LOS TRILLIZOS DEL MAFIOSO: ¡mi niñera es mi mami!
LOS TRILLIZOS DEL MAFIOSO: ¡mi niñera es mi mami!
Por: Paulina W
CAPITULO1- UN HOMBRE SIN CORAZON.

CAPITULO1- UN HOMBRE SIN CORAZON.

Las manos de Grace temblaban incontrolablemente mientras sostenía la pequeña prueba de embarazo. Era increíble cómo algo tan diminuto podía contener una verdad tan inmensa. Su corazón latía con fuerza, casi al ritmo del tictac del reloj en la habitación. La imagen de su padre, siempre tan severo y orgulloso, flotaba en su mente, y el eco de sus palabras sobre la respetabilidad y la honra familiar la atormentaban. La familia “Bradford” no solo valoraba la perfección; la exigía. Ahora, todo podía venirse abajo por culpa de aquel pequeño objeto.

El miedo la consumía, pero no solo por su familia. Lucien… Su sola imagen le hacía un nudo en el estómago. ¿Cómo reaccionaría él? ¿Sería tan cruel como ella temía? Cerró los ojos, buscando una fuerza que parecía eludirla, y respiró profundamente. 

«Tienes que hacerlo» se dijo. «No hay vuelta atrás.»

Con una determinación palpable, se levantó del sillón, se alisó la falda con manos temblorosas y salió de su consultorio. Caminó hacia el despacho de Lucien como si cada paso pesara una tonelada. Cuando llegó, sus ojos se posaron en la placa dorada que decía “Dr. Lucien Stanton”. La brillante perfección de las letras contrastaba con el caos dentro de ella.

Llamó a la puerta.

—Adelante —dijo la voz grave desde el interior.

Grace respiró hondo, apretó la prueba en su bolsillo y giró el pomo. Entró al despacho, donde Lucien estaba detrás de su escritorio, revisando unos documentos. Alzó la cabeza al escucharla entrar y la miró con esos ojos fríos que tanto la atraían y aterrorizaban.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él, su tono helado como el invierno—. Creí haber sido claro. 

Las palabras fueron un golpe, pero Grace se esforzó por no derrumbarse. Parpadeó, nerviosa, y juntó las manos frente a su pecho para ocultar su temblor. Tragó saliva, tratando de reunir coraje.

—No ha venido mi periodo —murmuró, su voz apenas un susurro.

Lucien la miró fijamente, su expresión impenetrable por un instante. Luego, sus cejas se fruncieron, formando una línea dura. Se levantó de golpe, su imponente figura irradiando autoridad.

—¿Qué estás tratando de decir? —su tono era tan afilado como un cuchillo.

Grace retrocedió, intimidada. Y negó rápidamente con la cabeza.

—Es que… varias veces, tú y yo… no nos cuidamos. Solo quería que lo supieras y que…

—¿Y que qué? —la interrumpió él con una dureza que la hizo estremecerse—. Era tu obligación cuidarte, no la mía. Si decides acostarte con un hombre que solo te promete sexo, tomas precauciones. ¿Qué esperas al decirme esto? ¿Que caiga de rodillas y declare mi amor eterno?

El calor le subió al rostro. Grace sintió la vergüenza y el dolor inundarla. Quiso explicar, pero las palabras se le atoraron.

—Lucien… yo…

—No. —La cortó de nuevo, su voz fría como el acero—. No voy a caer en ese viejo truco. No hay nada que me garantice que ese niño sea mío. Así que, haz lo que tengas que hacer, pero no cuentes conmigo.

Grace abrió los ojos, incrédula. 

Nunca nadie la había tratado con tanta crueldad. Parte de lo que decía Lucien era cierto; no era virgen cuando lo conoció, pero desde que estuvo con él, no había estado con nadie más. Sabía que el bebé era suyo.

—No te estoy pidiendo nada —dijo al fin, su voz temblando—. Solo pensé que debías saberlo.

Lucien dejó escapar una risa vacía que hizo que sus palabras dolieran aún más.

—Claro, por supuesto. Quieres que piense que eres noble. Pero sé lo que buscas, Grace. Desde que entraste a este lugar, sabías lo que querías. ¿Creíste que funcionaría?

Se acercó, sus ojos helados clavándose en los de ella.

—Yo decido con quién me quedo, y tú… no eres nada para mí. Solo un entretenimiento. Así que, por tu propio bien, olvídate de mí.

Grace sintió cómo se rompía algo dentro de ella. Su amor, que había sido un secreto vergonzoso, ahora era su mayor debilidad. Tragó con fuerza, reuniendo los pedazos de dignidad que aún le quedaban.

—No volveré a molestarte. Así que esto termina aquí.

Lucien sonrió con arrogancia.

—No, Grace. Esto terminó hace mucho. No quiero más conversaciones. Y, para que lo sepas, los únicos hijos que tendré serán con mi futura esposa.

Grace sintió cómo esas palabras apagaban la última chispa de esperanza. Sin decir nada más, dio media vuelta y salió del despacho. Las lágrimas le nublaban la vista, pero no permitiría que él la viera derrumbarse. Cada paso lejos de él era un recordatorio de su error. Había amado a un hombre que no tenía corazón.

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