—¿Quién eres? —preguntó Sergio, mirando con desagrado al hombre alto frente a él.—No estás en posición de saberlo—respondió con altivez Pedro, sin mostrar ningún respeto por quien era el heredero de los Castro.En ese preciso momento, Pedro solo podía pensar en lo rica que era la cintura de Lucía. Sentía que con un mínimo esfuerzo podría romper su frágil figura. Realmente, era tan hermosa que daban ganas de destrozarla a besos, pero al mismo tiempo, de protegerla.Alicia también observó al hombre alto. Llevaba una camisa negra de marca desconocida, pero su presencia era imponente. Tanto su rostro como su físico resultaban ser fatalmente atractivos para las mujeres. Seguro que era una fiera en la cama. Al pensar que era el hombre de Lucía, Alicia se irritó demasiado.—Lucía, ¿es tu novio? ¿Viene de la frontera? —preguntó Alicia con desprecio. Seguro lo había traído de allá. En la frontera no había familias poderosas, así que este tipo solo tenía una cara bonita, nada comparado con Ser
Nadie se esperaba que la Lucía de hoy fuera tan agresiva. Prácticamente le estaba declarando la guerra a las familias Ríos y Castro.Hay que tener muy en cuenta que los Castro ahora están aliados con los Castillo de Nuevalora, convirtiéndose en una de las familias más poderosas de Puerto Río. Mientras tanto, Lucía es solo una simple pieza descartada en la frontera. Ella ni siquiera podría hacer mella en los Ríos, mucho menos absorber a los Castro.En medio del silencio general, Pedro empezó a aplaudir efusivamente.—Como era de esperar de la mujer que me gusta. Qué actitud—dijo Pedro, mirándola con gran admiración.—¡Lucía, eres increíble! ¡Estoy orgullosa de ti! —exclamó Mariana con una amplia sonrisa, apoyando la idea de derrotarlos después de la forma tan cruel cómo habían tratado a Lucía y a su madrina hace cinco años.Los demás se miraron desconcertados. ¿Acaso esos tres ya se habían vuelto tambien locos? ¿O el mundo era el que se había vuelto loco?—Lucía, ¿crees que puedes hacer
Mariana se había ido, dejando solos a Lucía y Pedro junto al río. Pedro, alto y apuesto se paró imponente frente a ella, protegiéndola del viento.Lucía quiso fumar, pero al buscar se dio cuenta de que llevaba puesto el vestido de gala. Al ver esto, Pedro se dirigió sin decir una palabra al Rolls-Royce estacionado muy cerca de allí y sacó una cajetilla y un encendedor. Tomó un cigarrillo, lo encendió y le dio un par de caladas.Lucía se sentía cada vez más irritada. Nunca imaginó que este hombre la seguiría hasta aquí. Él le había quitado su primera vez, ella le había clavado con rabia un cuchillo en el pecho. Aunque no murió, estaban a mano. Entonces, ¿por qué había venido de nuevo? ¿Cuáles eran sus intenciones?En ese momento, Pedro le ofreció el cigarrillo encendido.—¿No querías fumar?Lucía no se hizo de rogar y abrió la boca. Pedro, resistiéndose a su impulso de besarla, le puso el cigarrillo entre los labios.Lucía se apoyó casualmente contra la barandilla del río. Sus curvas er
Lucía le lanzó una mirada fulminante. ¿Por qué hacía ese tipo de sonidos tan provocativos?Pedro explicó: —Discúlpame un poco, pero la verdad es que no pude contenerme.Pedro terminó de limpiar la herida y vendó el brazo de Lucía con habilidad. Cuando terminó, la miró con intensidad.—Ya curé tu herida. Ahora ¿no deberías curar tú la mía también?En realidad, él podía hacerlo solo, pero la verdad, quería que ella lo hiciera. Lucía aceptó con un brillo malicioso en los ojos.—De acuerdo, te ayudaré entonces.Se levantó del sofá y lo empujó para que se sentara.—Quítate la camisa—le ordenó.—Ayúdame tú a quitármela, aún me duele—respondió él con aire imponente.Lucía flexionó los dedos con una sonrisita traviesa.—Está bien, hagámoslo así entonces.Se colocó entre sus piernas y le quito la camisa negra con fuerza, haciendo que algunos de los botones salieran volando.—¿Todavía quieres que te ayude?—Sí—respondió él, desafiante.—Eres un poco salvaje. Eso me excita—añadió.Lucía le quitó
—Lucía, ¿qué estás haciendo? Hay cámaras aquí—le advirtió Sergio, intentando separar a Lucía. Después de todo, Alicia era su prometida y no podía permitir que la maltrataran de esa forma.Sin embargo, una mano lo detuvo. Sergio intentó apartarla, pero el hombre lo agarró del hombro con tanta fuerza que sintió que le iba a romper en ese momento la clavícula.—¿Qué haces? Deja que entre mujeres se arreglen sus propios asuntos. Tu rival soy yo—dijo con firmeza Pedro.—Lucía, no te preocupes, yo me encargo—añadió Pedro con tono despreocupado.—¡Discúlpate! —exigió Lucía. Amanda era su punto débil y no permitiría que nadie hablara mal de su madre. Alicia quería resistirse, pero la sensación de asfixia era realmente insoportable. Lucía parecía estar loca. Si no se disculpaba, temía que esta demente pudiera matarla.—Lo siento mucho, me equivoqué—se disculpó finalmente Alicia.Sin embargo, Lucía no la soltó.—Si las disculpas sirvieran, ¿para qué necesitaríamos a la policía? —dijo Lucía, apr
Antes de que Lucía pudiera sentarse, Andrés le pidió al mayordomo que trajera de inmediato el documento de transferencia de acciones.—Lucía, estas aun bastante joven y no sabes cómo administrar bien una empresa. Déjame entonces hacerme cargo y manejar la compañía por ti. Y tu en cambio solo tendrás que esperar y recibir los dividendos mensuales.—Javier, dale el documento a Lucía para que ella lo firme.Con la presencia de los guardaespaldas, Javier se sintió un poco más seguro. Él era un simple perro faldero leal a Andrés, ¿qué podría hacerle Lucía? Lo ocurrido hace cinco años ya era agua pasada. ¿Qué podría hacer una simple muchacha sin el apoyo de sus poderosos padres?—Señorita, este es el documento de transferencia de acciones.Lucía lo ignoró por completo y se sentó en un sillón. Carmen y Alicia no estaban en ese momento, quizás se habían escondido. Carmen era inteligente, al menos más que Alicia, y sabía que no debía enfrentarse directamente a Lucía.Al ver que Lucía no lo toma
Carmen se sorprendió muchísimo al ver a Lucía, pues Andrés había contratado guardaespaldas profesionales. Los accionistas que acababan de jurar lealtad se sintieron algo incómodos. Lucía caminó imponente hacia Carmen bajo la mirada de todos.—Muévete—ordenó Lucía sin mirarla. Ese asiento no era para cualquiera.Carmen palideció al instante. Había ocupado ese lugar por cinco años, trabajando duro por Cuatro Momentos. ¿Y ahora Lucía la desplazaba de esa cruel manera? Al ver que no se movía, Lucía frunció el ceño.—¿No entiendes o quieres que le hable en otro idioma? —se burló Lucía. —¿Así de descaradas son las amantes hoy en día?—Lucía, estamos en la empresa. No causes problemas—dijo Carmen con un tono conciliador.—¿Problemas? Solo vine a recuperar lo mío. ¿Cómo es eso un problema?Lucía arrojó con altivez los documentos de las acciones sobre la mesa. Tenía el 36% de Cuatro Momentos, convirtiéndola así en la accionista mayoritaria.Carmen, incómoda, cedió el asiento.—Tú, ven acá. Tir
Al salir de Cuatro Momentos, Lucía vio el lujoso automóvil de Pedro brillando bajo el sol. Se acercó cautelosa y se apoyó contra el carro, golpeando con suavidad la ventanilla. La ventana bajó, revelando los profundos ojos de Pedro. Su camisa estaba desabotonada casualmente, mostrando un pecho muy seductor. Sus largas piernas, envueltas en un pantalón de traje negro, parecían algo incómodas incluso en el espacioso interior del vehículo. Con un rostro impecable, hombros anchos, cintura estrecha y esas piernas interminables, todo en él, desde la cabeza hasta la punta de los pies, por dentro y por fuera, exudaba feromonas de pasión.—¿Tan poco que hacer tienes? —preguntó Lucía, mirándolo desde arriba.Pedro no era conocido por su paciencia, pero con ella, parecía tener una reserva inagotable. Sus hermosos ojos parecían querer penetrar lo profundo de su alma.—Mi tiempo libre depende de la persona. Para ti, siempre tengo tiempo —respondió con voz profunda y sensual—. ¿Quieres quedarte con