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CAPÍTULO 2 - UNA VERGÜENZA FAMILIAR.

CAPÍTULO 2 - UNA VERGÜENZA FAMILIAR.

Grace estacionó el auto frente a la imponente casa. La familia Bradford no era cualquier familia. Durante generaciones, habían sido figuras prominentes en el mundo de la medicina: cirujanos, especialistas y directores de hospitales. Era casi un mandato no escrito que sus hijos siguieran el mismo camino. Grace no fue la excepción. Aunque su verdadero sueño era ser arquitecta y diseñar, su padre había dejado claro que "los Bradford no dibujan planos; los Bradford salvan vidas".

Apagó el motor y permaneció un momento en el auto, sus manos aún temblando al recordar el día que había cambiado su vida. Todo había comenzado meses atrás, con un descubrimiento que destrozó su mundo.

Ella había planeado una sorpresa para su aniversario con Ethan, su novio. Había cocinado su platillo favorito y comprado velas aromáticas para llenar su departamento de un ambiente romántico. Quería que la noche fuera perfecta. Sin embargo, al abrir la puerta, no encontró la sonrisa de Ethan ni la cena que había imaginado. En su lugar, lo encontró en la cama… con su mejor amigo, Liam.

El golpe no fue solo el engaño, sino el cruel contraste. Ni siquiera la habían cambiado por otra mujer, sino por un hombre. Eso la dejó sintiéndose derrotada, inútil, como si nunca hubiera tenido una verdadera oportunidad. Esa noche, ahogada en dolor, recogió sus cosas y salió sin mirar atrás.

Fue entonces cuando, buscando escapar del agujero negro en su pecho, decidió beber. El bar del hotel donde llegó estaba casi vacío. Allí fue donde conoció a Lucien Stanton, el flamante nuevo director del área de oncología del hospital en el que trabajaba.

Lucien era todo lo que un hombre debía ser y más. Alto, de porte elegante, con cabello oscuro que solo acentuaba su atractivo. Sus ojos, de un azul profundo, parecían mirar directamente al alma de quien se cruzaba con ellos. Cosas que a Grace le parecieron irresistibles en su vulnerabilidad.

Lo que empezó como una conversación casual, terminó en una habitación. Esa noche, Grace sintió por primera vez que alguien la deseaba. Lucien, con sus caricias expertas, supo llenar el vacío que Ethan había dejado. Aunque sabía que él solo buscaba placer y no compromiso, se dejó llevar. Y lo que comenzó como una noche de pasión se convirtió en una relación secreta. Grace lo sabía: él no le había prometido nada, y su posición como el hombre prohibido solo hacía todo más excitante.

Pero nunca esperó quedar embarazada.

Suspiró y se quitó el cinturón de seguridad. El peso de lo que había pasado con Lucien esa mañana aún la aplastaba. Pero lo peor estaba por venir.

Cuando abrió la puerta de la casa, el ambiente la golpeó como una pared invisible. Todo estaba en completo silencio, salvo por el tic-tac del viejo reloj de la sala. No necesitó avanzar mucho antes de verlo. Su padre estaba allí, de pie junto a la mesa del vestíbulo, su semblante más frío y duro de lo que ella jamás había visto. Pero lo que realmente hizo que su corazón se detuviera fue el objeto que descansaba sobre la mesa: la caja llena de pruebas de embarazo.

La mirada de William Bradford era cortante, como si estuviera diseccionándola con los ojos. No dijo nada al principio, solo extendió un dedo hacia la caja con un movimiento lento y deliberado.

—¿Qué significa esto? —preguntó, su tono helado, pero cargado de furia contenida.

Grace abrió la boca, pero las palabras se atoraron en su garganta. Intentó respirar profundamente para calmar el temblor en sus manos, pero el esfuerzo fue inútil.

—Papá, yo…

Y antes de que pudiera terminar, él tomó la caja y, con un movimiento brusco, se la lanzó directamente a la cara. El golpe no fue fuerte, pero lo suficiente como para que Grace retrocediera, llevándose una mano a la mejilla mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

—¡Eres una desgracia! —espetó William—. Una zorra. ¡Eso es lo que eres! ¿Cómo te atreves a hacer algo tan estúpido, tan humillante? ¡Esta familia tiene un nombre, un legado! Y tú… tú lo has tirado todo a la basura.

Grace bajó la mirada, sus lágrimas cayendo silenciosamente al suelo. Las palabras de su padre la atravesaban como cuchillos, pero no podía encontrar la fuerza para defenderse.

—¿Sabes lo que esto significa? —continuó él, dando un paso hacia ella—. ¡Significa que todo por lo que he trabajado se ha ido al demonio! Había encontrado un buen prospecto para ti, un hombre digno, respetable, alguien que habría elevado nuestra posición aún más. Pero tú… —La miró con un desprecio que hizo que quisiera desaparecer—. Tú decides comportarte como una cualquiera y arruinarlo todo.

Ella intentó hablar, levantar la voz, pero su padre no se lo permitió.

—¡No te atrevas a abrir la boca! —bramó, apuntándola con un dedo acusador—. Lo único que quiero escuchar de ti ahora es quién es el desgraciado que te ha metido en esto.

Grace tragó saliva, luchando contra el nudo que tenía en la garganta. Sabía que decirle la verdad solo empeoraría las cosas, pero no podía mentirle.

—Es… Lucien Stanton —confesó.

Por un momento, William pareció congelarse. Luego, soltó una carcajada amarga, cargada de incredulidad y furia.

—¿Lucien Stanton? ¿El hombre que dirige oncología? —El sarcasmo en su voz era palpable—. ¡Por supuesto que tenía que ser alguien como él! ¿Creías que te iba a convertir en su esposa? ¿Qué iba a lanzarte un anillo por acostarte con él? ¡Qué patética eres!

Grace apretó los puños, sus uñas clavándose en sus palmas mientras sus lágrimas corrían sin control.

—No lo hice para eso —murmuró, con voz apenas audible—. Yo… yo no esperaba nada de él.

—¡Claro que no! —la interrumpió William, con dureza—. Porque no tienes ni una pizca de orgullo ni dignidad. Ahora dime, ¿cuánto tardará en correr el chisme? ¿Cuánto tiempo antes de que todo el hospital se entere de que mi hija se acostó con su jefe? ¿Cuánto antes de que esa noticia llegue a los oídos de nuestra junta directiva? ¡Eres una puta!

Cada palabra se clavaba en el pecho de Grace y, aunque hizo todo por contenerse, fue imposible.

—No tiene por qué enterarse nadie —intentó defenderse, pero su voz temblaba demasiado para sonar convincente—. Yo… yo…

—Por supuesto que nadie lo sabrá, Grace —dijo William haciendo una pausa, con una calma perturbadora—. Porque hasta que des a luz, permanecerás encerrada.

Grace sintió que el mundo se detenía. Su respiración se volvió errática mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Q-qué? —balbuceó, dando un paso atrás.

William inclinó la cabeza, como si la pregunta hubiera sido absurda. Y una sonrisa torcida se dibujó en su rostro, pero no llegó a sus ojos.

—Sí, Grace. Tú… no saldrás de esta casa. Para todos, estarás de viaje. Como la buena hija que siempre has sido.

—N-n-no... papá, ¿q-qué vas a hacer? —logró preguntar, su voz temblorosa, llena de terror.

El semblante de William se endureció aún más, y sus labios se curvaron en una mueca cruel.

—Lo que sea necesario —dijo. Y antes de que pudiera reaccionar, dos hombres aparecieron detrás de él. Grace miró aterrada a los guardaespaldas que ahora llenaban la entrada del salón.

—Llévenla a su habitación —ordenó William con frialdad.

—¡No! ¡Papá, no puedes hacer esto! —gritó Grace, retrocediendo mientras intentaba liberarse de las manos que la sujetaban.

Pero William no respondió.

Simplemente se dio la vuelta, recogió la caja de pruebas de embarazo del suelo y la arrojó al cesto de basura con un gesto de desprecio.

—Hasta que se cumplan mis planes, Grace. —dijo cuando ella desapareció por las escaleras ―hasta que se cumplan.

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