JAULA DE ORO

Capítulo 2

Amelia abrió los ojos, sintió el aire espeso a su alrededor, su pecho subía y bajaba con respiraciones entrecortadas, su cuerpo temblaba nervioso ante la mirada imponente y curiosa del Alfa.

—Yo... —su voz no podía continuar con la oración.

Matthew sonrie, a pesar de la suciedad, y el evidente cansancio, la belleza de la loba era innegable, era una diosa salvaje, una belleza indomable que resaltaba en las curvas de su cuerpo.

El lobo se agacha, Amelia retrocede un par de pasos y el le da la toalla.

Ella se cubre de inmediato, mientras suspira nerviosa intentando cubrirse rápidamente mientras sus mejillas se sonrojan por la vergüenza.

—¿Es así como piensas ganar tu libertad? —Matthew arquea la ceja, con un tono de desdén en su garganta —La respuesta es No preciosa.

Amelia abre los ojos y le da una fuerte cachetada en la mejilla al lobo, este gruñe enojado.

—Usted me lo dijo, jamás mezclaria su semilla conmigo, yo lo confirmo, nunca me acostaria con un lobo como usted por mi libertad.

Matthew la toma del brazo, gruñe enojado al sentir de nuevo la falta de respeto a su autoridad lobil.

—¿Quien te crees? Soy tu Alfa, me debes respeto y obediencia.

—Para mi no es mi Alfa, solo un carcelero de cadenas doradas.

Amelia corre, dejando a Matthew paralizado, con su mirada en ella, despertando un sentimiento que nunca había sentido antes, un calor que le quema la piel.

Al caer la noche...

La mansión se iluminó con la cálida luz de las velas, y la mesa del comedor se vistió con los mejores manteles y cubiertos de plata.

Catalina, con su elegancia natural, insistio en que Amelia compartiera la cena con ellos. Integrarla al círculo cercano del Alfa

—Por favor, Amelia debe estar conmigo todo el tiempo —Catalina, su voz suave pero firme intenta convencer a Matthew

—Es una esclava, y ella no... —Protesta Matthew pero enmudece, con la boca abierta, detiene sus palabras al ver entrar al salon a la loba Amelia.

La loba lucía radiante, debajo de aquella suciedad, existía una diosa.

Su cabello negro, ahora limpio y ondulado, estaba recogido con una pequeña pinza que dejaba caer algunos mechones sobre su rostro.

Un vestido blanco, elegante, ciñe su figura, resaltando su belleza natural.

Matthew sintió que su boca se sacaba, apretó la mandíbula, tratando de ocultar su sorpresa, un calor recorrió todo su cuerpo, sus mejillas se sonrojaron, delantando su mirada.

A la mesa se unen Phillippe, el hermano menor del Alfa, cuya mirada firme y algo inapropiada se concentra en Amelia con una sonrisa coqueta, y Cecilia, la prima de Catalina, su rostro se tuerce en una mueca de desprecio al ver a la loba sentada entre ellos.

—¿Qué hace esta esclava en la mesa? —pregunta Cecilia en un tono desagradable, clavando sus ojos en Amelia—. ¿Sabe usar cubiertos o come como un animal?

—¡Cecilia! —exclama Ximena, la hermana menor del Alfa, un grito de reproche.

Amelia toma el cuchillo con una calma peligrosa, lo gira en medio de sus dedos, su mirada firme se posa en Cecilia, firme como el filo del cubierto.

—Se usar los cubiertos. Pero ¿Usted sabe usar su lengua para algo más que escupir veneno?

Ximena suelta una carcajada que contagia a los demás comensales, mientras Cecilia enrojece de furia y golpea la mesa con fuerza.

Su mirada asesina.

—¡¿Qué acabas de decir?! ¡Debes respetarme, estúpida! Soy la prima de tu dueña y tu no eres nada.

—¡Debes ganarte el respeto! —interviene Mathew, su voz resonando como un trueno— Amelia no es una simple esclava.

El Alfa intentando calmar la situación, chasquea los dedos firmes manteniendo la mirada en alto, ordenando que la cena sea servida.

El aroma embriagador de los escargots en mantequilla se elevaba en el aire, impregnando la mesa con su exquisitez.

Cecilia, con una sonrisa desdeñosa, cruzó los brazos, deleitándose en la idea de presenciar el inminente fracaso de Amelia. A sus ojos, esta no era más que una recién llegada, una simple sirvienta sin clase ni educación.

—Veamos si esta… loba puede manejar algo tan fino —murmuró con veneno en la voz, lo suficientemente alto como para que todos la oyeran.

Un leve murmullo recorrió la mesa. Amelia sintió las miradas clavarse en ella como cuchillos afilados. El desprecio de Cecilia no la sorprendía, su pulso se aceleró, pero su expresión permaneció serena.

Respiró hondo, tomó los utensilios con elegancia y, con un movimiento firme y natural, extrajo el caracol de su concha sin el menor esfuerzo.

El sonido del metal contra la porcelana fue lo único que rompió el silencio que se había instalado en la sala. Los ojos se abrieron con incredulidad. Hasta Cecilia, que ya se preparaba para reírse de su torpeza, quedó muda.

Fue Catalina, quien finalmente rompió la tensión.

—¿Dónde aprendiste? —preguntó, con un brillo de genuina curiosidad en la mirada.

Amelia levantó la vista y sonrió, dejando que el misterio flotara en el aire.

Al terminar la cena,

Catalina observa por la ventana de su habitación, sumida en los pensamientos que rondan su cabeza y la sumen en una profunda tristeza, sabe que la fria muerte le respira en el cuello.

La puerta se abre de golpe, Cecilia irrumpe en la habitación de Catalina con el ceño fruncido.

Las dos primas tienen una plática corta, Catalina que confía ciegamente en su sangre, solo quiere ser escuchada en su plan.

—¡Estás loca! —espeta Cecilia, su voz cargada de furia—. Esa loba no puede ser quien le dé un hijo a Mathew. ¡Es una esclava!

Catalina, recostada en la ventana, no apartó la mirada de los ojos celeste de su prima.

—La Diosa Luna me la envió —susurra con calma, aunque su tristeza era palpable—. Ella es la elegida.

Cecilia apreta los puños, temblando de indignación.

—¡Yo debo ser...! —grita, mostrando sus dientes

—¿Ser que? —Catalina responde con evidente sorpresa.

—Traeré una candidata digna, soy yo quien debe elegir a tu reemplazo.

La puerta se cierra con un golpe seco.

Mientras tanto...

Amelia se dirige a su habitación , luego de ayudar a Susana a retirar la mesa, cierra la puerta y suspira aliviada.

La habitación era pequeña, con paredes de piedra fría y una cama sencilla en un rincón.

Una vela parpadeaba sobre la mesita de noche, proyectando sombras alargadas en el suelo de madera.

No fue un día sencillo, aún sentía la tensión de las miradas de la mesa, de ver al Alfa desnudo. Su cuerpo estaba exhausto, Pero su mente seguía fuerte.

Cuando gira hacia la cama, un escalofrío le recorre la espalda. Phillippe estaba allí, esperándola, su sonrisa ladina le helo la sangre

—¿Qué desea, señor? —pregunta, ocultando su nerviosismo.

Phillippe avanza lentamente, sus ojos recorriéndola con descaro.

—Vine a ofrecerte algo que deseas, Tu libertad —susurra, acariciando su mejilla.

Por un instante, la esperanza brilló en Amelia, pero se apagó al sentir sus labios sobre los suyos. Con asco y rabia, lo empuja con fuerza, haciéndolo chocar contra la pared.

—¡Nadie me rechaza! —gruñe Phillippe, con odio en la mirada.

Amelia se prepara para pelear apretando sus puños, Pero el lobo sale de la habitación, lanzado de un golpe seco la puerta.

Al amanecer...

Mathew como cada mañana, da un paseo en su caballo blanco para visitar los paisajes dorados de sus territorios, llega a la habitación con rosas blancas, como cada mañana para su esposa.

A pesar de un cálido día, con un brisa suave y un clima agradable, el Alfa siente que algo no va bien.

—¿Dónde está Amelia? —pregunta a Catalina, dejando las rosas sobre la mesa.

—No lo sé, pero no la regañes —respondió ella con una sonrisa cansada—. Se está adaptando.

Mathew frunce el ceño. Siente que la indomable loba que hasta el momento desafía su autoridad, pasa por encima de su posición de Alfa.

Pero sus pensamientos son aclarados cunado Susana aparece en la puerta, con el rostro pálido.

—Mi señor… —su voz temblaba—. El joven Phillippe… se llevó esta mañana a Amelia. Va a marcarla como propiedad de los Russo.

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