vestido? —gritó Andrés furioso sintiendo que le explotaba la cabeza.

—¿No dijiste que Alicia ya no lo quería? ¿Acaso no hay que quemar las cosas que ya no se quieren? —respondió Lucía mirando al mayordomo. —Javier, ¿acaso ya no quieres tu trabajo? ¿Dónde está mi desayuno?

El mayordomo, viendo su comportamiento tan desafiante, no se atrevió a decir nada y apresurado ordenó que trajeran el desayuno.

—Lucía, sé que no te gusta usar cosas de segunda mano, pero la fiesta de compromiso es pronto. ¿Tienes un vestido apropiado? —preguntó Carmen con falsa preocupación.

En todos estos años, Andrés no les había dado ni un centavo a Lucía y su madre. Con solo ver la ropa desgastada que usaba, era evidente que no podría permitirse un vestido apropiado para la ocasión.

—Creo que lo que llevo puesto es bastante apropiado. De hecho, tengo que asistir a un funeral más tarde. ¿Cómo es que eligieron esta fecha? Parece un buen día para un entierro—respondió Lucía con gran sarcasmo.

—¿Te atreves a ir vestida así? —Andrés estaba a punto de estallar.

—¿Y qué puedo hacer? No me gusta usar ropa de otros, y mi querido padre, ¿acaso olvidaste? Después de echarnos a mi madre y a mí a Maredonia, no nos diste ni un solo centavo.

—Ya basta, ve a comprarte un vestido, pero no nos avergüences—ordenó Andrés entregándole una tarjeta de crédito negra.

Ahora que los Ríos se habían establecido como una familia de renombre en Puerto Río, no podían arriesgarse a que ella los dejara en ridículo. El plan era simple: engañarla para quedarse con sus acciones y luego deshacerse de ella, dejándola abandonada en algún lugar remoto para que se las arreglara como pudiera.

Lucía tomó en ese momento la tarjeta con una sonrisa burlona.

—Mi querido padre, el dinero que gastas en tu amante y su hija es de mi madre, ¿o es que acaso no lo sabias? Cuando tenga tiempo, nos sentaremos a hacer las cuentas. No te perdonaré ni un solo centavo.

Dicho esto, Lucía se dio la vuelta al instante para ir a desayunar. Después de comer, recibió una llamada de Mariana y se preparó para salir.

Viendo su actitud desafiante, Andrés tomó un cenicero de la mesa de café y lo arrojó hacia la nuca de Lucía. Carmen observó la escena con satisfacción interior. Lucía era igual de irritante que su madre, siempre actuando como si estuviera por encima de todos.

Sin embargo, Lucía pareció tener ojos en la espalda. Justo cuando todos esperaban verla sangrar, se giró con agilidad y de una patada desvió el cenicero, que terminó golpeando la nariz de Andrés.

Andrés, se sorprendido por completo, se cubrió la nariz sangrante.

—¡Lucía! —gritó furioso, pero antes de poder maldecir, la sangre ya corría por su rostro.

Lucía lo miró con frialdad.

—Andrés, no solo eres un mantenido, sino que también atacas a traición. No sé qué vio mi madre en ti.

Sin molestarse en mirar la nariz ensangrentada de Andrés, Lucía salió de la casa dejando el caos tras de sí.

El deportivo de Mariana esperaba fuera de la mansión de los Ríos. Incluso desde el auto, podía escuchar los gritos furiosos de Andrés.

—¿Qué fue lo que hiciste? —preguntó Mariana emocionada y curiosa.

—Nada importante, vámonos—respondió Lucía, su humor mejorando al recordar el rostro ensangrentado de Andrés.

Mariana condujo directo a su taller de moda.

—Ya tengo listo tu 'uniforme de batalla' para la fiesta de compromiso—anunció orgullosa.

El vestido rojo con la espalda descubierta era un diseño exclusivo de Mariana, confeccionado personalmente por ella, cada puntada elaborada a mano.

—Mmm, es hermoso—Lucía levantó el pulgar en señal de aprobación. Mariana en realidad era una diseñadora con mucho talento.

—Esta noche, vamos a dejarlos a todos boquiabiertos—dijo Mariana, ansiosa por ver la cara de disgusto de Alicia.

—Aún es muy temprano—comentó Lucía sacando su celular para llamar al manicomio donde tenían a su madre.

Después de colgar, se quedó pensativa. Mariana se acercó emocionada y la abrazó.

—Lucía, mi madrina se recuperará muy pronto, ya lo verás.

Lucía se emocionó.

—Tienes razón, mi madre ya al rato se pondrá bien.

Pensar en lo que su madre había sufrido solo reforzó su determinación de acabarlo todo.

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