—¿Qué pasa? ¿Nos traen aquí y luego nos ignoran por completo? —se quejó Mariana frustrada.—Los Castro están presionando—respondió Lucía con indiferencia. Era obvio.Después de todo, Sergio era el heredero de los Castro. Lo habían golpeado con brutalidad en Puerto Río, era lógico que los Castro no lo dejaran pasar.—¿Y ahora qué? No pueden mantenernos encerrados aquí para siempre, ¿verdad? —dijo Mariana, cuya emoción inicial se había desvanecido por completo y ahora estaba cansada.—No te preocupes, pronto los sacaré de aquí—la tranquilizó Lucía.Mariana apoyó su cabeza en el hombro de Lucía.—Lucía, estoy bien, solo preguntaba. ¿Y si llamo a mi papá para que venga por nosotros?Aunque los Ruiz no eran una familia poderosa en Puerto Río, adoraban a su princesa Mariana. Si supieran que estaba en la comisaría, harían lo que fuera para sacarlos.—No es necesario, yo me encargo de esto.—De acuerdo.—Pedro, en serio, te veías genial dándole una paliza a ese imbécil—dijo Mariana mirando a P
—¿En serio es mejor? ¿Qué clase de lugar es la frontera? ¡Es un sitio que se come a la gente y no escupe ni siquiera los huesos! Mandar a una muchacha de quince años allí es como no querer darle ninguna oportunidad de sobrevivir.Mariana estaba realmente furiosa.—Mari, no pierdas el tiempo hablando con este animal, ni siquiera entiende el lenguaje humano.Andrés se estaba comportando de una manera muy inhumana.—Lucía, soy tu padre.Andrés estaba perdiendo por completo los estribos. Amanda y Lucía eran la vergüenza de su vida, ¿cómo podría dejarlas quedarse en Puerto Río? Cuando las mandó a la frontera, esperaba que se las arreglaran por su cuenta y nunca regresaran. Mejor aún si morían allí. Nunca imaginó que Lucía tendría tanta suerte como para volver de ese terrible lugar con vida.—Andrés, nunca obtendrás mis acciones, y las tuyas, las recuperaré poco a poco.Ella sabía perfectamente qué era lo más importante para Andrés. Quitarle sus acciones, sería volverlo un don nadie, dejarlo
Diego quedó completamente perplejo. ¿Futura cuñada? Eso significaba que aún no la había conquistado. Llevaba años al lado del señor Pedro y nunca lo había visto interesado en ninguna mujer.— Señorita Ríos, vamos — Pedro hizo un ligero gesto invitándola a salir.Lucía salió tomada de la mano de Mariana.— Señor Pedro, ¿qué está pasando? ¿No estaba usted manejando asuntos en la frontera? ¿Cómo es que está en Puerto Río?— ¿Cómo van las cosas en Nuevalora? — Pedro ignoró por completo su pregunta y fue directo al grano. Se había ausentado a propósito de Nuevalora para ver si algunos habían aprendido realmente a comportarse.— Todo está bajo su control, señor Pedro.Aunque todos eran personas, la diferencia era abismal. Nadie podía competir contra el señor Pedro.— ¿Cómo va la preparación para el examen?Diego no era parte directa de los Castillo, así que por lo general no podría presentar el examen del instituto de investigación. Pero con Pedro, lo imposible se volvía posible.— Me he est
—Lucía, este hombre está bien bueno. Deberías darle una oportunidad. ¡Ánimo, llévatelo a la cama! —dijo Mariana antes de subir al taxi.Lucía se volteó cuando el taxi se alejó. Pedro la esperaba apoyado con firmeza en el auto. Una jovense le acercó atrevidamente.—Hola, ¿puedo tener tu número? —preguntó la chica sonrojada. —Por favor, hice una apuesta con mis amigas. Si no consigo tu número, perderé.—¿En qué me afecta que pierdas tu apuesta? —respondió Pedro con frialdad.La muchachita era la belleza de su escuela, siempre perseguida por otros. No esperaba ser rechazada de esa manera en su primer intento.—Apártate, estorbas—dijo Pedro molesto.—Solo quiero tu número, no te molestaré después.—Lárgate—gritó Pedro, perdiendo la paciencia.Ya lo estaba molestando. La muchacha se quedó desconcertada. Pedro, viendo que Lucía observaba la escena, se acercó con delicadeza y la rodeó con el brazo.—¿Ya viste suficiente? Vamos, hay que cambiarte el vendaje. — Su herida en el pecho aún no sana
La respuesta de Lucía fue igualmente directa, un puñetazo. Él reaccionó rápidamente, atrapando su mano y atrayéndola con agilidad hacia él. Su cuerpo era suave y agradable de abrazar. Habiendo llegado tan lejos en la vida, siempre se había enorgullecido de su autocontrol. Durante años, todo tipo de mujeres habían intentado por todos los medios meterse en su cama, y él siempre las había rechazado sin inmutarse. Sin embargo, con ella, no quería contenerse. La deseaba. Quería que ella supiera su deseo de forma clara.—Sinvergüenza—lo insultó furiosa Lucía.—¿Y si te digo que solo soy así contigo? —dijo Pedro seriamente. —Lucía, solo dime ¿por qué no me das un chance y lo intentamos?—¿Intentar qué? ¿Esto?De repente, Lucía mordió su nuez de Adán. En ese preciso momento, Pedro pensó que podría morir feliz allí mismo. Y esta atrevida incluso lo lamió. Las venas de sus manos se hincharon al instante. Estando tan cerca, era imposible que ella no notara su reacción. Su mano presionaba su herid
Callejón en la frontera de Maredonia.—¡Atrápenla! ¡No dejen que se escape!El callejón, a pesar de la medianoche, brillaba con un resplandor decadente. Una docena de matones vestidos de negro perseguían a una joven de figura esbelta.—Carajo, ¿quieren morir? —masculló la muchacha al ver que no cesaban en su persecución. Se detuvo con rabia, empuñando una gruesa barra de hierro de más de un metro.—Entrega lo que tienes—exigieron.En un abrir y cerrar de ojos, los matones la rodearon.—¿Lo quieren? ¡Vengan entonces por él! —Los desafió ella. Su rostro estaba oculto por la capucha de su sudadera negra, pero su voz helaba la sangre.La sangre corría; había recibido un balazo en el brazo. Tenía que actuar rápido.—Tú, regístrala—ordenó el líder de la cicatriz a un joven de cabello rubio a su lado.El rubio vaciló por un momento; esa mujer era demasiado salvaje, peleaba como si no tuviera nada que perder.—¡Muévete, carajo!El rubio se acercó, pero antes de llegar a ella, la joven le asest
Hacía poco que había logrado que el gerente despidiera a la mujer que intentó drogarlo. No le importaban en lo mas mínimo las relaciones del pasado.Pero ahora se sentía algo diferente. Esta mujer lo atraía magnéticamente. Al rodear su delgada cintura, ya no quería contenerse más.—No me importa quién seas, te deseo con locura—murmuró.En la penumbra, Lucía puso los ojos en blanco sin poder evitarlo.—Me temo que me encuentro fuera de tu alcance—replicó ella.Aunque agotada, Lucía no cedería tan fácil.Pero él presionó su herida de repente.—¡Ay!—gritó Lucía adolorida. Qué cruel era al lastimar su herida a propósito.Sentía el cuerpo firme y cálido de él contra el suyo.—Te di la oportunidad de irte y no la aprovechaste. Ahora no me culpes—le susurró él.—¿Cómo te atreves a esto?—protestó ella indignada.Lucía quería resistirse, pero él no le dio opción alguna. Sus cuerpos se unieron, él ya estaba listo para el rodeo. Agotada, Lucía no pudo oponerse. Él parecía insaciable en sus contin
La expresión de Sara se oscureció al instante. Nunca pensó que aquella Lucía, a quien todos solían menospreciar, se hubiera vuelto tan difícil de tratar.—Lo siento mucho —murmuró Sara de mala gana, por el bien del apellido Castro.—No te escucho —presionó con más fuerza a Lucía.—Tú... —Sara estaba furiosa. En todo Puerto Río, nadie se atrevía a desafiarla de esa manera. Sus ojos se enardecieron de ira, y aunque había muchos testigos, nadie se arriesgó a defenderla.—Lo siento muchísimo, ya dije que me equivoqué —repitió finalmente.—Señorita Castro, la próxima vez que me vea, recuerde saludarme con algo más de respeto. Si no, aténgase a las consecuencias —advirtió Lucía con firmeza.Sara estaba a punto de estallar de la rabia que sentía. ¡Esa descarada se atrevía a amenazarla! Pero su alegría no duraría por mucho tiempo, pronto aprendería lo que significaba en verdad ofender a la segunda hija de los Castro.Arrastrando su maleta hacia la salida T2, Lucía divisó a su amiga Mariana Rui