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LOS HIJOS DEL CEO
LOS HIJOS DEL CEO
Por: Jeda Clavo
Capítulo 1. Buscando Trabajo

Lía Ontiveros, revisó las cuentas una y otra vez, como si en el fondo de su ser esperara que un gran milagro sucediera o hubiese estado equivocada, mas no era así, todo estaba claro, no existía otra interpretación, estaba en la bancarrota, porque sus padres le dejaron una deuda millonaria y ni siquiera los bienes heredados, podrían alcanzar para enfrentar a las deudas con los acreedores.

Suspiró con impotencia, levantándose del roído sillón con mucha más fuerza de la que pretendía, logrando que debido al impulso empleado, el  asiento haya caído  hacia atrás haciendo un estrepitosos ruido al golpear el metal, con el reluciente piso de madera, sin embargo, ella hizo caso omiso, ni siquiera se molestó en recogerlo, estaba demasiado deprimida y con pocas energías para hacerlo. 

Comenzó a caminar de un lado a otro, al mismo tiempo llevaba sus manos a los cabellos en un gesto de desesperación, mientras pensaba en una solución que le permitiera no solo pagar las deudas, si no también  cubrir los gastos.

Miró el pequeño despacho, cuyas paredes estaban cubiertas de repisas de madera, donde reposaban diversas colecciones de libros de diferentes géneros literarios de autores clásicos, contemporáneos y modernos, le dio tristeza la decisión que debía tomar, pese a ello, no tenía ninguna otra alternativa, pues hasta de ellos libros debía deshacerse.

Tomando en cuenta el valor de la casa, la cual ascendía a un millón trescientos mil dólares y la deuda de setecientos mil correspondiente a la hipoteca, sumado los gastos funerarios y los diversos préstamos pendientes, la suma ascendía a  dos millones de dólares, vendiendo todos los bienes de valor, aún existía un faltante de setecientos mil dólares, estaba sin empleo y sin nadie a quien acudir, porque cuando se cae en desgracia y lo único que te acompaña son las deudas, los amigos y familiares huyen a tu derecha y en esa situación estaba ella, sin nadie, prácticamente sola en el mundo, a pesar de estar rodeada de mucha gente, por un momento la tristeza la invadió, las lágrimas amenazaban con brotar, mas las retuvo.

Debía ser fuerte porque así lo habrían querido sus padres y se los debía, haría todo lo posible por superar esa mala racha, ella no se caracterizaba por ser cobarde, si no todo lo contrario, era una mujer decidida, nunca le huía a los problemas, todo lo contrario, los enfrentaba.

Salió del despacho de su padre, llegó a la sala y vio el periódico debajo de la puerta, lo agarró, pese a ello, no lo abrió, lo metió debajo de su brazo y caminó hacia la cocina, lo puso en la encimera mientras buscaba algo en la nevera para alimentarse, después de rebuscar por varios minutos, solo consiguió un par de huevos, un pedazo de queso duro, unos tomates, unas  hojas de perejil y medio litro de leche, sacó todo lo encontrado y lo puso en el mesón al lado de la cocina.

Comenzó a picar el tomate y perejil en trozos, buscó un sartén, pero cuando fue a encender la cocina, esta no lo hizo, porque se había ido el gas, suspiró con impotencia, no podía creer su mala suerte, desde el momento en que la llamaron para informarle sobre la muerte de sus padres, su vida fue cayendo en decadencia, convirtiéndose en un desastre, nada le salía como lo planificaba y eso causaba frustración en ella.

Buscó en las dispensas de la cocina y encontró un pedazo de pan, aunque un poco duro, no obstante, su hambre era intensa, su estómago empezó a rugir, al parecer tenía un concierto y necesitaba meterse algo a la boca, porque de lo contrario corría el riesgo de desmayarse, además, no alimentarse le provocaba un muy mal humor y la ponía bruta.

Se sirvió la leche en un gran vaso, tomó el pan duro y lo humedeció, enseguida se lo llevó a la boca, sintiendo deleite al comer algo tan sencillo como eso, pero como bien dicen,  la necesidad tiene cara de perro y ante las adversidades las pequeñas cosas son las que uno termina valorando más.

Después de comerse ese simple alimento para aplacar los ruidos de su estómago, tomó el periódico y comenzó a revisar los anuncios, pues necesitaba buscar un empleo, no solo para cubrir sus necesidades básicas como alimentarse, pagar el agua, la electricidad, sino que también fuese lo suficiente, para crear un plan de pago de deudas y buscar un nuevo sitio donde vivir; dejó de buscar en el periódico por un par de minutos y recorrió el espacio sintiéndose triste por estar obligada a deshacerse del lugar donde se crió y fue tan feliz con sus padres, esta vez, no pudo evitar las lágrimas correr por su rostro, deseaba tanto no tener que deshacerse de la vivienda, sin embargo, no tenía otra solución, después de un breve instante se las limpió las lágrimas con el torso de la mano, con premura.

De nuevo fijó su atención en la sección de clasificados, específicamente en lo relativo a empleos, tomó el lápiz que tenía ubicado tras la oreja y empezó a subrayar los anuncios más importantes, hasta encontrar uno que le llamó la atención.

“Se busca joven entre 20 a 25 años, soltera  y sin ninguna relación amorosa o familiar, de buena presencia, sana, de mente abierta, atrevida y extrovertida, para trabajar en misión importante, dirigirse a Edificio Estebans Veliz, presidencia, ofrecemos contrato por un año, extraordinaria paga y todos los gastos de alimentación, médicos cubiertos. Garantizamos confidencialidad”.

Lía al ver el anuncio le pareció increíble, todo era demasiado bueno, por un momento pensó en qué empleo pudiera ser ese para garantizar tan buenos beneficios “¿Será de prostituta?”, se preguntó frunciendo el ceño, se sonrió ante su pensamiento.

—¡Estás loca Lía! La empresa Estebans Veliz, es una de las más serias del país, no va a prestarse para ningún asunto ilegal que vaya a arruinar su buen nombre y reputación.

Al final luego de una batalla consigo misma, se decidió, se fue a duchar, buscó su única prenda elegante, un vestido ceñido al cuerpo de color beige, tacones marrones, se dejó su hermoso cabello castaño claro suelto en ondas, se maquilló  resaltando el color verde de sus ojos, solo se aplicó un polvo compacto en el rostro sin agregarse labial, sus zarcillos y una pequeña cadena de oro, ambos regalos de sus padres en su último cumpleaños, no pudo evitar un pequeño quejido de frustración salir de su boca, porque cada pequeño objeto, incluso mirarse al espejo se los recordaba, era difícil seguir adelante con tanto dolor, aunque tenía claro que debía hacerlo, a pesar de  resultar muy fácil decirlo, pero bastante complicado ejecutarlo.

Se miró al espejo una vez más, se sintió extraña porque ella era de jeans, blusas y zapatos deportivos, su estilo siempre fue informal, a sus veintidós años era una mochilera, un alma libre, recorría países enteros con solo un morral de equipaje tras su espalda, y  cargando con ella apenas lo necesario para vivir, dio otro suspiro parecido a un sollozo y elevó una oración al cielo, tomó una cartera que había sido de su madre, le agregó sus cosas, sin ningún orden, agarró las llaves y salió de la casa.

Debía caminar un par de cuadras para llegar hasta el transporte público, pero lamentablemente la falta de costumbre en utilizar esas prendas provocó que apenas recorriera la primera cuadra, el zapato izquierdo le empezara a pegar.

—¡Diablos! —exclamó al revisarse y darse cuenta de una ampolla en su pie—. Ahora lo único que me falta es ver un pájaro volando y me arroje su porqueri4—espetó molesta y como si el cielo hubiese dicho amén, efectivamente un pájaro pasó y dejó caer sus heces en el brazo de la chica, quien miraba la travesura del animal con incredulidad.

—Esto es increíble y aún hay gente capaz de decir que esto es suerte ¿Suerte? Esto es popó de pájaro, bien asqueroso—dijo en voz alta enfadada, mientras la gente la miraba con curiosidad como si se hubiese vuelto loca, sin embargo, no les prestó atención, buscó en el bolso, pues siempre llevaba consigo papel sanitario, tomó un poco y se limpió. 

Siguió caminando, ya un poco desanimada, no obstante, su expresión cambió al llegar a la parada, justo en el mismo momento cuando se estacionaba el autobús, no pudo evitar esbozar una gran sonrisa.

—Gracias, Diosito, por fin sumas una a mi favor—, subió al transporte y estaba lleno, por lo cual iba de pie, prácticamente como sardina en lata, bien apretada, aunque, para su alivio todos quienes la rodeaban eran señoras, lo cual agradeció porque a veces, eran hombres, y estos no tenían reparos de recostar su sex0 en las mujeres.

Después de treinta minutos de recorrido, llegó a su destino, bajó con premura, se arregló la ropa y siguió su camino hacia el lujoso edificio, de cristales azul claro, el cual lucía imponente, regio, destacando entre todos como símbolo de dinero y poder, antes de continuar la caminata hasta su destino, compró café en una de las cafeterías cercanas, pues para empezar su día con energía, necesitaba una buena dosis de cafeína.

Con determinación caminó hacia el interior, mas la construcción ejercía tanta fascinación en ella, al punto de no poder dejar de mirarlo, por eso sus ojos estaban puestos arriba, hasta repentinamente chocar con un duro cuerpo, quien la sostuvo para evitar que cayera, antes de empezar a balbucear una disculpa, se quedó en silencio con la boca abierta, al observar al hombre y la mancha de café dejada en su traje y su camisa.

—Disculpe…

Su cerebro sufrió un reseteo, cuando dirigió la vista a su rostro, quedó  por completo en blanco, las palabras que iba a pronunciar quedaron en el olvido al ver un hermoso espécimen masculino, alto, cabello rubio, con unos ojos de un azul intenso, mandíbula cuadrada y unos labios gruesos, con una expresión severa, pero dibujando una mueca que dejaba al descubierto unos perfectos y blancos dientes, mientras en el pecho de la chica, su corazón palpitaba con fuerza y su rostro palidecía producto de la impresión.

—¿Tiene problemas visuales para no ver por dónde camina? —preguntó el hombre con una voz gruesa, provocando un estremecimiento en todo el cuerpo de Lía.

«No hay hombre que, revestido de un poder absoluto para disponer de todos los asuntos humanos, no sea víctima de la soberbia y la injusticia.». Platón.

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