Capítulo 3
Amelia observa el cielo de la manada, sus tonos dorados y cálidos, le recordaban su propio pasado, Phillippe la arrastraba sin piedad por el suelo, su mano gruesa aferrada a su cabello como si fuera un trozo de cuerda. —Eres una rebelde —gruño La arroja contra un árbol, el golpe hace que los pulmones de Amelia se queden sin aire, y la corteza del roble, rasguñe su piel, Antes de poder reaccionar, amarrar un par de duras y gruesas cuerdas en sus muñecas con brutalidad. —Puedes arrepentirte ahora —susurra Phillippe, inclinándose, su aliento cargado de whisky golpea en el rostro de la loba. Amelia levanta su cabeza, su mirada es un fuego desafiante, que con un preciso cálculo le escupe en la cara. —Prefiero que el hierro toque mi piel antes que sus asquerosas manos. El mentón de Phillippe se tensa, su mirada llena de furia, destilando el odio del rechazo, se limpia el rostro. —¡Calienta el hierro! El metal se sumerge en las llamas, Amelia cierra los ojos para no ver el reflejo del dolor insoportable que le espera. El símbolo de la familia Russo, una media luna con una "R", se teñia de un color rojo ardiente, que iluminó el rostro implacable de Phillippe, quien tenía una leve sonrisa de placer. —Con esta marca —toma el marco del hierro con una sonrisa cruel —eres propiedad de la familia Russo y sus descendientes para siempre. Amelia abre los ojos, observa con altivez, sin apartar la mirada, su piel ya anticipaba la agonía, pero no le daría el gusto de verla suplicar. —Señor, esto no es necesario —Gustavo uno de los sirvientes intento detener la brutalidad con voz temblorosa. El látigo de Phillippe se estrelló contra su piel, Gustavo cayó de rodillas lanzando un grito de dolor. —¡Silencio! —grita Phillippe imponiendo su autoridad Con paso firme y el hierro caliente en su mano, se acerca a la espalda de Amelia. Phillippe apenas pudo reaccionar antes de sentir como una sombra imponente que corre en medio de los árboles, se acerca rápidamente, Matthew le quita el hierro de las manos y lo arroja lejos. —¡¿Qué demonios sucece?! —grita el Alfa con su voz de trueno. Phillippe retrocede, pero su orgullo no le permite ceder. —Retomando nuestra vieja tradición —responde desafiante. Sus garras filosas, se hunden en la piel del lobo mientras sus ojos brillan en una mirada depredadora. —¡Yo soy el Alfa! —ruge —Las tradiciones las dicto yo. Suelta a Phillippe, que cae al suelo con un golpe sordo, jadea intentando recuperar la respiración. El Alfa se acerca a Amelia, con una mirada suave, rompe las cuerdas que la atan, mientras la toma del mentón. —¿Estás bien? Amelia asiente, sus piernas flaquean, la adrenalina la hizo mantenerse firme, pero ahora su cuerpo responde temblando. Su vista se posa en la quemadura que tiene en Alfa en la mano, roja y que empezaba a hincharse culpa del hierro caliente. Arranco un pedazo de su vestido y con delicadeza envuelve la herida. —Debes lavar tu herida en el rio. Mathew obedece sin oponerse, dejando a un frustrado Phillippe en el suelo. El agua cristalina y fría del río que rodeaba la manada, era testigo de la devoción de Amelia por curar la herida del Alfa, toma con delicadeza la mano del lobo y la sumerge. El Alfa lanzo un pequeño quejido escondido entre sus dientes, mientras ella le quitaba la tela que cubria la herida. —Sé que quieres fingir ser fuerte — Mathew rompe el silencio—, pero puedes ser vulnerable un momento. Amelia empezó a respirar rápidamente, había mantenido su orgullo por encima incluso de la tortura, Pero esas palabras que le permitían por un momento ser libre, la quebraron. Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas, su cuerpo temblaba, sacudido en sollozos. El calor de su cuerpo la envolvió firme, por primera vez en mucho tiempo, Amelia sentía protección, que podía permitirse descansar en alguien más. Cuando se separaran, ella limpia su rostro con brusquedad y torpeza —Gracias por defenderme. Matthew no respondio, observo con sus ojos intensos a la loba, ella se levantó y se alejo, mientras el la veía desaparecer entre los árboles, sintiendo un calor moverse en su interior, imposible de ignorar. Esa noche, Amelia camina por los pasillos de aquella gran mansión en la oscuridad, con una taza de cafe en sus manos. El aroma amargo ingresa por sus fosas nasales a través del vapor y le da un poco de calor en medio del frío de la noche. Al abrir la puerta de la biblioteca del Alfa Matthew, sus ojos se abren maravillados, aquellas largas paredes están llenas de libro maravillosos de todo tipo de escritura. Matthew sentado en el escritorio, levanta la mirada al sentir su presencia. —Te traje te, Susana me dió la orden —Amelia intenta excusar algo torpe su presencia en el lugar. El lobo se acerca mientras en su rostro tiene esa sonrisa encantadora, recibe en te en sus manos. —Cuando lo desees, puedes venir y leerlos mi colección. Amelia recorre los libros con su dedo indice, hasta que un título llama su atención, toma un libro de carátula oscura y lo abre con las manos temblorosas. "La historia de la manada Platino" Su corazón se detuvo, empalidecio. Meses atrás... Las antorchas del gran salón de la manada Platino iluminaban el rostro del Alfa Vicente, su prometido, el que dijo la protegería. —Amelia ya no es virgen. Se entregó a uno de mis sirvientes. El murmullo de los ancianos de la manada, apuñalo su alma, Amelia sintió cómo su manada ponía en entre dicho su honor —¡Eso es falso! —gritó, pero aunque su voz era fuerte nadie le creyó. Su padre, envejecido por los años, se desplomó al escuchar como el honor de su apellido era manchado, como su virginal hija era señalada —¡Es mentira! Mi hija es una dama —agarro su pecho con fuerza sintiendo un dolor que le aplastaba el corazón. —Padre… —susurró Amelia, arrodillándose a su lado, sacudiéndolo con desesperación—. ¡No me dejes, por favor! El cuerpo de su padre se desvanecía entre sus brazos, había sido demasiado para el lobo. Sus ojos lentamente apagaban su vitalidad. —Perdóname… debí ser más fuerte y protegerte… —susurró con un su voz delgada. Amelia sintió cómo su alma se desgarraba. Apretó con fuerza la mano de su padre, intentando aferrarlo a la vida. —No, papá… tienes que ser fuerte —Amelia tenía los ojos llenos de lágrimas que caían sobre el cuerpo débil de su padre. Él sonrió débilmente, con el último aliento que le quedaba. —Eres fuerte… más de lo que crees… —susurró. Su mano perdió fuerza. Su pecho dejó de moverse. —¡Papá! —sollozó Amelia, mientras su cuerpo tembloroso intentaba mantenerlo a su lado. Amelia lanzó un grito desgarrador que retumbó en los cristales. Su pecho se comprimió por el peso del dolor, su corazón se convertía en una bola de hielo, Se aferró al cuerpo inerte de su padre, rogando a la diosa Luna un instante más con el Pero solo encontró el cruel frío de la muerte. Fue llevada por una de sus sirvientes, a su habitación, su cuerpo apenas podía sostenerse en pie. Alzó la vista, vio a Iris, su mejor amiga, aquella loba que se crío a su lado en la entrada, vestida de rojo, con una sonrisa triunfante en los labios. —Gané —susurró, mostrándole el anillo de compromiso con Vicente. La rabia y la pena se entrelazaron en Amelia como una llamarada de fuego. —Nunca hubo una competencia —respondió con la voz rota—. Porque aunque me quites todo, siempre sabrás que jamás serás mejor que yo. Iris empalideció. La furia la consumió y, sin previo aviso, comenzó a golpearse contra la pared, arañándose los brazos. —¡Auxilio! —gritó con lágrimas falsas pidiendo ayuda. En cuestión de minutos, Vicente irrumpió con sus soldados. Sin mediar palabra, abofeteó a Amelia con brutalidad. —¡Nunca vuelvas a tocar a Iris! —rugió, cegado por el veneno de su amante —Ahora ella es mi prometida. Uno de los guardias se adelantó y le colocó un grillete de hierro en la pantorrilla. —¿Qué haces? —exigió Amelia, luchando contra el pánico. Vicente no titubeó. —Desde hoy, estás desterrada de esta manada. Pero no te irás libre… Serás vendida como esclava. La loba tragó saliva, sintiendo el peso de la traición como un veneno que le helaba la sangre. —No lo hagas mi amor, ella es como una hermana para mí, que sea mi sirvienta y me pida perdón de rodillas —Propuso con una sonrisa ladina. Amelia, con la mejilla ardiendo y el alma hecha pedazos, se puso de pie. Sus ojos, llenos de lágrimas los limpio con brusquedad. —No lo haré —susurró con la voz temblorosa —Un día, se arrepentirán de lo que hicieron se los juro. Vicente apartó la mirada, incapaz de sostenerle la vista, sintiendo el peso de esas palabras. Amelia fue arrastrada lejos de su manada, Pero con el espíritu de venganza en su alma.Capitulo 4Amelia está helada, su mirada está perdida en aquel libro de letras doradas y caligrafía cursiva, su rostro blanco y sus manos temblorosas.—¿Estás bien? —pregunta Mathew, preocupado por la reacción de la loba.Amelia apenas puede responder en medio de titubeos—Solo debo tomar un poco de aire —escapa hacia el jardín.Apenas puede recuperar el aliento, se prometió ser fuerte, no volver a llorar por la traición, por lo que le arrebataron, Pero el recuerdo de su madre agonizando en sus brazos, le quema el alma como el hierro con el que querían marcar su piel.Aprieta los puños, lastimando la palma de sus manos con sus uñas, Necesita justicia o cumplir su promesa de venganza.El galopeo de unos caballos, avisa de la llegada de un visitante, un carruaje la saca de sus pensamientos, seca sus lágrimas las que considera un símbolo de debilidad.Cuando Sergio, el Alfa de la manada Bluemoon, viejo amigo de Matthew desciende, Amelia avanza para atenderle y presentarse.Matthew que l
Capitulo 5Después de la triste noticia de la muerte de Sergio, la manada celebra la protección que la diosa Luna le ha dado a su Alfa, se consideran bendecidos por su mano.Pero Matthew no lo siente así, algo le dice que no fue casualidad, que Amelia fue la encargada de su protección divina.Las preguntas lo envuelven en un acertijo que no sabe descifrar, camina de lado a lado en la pequeña habitación de Amelia mientras la observa dormir, paso todo el día cuidandola, atormentado por la culpa.Cuando la débil loba abre los ojos, ve al Alfa sentado a los pies de su cama, con una mirada que parece penetrar su alma.—¿Que sucede? —pregunta con la voz áspera.El no responde nada, le sirve un vaso de agua que le acerca sosteniendo su cabeza para ayudarle a beber, una manera peculiar de pedir disculpas.—Estoy bien, no debería preocuparse por mi, su castigo fue cumplido —murmura Amelia apartando la mirada.Matthew aprieta el mentón —¿Por qué sabías del ataque? —Sus ojos se clavan en La lo
Capítulo 1En el mercado de esclavas Omegas, en medio del calor y el sudor, las jaulas con las lobas más diversas, se preparan para ser elegidas por un nuevo dueño.Entre el sonido chillante de las cadenas, los rostros sin esperanza, con paso firme, un lobo de cabello castaño, una mirada tan fría como el hielo y un par de cejas pobladas, se acerca con la fuerza que emana un huracán.El Alfa Mathew Russo, camina en medio del tétrico paisaje, ojeando a un grupo de lobas encerradas en jaulas puestas a la disposición de los compradores.Ante su presencia, que impone fuerza los demás compradores se apartan agachando la cabeza, incapaces de retar al poderoso lobo.Con su mirada fría y calculadora, observa las jaulas, buscando a su próxima propiedad.Se detiene frente a una de ellas al escuchar un gruñido, gira y se encuentra con la mirada firme de una loba que parece desafiarlo con un par de ojos verdes como esmeraldas.La loba de cabello negro como el azabache, enmarañado y sucio, lo mir
Capítulo 2Amelia abrió los ojos, sintió el aire espeso a su alrededor, su pecho subía y bajaba con respiraciones entrecortadas, su cuerpo temblaba nervioso ante la mirada imponente y curiosa del Alfa.—Yo... —su voz no podía continuar con la oración.Matthew sonrie, a pesar de la suciedad, y el evidente cansancio, la belleza de la loba era innegable, era una diosa salvaje, una belleza indomable que resaltaba en las curvas de su cuerpo.El lobo se agacha, Amelia retrocede un par de pasos y el le da la toalla.Ella se cubre de inmediato, mientras suspira nerviosa intentando cubrirse rápidamente mientras sus mejillas se sonrojan por la vergüenza.—¿Es así como piensas ganar tu libertad? —Matthew arquea la ceja, con un tono de desdén en su garganta —La respuesta es No preciosa.Amelia abre los ojos y le da una fuerte cachetada en la mejilla al lobo, este gruñe enojado.—Usted me lo dijo, jamás mezclaria su semilla conmigo, yo lo confirmo, nunca me acostaria con un lobo como usted por mi